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Una mujer que no podía traicionarse a sí misma

Yoandra Suárez López, rescatista fallecida recientemente mientras realizaba sus labores tras un derrumbe acontecido esta semana en La Habana Vieja, sabía que arriesgaba su vida cada vez que salía a apartar a otros del peligro

Autor:

Ana María Domínguez Cruz

«Si volviera a nacer, la decisión sería la misma. Sería una salvadora de vidas, una rescatista». Esas fueron las palabras, sinceras y apasionadas, que me dijo la artemiseña Yoandra Suárez López cuando la conocí en 2014.

Apoyaba entonces en la docencia en la Escuela Nacional de Bomberos Mártires de la Calle Patria, y admiré el tesón con el que se desempeñaba. Era la única mujer técnica del Destacamento Nacional de Rescate y Salvamento del Cuerpo de Bomberos de Cuba en ese momento, y lo era cuando falleció, recientemente, haciendo lo que más le gustaba hacer.

Yoandra no debía morir. Sabía que arriesgaba su vida cada vez que salía a apartar otras del peligro. Se esmeraba en cumplir todos los protocolos y orientaciones, y sonreía al finalizar cada acción porque le hacía feliz arrebatarle a la muerte un niño, una anciana, un perro, una pareja, una familia… Pero Yoandra murió, y la noticia ha consternado a todo el país.

Nueve años atrás me contó que había estudiado Enfermería porque era esta la especialidad que más le acercaba a lo que quería hacer, pero en sus días de descanso, como ocurría desde que tenía 16 años, aprendía como bombera voluntaria todo lo necesario.

Yoandra sabía desde muy joven desplegar las mangueras, descender por las cuerdas, brindarles los primeros auxilios a las víctimas…, y aquellos que bien la conocieron saben que no miento al decir que disfrutaba de esas emociones.

«En el hospital te llevan al paciente y tienes que atenderlo como se debe, pero ahora salgo a buscar a la persona y debo sacarla de donde esté y tratar de salvarla bajo presión en un ambiente donde no existen las condiciones idóneas», me explicó.

No fue casual entonces que Yoandra figurara entre los cuatro que finalmente se graduaron del curso habilitado para técnicos de rescate y salvamento. El grupo era de 38 personas, pero no todos estamos preparados para enfrentar situaciones tan adversas como las imaginó, y como realmente tuvo que enfrentarlas.

Además, no fue coser y cantar. Yoandra se examinó como todos en las pruebas de eficiencia física, natación, aptitud ante el riesgo, y como los demás demostró que su cuerpo y su mente estaban listos para ese trabajo.

Ser mujer, en ocasiones, te obliga a demostrar doblemente lo que eres capaz de hacer, y sabes que siempre alguien pondrá en duda tus habilidades. No obstante, ella luchó contra todo estereotipo e incredulidad. Aquella mañana en 2014, cuando conversamos, me habló, orgullosa, de la Medalla al Servicio Distinguido del Ministerio del Interior (Minint) que había recibido.

«Siempre se tiene miedo. Quien diga lo contrario, miente. Salimos y no sabemos si regresaremos, porque en el lugar de los hechos pueden presentarse muchas situaciones que, aunque tengas la preparación para enfrentarlas y cumplas con las medidas de seguridad y protección, son las que
realmente determinan», me dijo.

***

Con Yoandra conversó también Nailet Rojas Reina cuando realizaba su tesis de licenciatura en Periodismo. La tituló Osadía de ser la única, y es hoy un libro de entrevistas a mujeres cubanas que se desempeñan en trabajos no tradicionales.

Supo Nailet que Yoandra fue «de las primeras en llegar al fatídico accidente de aviación de mayo de 2018. Ese viernes, Yoandra y su esposo cubrían las guardias en las terminales aéreas del aeropuerto Internacional José Martí.

Se cambiaban de ropa cuando sintieron la explosión, no sabían a ciencia cierta qué estaba sucediendo, pero los protocolos de actuación diseñados de antemano los dotaron de la agilidad necesaria para lanzarse a toda prisa por el tubo de descenso que lleva directamente al parqueo.

