Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Historia y presente (II y final)

En pleno siglo XXI la Doctrina Monroe está tan viva como lo estuvo en 1823, pero también están vivos los ideales y luchas de nuestros pueblos

Autor:

Elier Ramírez Cañedo

En 1898, con la intervención en el conflicto cubano-español, Estados Unidos convirtió a la Isla de Cuba en la probeta de ensayo neocolonial en la región, dando inicio a un período histórico caracterizado por la consumación y éxito de la Doctrina Monroe, afianzando su dominio en el hemisferio occidental y desplazando de forma paulatina a las potencias rivales, en especial a Inglaterra. Además de Cuba y Puerto Rico, Washington garantizó el control del Istmo de Panamá, uno de los puntos geoestratégicos más importantes.

República Dominicana, Panamá, Guatemala, El Salvador, Cuba, Honduras, Nicaragua y Haití sufrieron directamente la política del Gran Garrote y el corolario Roosevelt a la Doctrina Monroe con la intervención y ocupación territorial de los marines yanquis.

En el caso de Cuba el monroísmo adquirió connotación jurídica a través de la Enmienda Platt, apéndice a la Constitución de 1901, impuesto por la fuerza a los cubanos, bajo la amenaza de ocupación militar permanente. La Enmienda Platt daba derecho a Estados Unidos a intervenir en Cuba cada vez que lo estimara conveniente y a arrendar territorios para el establecimiento de bases navales y carboneras, origen de la ilegal presencia estadounidense hasta nuestros días en la Bahía de Guantánamo.

El sucesor de Roosevelt en la Casa Blanca, Willian Taft, a través de la diplomacia del dólar y las cañoneras, combinó la intervención militar con el control financiero y político yanqui expandiendo y consolidando la dominación estadounidense en Centroamérica y el Caribe. «No está distante el día —señalaría sin pudor Taft— en que tres estrellas y tres franjas en tres puntos equidistantes delimiten nuestro territorio: una en el Polo Norte, otra en el Canal de Panamá y la tercera en el Polo Sur. El hemisferio completo de hecho será nuestro en virtud de nuestra superioridad racial, como es ya nuestro moralmente».

Luego se sucedieron los gobiernos de Woodrow Wilson, Warren Harding, Calvin Coolidge, Herbert Hoover y Franklin D. Roosevelt, todos afianzaron de una forma u otra los postulados de la Doctrina Monroe, interviniendo o amenazando militarmente cada vez que los requerimientos de su seguridad imperial en la región fueron amenazados.

El inicio de la Segunda Guerra Mundial le vino como anillo al dedo al Gobierno estadounidense para expandir aún más su dominio por todo el hemisferio, extendiendo sus bases militares en la región y logrando que numerosos países latinoamericanos y caribeños se sumaran a sus proyectos de «seguridad hemisférica», quedando en realidad subordinados a los objetivos geoestratégicos del imperialismo yanqui. La firma en 1947 de 20 gobiernos latinoamericanos y caribeños del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) fue un ejemplo palpable de ello. Monroe y Adams desde sus tumbas no podían estar más satisfechos, mucho más cuando en 1948 surgió la Organización de Estados Americanos (OEA), como instrumento de Estados Unidos para modernizar e institucionalizar su dominación sobre Latinoamérica y el Caribe.

La OEA constituía una adecuación de la Doctrina Monroe al escenario posbélico para alinear a toda la región frente a los «peligros del comunismo internacional». De ahí su inutilidad —más allá de la posibilidad de condenar verbalmente al imperialismo estadounidense— para representar los intereses de los pueblos latinoamericanos y caribeños.

La historia de la OEA no ha sido otra que la del respaldo más infame de gobiernos oligárquicos a los intereses de Washington, o el irrespeto de Washington a la mayoría, cuando esa mayoría ha disentido de sus posiciones, reflejando la falacia de su propia existencia como espacio de concertación entre las dos Américas.

Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos alcanzó la supremacía absoluta en el hemisferio occidental, llegando a la cima de las aspiraciones de los padres fundadores, de Adams y Monroe cuando lanzaron la famosa doctrina, y de sus continuadores más leales y creativos. Llegado ese nivel de control en lo que consideraban su patio trasero, la élite de poder del imperialismo estadounidense se sintió en condiciones de extender su hegemonía a otras zonas geográficas del mundo, traspasando incluso los límites de lo expresado en la Doctrina Monroe en el año 1823.

