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El 26 de Julio rompió los hechizos infernales

El destacado poeta, novelista y ensayista cubano José Lezama Lima, en su texto El 26 de julio, imagen y posibilidad, aborda la trascendencia del asalto a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes  

Autor:

Yoerky Sánchez Cuéllar

Quizá pocos conozcan la valoración crítica que el destacado poeta, novelista y ensayista cubano José Lezama Lima realizara sobre los sucesos del 26 de julio de 1953 y sus posicionamientos éticos acerca del histórico asalto, uno de los actos más sublimes de la patria.

«Como una piedra de frustración, el cubano contemplaba a Martí muerto, expuesto a la entrada de Santiago de Cuba, o a Calixto García obligado a quedarse contemplando las montañas, sin poder entrar en la ciudad. Pero el 26 de Julio rompió los hechizos infernales, trajo una alegría, pues hizo ascender como un poliedro en la luz, el tiempo de la imagen, los citareros y los flautistas pudieron encender sus fogatas en la medianoche impenetrable», refiere Lezama en su texto El 26 de Julio, imagen y posibilidad.

El poeta recuerda en su escrito lo que muchos comentaban entonces sobre el cubano, del que decían era un ser desabusé, que estaba desilusionado, que era un ensimismado pesimista y que había perdido el sentido profundo de sus símbolos. La decisión de aquellos jóvenes, dispuestos a combatir la dictadura batistiana con las armas para no dejar morir al Apóstol en el año del centenario, derrumbó las viejas teorías y se convirtió en musa inspiradora de nuevos sueños.

«No fue un fracaso», aclara Lezama.  «Fue una prueba decisiva de la posibilidad y de la imagen de nuestro contrapunto histórico, al lado de la muerte, prueba mayor, como tenía que ser». Entendiendo la imagen como «la causa secreta de la historia» y la posibilidad como su hipótesis, explica Lezama, el hombre es siempre un prodigio, de ahí que la imagen lo penetre y lo impulse. Y retoma pasajes de la Odisea en su argumentación acerca de «la imagen apegada a la muerte, al renunciamiento, al sufrimiento, para que descienda y tripule la posibilidad».

Para sustentarlo, Lezama cita la idea martiana del miedo de morir sin haber sufrido bastante: «Sufrió lo indecible en vida, pero después de muerto siguió sufriendo. Ascendió purificado por la escala del dolor, decía Rubén Darío cuando lo recordaba. Ya era hora de que descansara en la pureza de sus símbolos, siendo un dios fecundante, un preñador de la imagen de lo cubano. Llegó por la imagen a crear una realidad, en nuestra fundamentación está esa imagen como sustentáculo del contrapunto de nuestro pueblo». Y afirma de modo convincente: «Esa fue la interpretación de las huestes bisoñas lanzadas al asalto de la fortaleza maldita».

Según el fundador de la Revista Orígenes, el símbolo del 26 de Julio entraña una resistencia o un bastión opuesto a la jabalina de oro de la posibilidad. De ahí que concluyera su escrito afirmando: «El 26 de Julio significa para mí, como para muchísimos cubanos tentados por la posibilidad, la imagen y el laberinto, una disposición para llevar la imposibilidad a la asimilación histórica, para traer la imagen como un potencial frente a la irascibilidad del fuego, y un laberinto que vuelve a oír al nuevo Anfión y se derrumba».

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