Fidel lo catalogó como «el más generoso, querido e intrépido de nuestros jóvenes» Autor: Arelys María Echevarría/ACN Publicado: 25/07/2025 | 03:22 pm
Nacido en Encrucijada, provincia de Las Villas, el 20 de octubre de 1927, Abel Santamaría Cuadrado vivió sus primeros años en las cercanías del central Constancia. Allí llegó a conocer al líder azucarero Jesús Menéndez Larrondo a través de las vivencias en el central, donde permanecía en contacto permanente con los trabajadores de la industria y el campo. Ello fue formando su conciencia revolucionaria y la comprensión del carácter social y popular de la lucha contra la situación imperante.
Hijo de padres de procedencia española, Abel —uno de los cinco hijos de Joaquina y Benigno— se convirtió en el mejor alumno de su escuela, según testimonios de su maestro Eusebio Lima Recio. Al no contar con condiciones en Encrucijada que le permitieran cursar más allá del sexto grado, decidió marchar hacia La Habana para continuar sus estudios. Matriculó simultáneamente en la Escuela de Comercio y en el Instituto de Segunda Enseñanza, mientras comenzaba a acercarse al ala juvenil del Partido del Pueblo Cubano (ortodoxo), de Eduardo Chibás.
En 1952, tras el golpe de Estado de Batista, Abel redactó una carta de denuncia al cuartelazo militar, en la que rechazó la farsa del hecho anticonstitucional y dio muestras de su pensamiento avanzado, con una cabal comprensión de la realidad cubana de entonces, al hallarse pisoteada la Carta Magna de 1940.
En ese contexto de efervescencia patriótica, Abel conoció al joven abogado Fidel Castro, con quien entabló una amistad profunda y fundamental para la organización de la resistencia contra el régimen batistiano. Fidel, impresionado por sus cualidades, lo designó como segundo jefe en la preparación del asalto al Cuartel Moncada.
Antes, en 25 y 0, se fraguaba la conspiración. Sobre ello varias veces habló su hermana Haydeé: «En mi casa se discutía mucho. Abel y Fidel exponían sobre el ideario martiano, el Manifiesto de Montecristi, los estatutos del Partido Revolucionario que fundara el Apóstol. Abel exigía a cada compañero que fuera profundamente martiano; muchas veces le oí decir a Abel que estudiando a Martí profundamente, ninguna persona tendría dificultad para encontrar el verdadero camino».
Abel se encargó de la logística en Santiago de Cuba y de coordinar la acogida de los combatientes en la Granjita Siboney, preparando a los hombres para la operación. Horas antes y con la presencia de Fidel, desde allí expresó: «...es necesario que todos vayamos con fe en el triunfo nuestro mañana, pero si el destino es adverso estamos obligados a ser valientes en la derrota, porque lo que pase allí se sabrá algún día. La historia lo registrará y nuestra disposición de morir por la Patria será imitada por todos los jóvenes de Cuba, nuestro ejemplo merece el sacrificio y mitiga el dolor que podemos causarles a nuestros padres y demás seres queridos: ¡Morir por la Patria es vivir!».
Durante el asalto fue asignado junto con otros valerosos compañeros a tomar el Hospital Civil Saturnino Lora, punto estratégico para apoyar el ataque al cuartel. Tras el fracaso de la acción, al fallar el factor sorpresa, fue capturado. Sufrió torturas brutales y mutilaciones, incluida la pérdida de los ojos, pero mantuvo su silencio y dignidad, sin traicionar a sus compañeros. Murió a los 25 años, pero su legado de coraje y entrega influyó profundamente en la continuación de la lucha contra la dictadura y en la victoria de la Revolución Cubana el 1ro de enero de 1959.
En su alegato de defensa La Historia me Absolverá Fidel lo catalogó como «el más generoso, querido e intrépido de nuestros jóvenes». Su vida simboliza la entrega absoluta a los ideales de libertad, justicia y dignidad de Cuba y resulta motivo de inspiración para la juventud cubana.
Como escribiera la destacada intelectual Graziella Pogolotti, en artículo publicado por nuestro diario: «Porque había sabido ver el alma de la nación, porque había confiado en ella, extirparon los ojos de Abel. Pero el sacrificio no fue inútil. Constituyó siembra y eslabón definitorio de las vías abiertas a la defensa de la soberanía y de la justicia social que alumbró la continuidad de una batalla anticolonial, todavía inconclusa para Cuba y para los países del entonces llamado tercer mundo».