Los años 60 trajeron nuevamente un relanzamiento del ideal monroísta ante el triunfo de la Revolución Cubana y la supuesta penetración con ello del comunismo en el hemisferio occidental, pretexto que se asumió y difundió desde Washington para seguir un curso aún más agresivo contra el proceso revolucionario cubano y provocar su aislamiento diplomático en el hemisferio, hecho que se materializó cuando Cuba fue suspendida de la OEA en 1962.

La resistencia y los logros de la Revolución Cubana, su ejemplo de independencia y soberanía absoluta a las puertas mismas del imperio estadounidense, era una realidad inadmisible para los verdaderos propósitos hegemónicos bajo los que fue inspirada la Doctrina Monroe. Por el mismo punto geográfico en que Washington había comenzado su largo camino de éxitos de expansión y preminencia, estrenándose como imperio, comenzaba también el desafío más contundente y sostenido que jamás haya enfrentado el coloso del Norte desde la periferia del sur y, por si fuera poco, en sus propias narices y por una Isla, pequeña en extensión, pero gigante como ejemplo moral para el mundo. Fidel Castro Ruz abrazaría el ideal bolivariano, martiano, anticolonialista, antimperialista, internacionalista y marxista, y se convirtió en una herejía que, aún hoy y de cara al futuro, continúa librando y ganando grandes batallas, mientras viva su ejemplo y pensamiento en el pueblo cubano y en los revolucionarios de todo el orbe.

Actualmente se hace cada vez más visible que asistimos a un mundo en transición geopolítica y de un acelerado declive de la hegemonía estadounidense a nivel global. La élite de poder de Estados Unidos en este escenario se aferra cada vez más a la filosofía monroísta y, ante un estado de sobredimensionamiento imperial que le impide mantener el control en zonas geográficas mucho más distantes —como ha ocurrido en África y Medio Oriente—, es lógico que su mirada de atención se concentre en la zona que durante 200 años ha considerado su espacio vital de reproducción y expansión hegemónica: América Latina y el Caribe.

Desde la lógica imperial, de lo que se trata es de recuperar el terreno perdido a cualquier costo frente al avance de China, Rusia y de los propios gobiernos progresistas y de izquierda. América Latina y el Caribe sigue siendo la máxima prioridad en la política exterior de Estados Unidos. La jefa del Comando Sur de Estados Unidos, Laura Richardson, en fechas recientes lo volvió a ratificar, cuando, en conversación con el thinktank Atlantic Council, expresó:

«Si hablo de mi adversario número dos en la región, Rusia, quiero decir, tengo, por supuesto, las relaciones entre los países de Cuba, Venezuela y Nicaragua con Rusia. Pero, ¿por qué es importante esta región? Con todos sus ricos recursos y elementos de tierras raras, tienes el triángulo de litio, que hoy día es necesario para la tecnología. El 60 por ciento del litio del mundo está en el triángulo de litio: Argentina, Bolivia, Chile; tienes las reservas de petróleo más grandes, crudo ligero y dulce descubierto frente a Guyana hace más de un año. Tiene los recursos de Venezuela también, con petróleo, cobre, oro. Tenemos los pulmones del mundo, el Amazonas. También tenemos el 31 por ciento del agua dulce del mundo en esta región. Quiero decir, es fuera de lo común. Esta región importa. Tiene que ver con la Seguridad Nacional y tenemos que intensificar nuestro juego».

En pleno siglo XXI la Doctrina Monroe está tan viva como lo estuvo en 1823, hace 200 años. Pero también están vivos los ideales y luchas de nuestros pueblos.

El escenario que se dibuja es de grandes desafíos, pero también de oportunidades ante las brechas y debilidades del propio sistema imperial y los errores continuos de la derecha sin un proyecto alternativo que ofrecer a nuestros pueblos. Acechan peligros como el crecimiento de tendencias neofascistas en el continente. La crisis sistémica del imperialismo conlleva reacciones cada vez más violentas. En ese proceso, las fuerzas de izquierda de la región cuentan con un momento único para relanzar como nunca antes los procesos de unidad e integración de América Latina y el Caribe.

Las coyunturas son muy cambiantes y movedizas, mañana será demasiado tarde. Solo la unidad e integración permitirán que nuestros pueblos sean verdaderamente libres y América Latina y el Caribe un actor internacional con un lugar influyente en los destinos de la humanidad, en un camino que permita un cambio de paradigma civilizatorio. 

 

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