«Llegaron al lugar de los hechos para enfrentarse al peor de los escenarios: el humo arrastrado por el viento se cernía sobre los trozos de metal y la centena de cuerpos esparcidos en el área. Una vez más su capacidad de respuesta ante situaciones adversas tomó el control de la situación. Ambos comenzaron la búsqueda de sobrevivientes al tiempo que se les unieron los miembros del Comando Especial de Bomberos de Capdevila, ubicado a escasos kilómetros del desastre en el municipio de Boyeros.

En apenas minutos se reunieron en aquel tramo entre el aeropuerto y Santiago de las Vegas bomberos, socorristas, paramédicos, miembros del equipo de Medicina Legal del Minint y del cuerpo policial, los múltiples servicios especializados del Ministerio de Transporte, mandos provinciales del Poder Popular y el Partido, y el hoy Presidente de la República, Miguel Díaz-Canel Bermúdez.

La tragedia del avión arrojó un total de 112 fallecidos, incluida la tripulación. Yoandra nunca había asistido a una catástrofe de tal envergadura.

Hombres, mujeres y niños murieron tras la explosión y dejaron detrás un macabro escenario que caló en su memoria para siempre. En pocas horas, La Habana se movilizó para trasladar a los heridos y sepultar a los que perecieron en el impacto. La guardia de la rescatista terminó bajo fuertes lluvias. Esa noche fue a la cama consternada.

Volteó a mirar al esposo y descubrió en sus ojos la misma impotencia que ella sentía. Soltó todo el aire de golpe y, cual promesa, dijo: «Mañana será diferente… Mañana salvaremos vidas».

Le confesó también a la colega que su papá nunca estuvo de acuerdo con que fuera bombera. Le decía que eso eran cosas «de hombres», incluso, le prohibió ir a entrenar al comando. Por eso tuvo que hacerlo todo a escondidas.

«Ay, niña, si no lo hubiera hecho así no estuviese aquí ahora. Los fines de semana le decía que me iba a estudiar para la casa de unas amiguitas y, como en esa época casi nadie tenía celular, no podía localizarme. Escapándome fue que me pude hacer auxiliar del Cuerpo de Bomberos de Artemisa».

Increíblemente, esta valerosa mujer no había salido herida en ninguna de las misiones, aunque le contó a Nailet (y cito tal cual) que, en uno de los ejercicios, mientras descendía a rápel de un helicóptero, notó que la cuerda estaba húmeda y la fricción con el guante la hizo deslizarse a gran velocidad. Detuvo la caída con el puño contra el suelo, sintió una punzada de dolor en la mano y notó los primeros signos de inflamación. Se ajustó un vendaje a toda marcha y lo cubrió con una espiral de esparadrapo. Dijo que estaba bien y pasó a la próxima habilidad que era en el agua. Una vez terminado con éxito el ejercicio, pasó a la revisión médica: un regaño del doctor por continuar la maniobra con la muñeca fracturada, un yeso en la mano derecha y 30 días de reposo.

***

Algunos la tildaron de loca. Yoandra perdió a su madre cuando era muy niña y llevaba la casa y el cuidado de sus otros hermanos. ¿A quién se le ocurriría escalar, bucear, rastrear y desafiar las llamas? Usaba máscaras, botas, cascos, capas, cuerdas, trajes isotérmicos… Lo mismo podía cargar a un fallecido que entrar a mar revuelto a buscar a alguien perdido. Todo ello formaba parte de su cotidianidad. Y en los pocos ratos libres de los que disponía, alguna manualidad la entretenía.

«Pero te sientes tan feliz cuando haces lo tuyo, lo que te gusta… Llegas a tiempo, ayudas a la gente y la mantienes con vida. Solo por eso vale la pena todo lo demás».

Yoandra podía haber elegido otra profesión, como intentó hacer para complacer, sobre todo, a su padre. Podía, quizá, haber decidido estar en otro lugar el miércoles pasado, o no haber ido. Pero Yoandra no podía traicionarse a sí misma.

Yoandra era hija de una tierra de valientes como Artemisa. FOTO: Soimy Salgado López

 

 

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