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Cuando las Marianas estrenaron los fusiles

Fue en el combate de Cerro Pelado, hoy punto del municipio granmense de Bartolomé Masó, donde tuvieron su bautismo de fuego, una acción librada por la noche, en la que cantaron las ametralladoras, hubo unos cuantos morterazos y hasta se lanzó alguna luz de bengala

Autor:

Osviel Castro Medel

No podemos, a la vuelta de 65 años, intentar probar que la decisión cayó bien en toda la tropa. Muchos estaban contaminados por un fuerte machismo, que llevaba a creer que la inserción de mujeres haría disminuir la «fuerza testicular» de la guerrilla.

Incluso, hubo quienes miraron recelosos el hecho de que a ellas les entregaran armas en tiempos en el que un M1 era como un tesoro gigantesco para cualquier barbudo participante en la gesta libertaria.

Sin embargo, luego de aquel 27 de septiembre de 1958, 23 días después de la fundación del pelotón femenino Mariana Grajales, varios comenzaron a cambiar de opinión, porque las vieron disparar en las trincheras, sin espanto y con las rodillas firmes.

Fue en el combate de Cerro Pelado, hoy punto del municipio granmense de Bartolomé Masó, donde tuvieron su bautismo de fuego, una acción librada por la noche, en la que cantaron las ametralladoras, hubo unos cuantos morterazos y hasta se lanzó alguna luz de bengala.

Imaginarlas ahora dentro de aquel mar de balas, ganándoles a los incrédulos y al enemigo mismo, hace levantar las cejas e inflama el pecho. Saberlas atacantes de aquel cuartel repleto de pertrechos militares, ubicado en un llano próximo a la Sierra Maestra, hace sentir orgullo por la mujer cubana, siempre llena de episodios estremecedores.

«El pelotón de mujeres rebeldes Mariana Grajales entró en acción por primera vez en este combate, soportando firmemente, sin moverse de su posición el cañoneo de los tanques Sherman», diría Fidel, quien estuvo, al igual que Celia, entre los principales defensores de esta participación de flores, de manera directa, en la contienda.

Delsa Esther Puebla Viltre (Teté), una de aquellas jovencitas que estrenaron fusiles en ese septiembre y quien luego llegaría, por incontables méritos, al grado de General, subrayó con sana presunción sobre el duro combate que «ahora la ofensiva estaba de nuestra parte» y que «el área de Cerro Pelado se había convertido en el último reducto de todos los soldados derrotados en la Sierra Maestra».

No es que las balas de ellas cambiaron el curso del enfrentamiento (en el cual hubo más de 60 bajas del Ejército y cinco de las huestes insurgentes), pero sí es cierto que las Marianas, nombre glorioso con el que pasaron a la posteridad, le imprimieron un toque de magia a la guerrilla y con él ayudaron a impulsar el triunfo.

​Después de Cerro Pelado intervinieron en varios combates y batallas y jamás hubo quejas sobre su comṕortamiento. Lo más hermoso es que numerosos detractores terminaron convirtiéndose en sus defensores.

Isabel Rielo Rodríguez (jefa del pelotón), Teté Puebla (segunda al mando), Olga Esther Guevara (Olguita), Ángela Antolín Escalona (Angelina), Edemis Tamayo Núñez (la Gallega), Orosia Soto Sardina, Flor Celeste Pérez Chávez, Eva Rodríguez Palma, Lilia Rielo Rodríguez, Rita García Reyes, Juana Bautista Peña Peña, Ada Bella Acosta Pompa y Norma Rosa Ferrer Benítez son nombres impregnados ya en la historia nuestra. Sus huellas, más allá del cruento combate de Cerro  Pelado, traspasarán el futuro.

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