No podemos decir que el dolor se comparte, el dolor se multiplica», es la máxima fidelista que se lee en el monumento. Autor: Del Autor Publicado: 13/10/2025 | 09:51 pm
BANES, Holguín.— Quizá esa noche, antes de dormir, las hermanas Nancy y Ángela Pavón hablaron de pendientes escolares, asuntos domésticos o sueños, de esos que tienen todas las adolescentes. Con certeza, ninguna sospechó que su vida estaba a punto de cambiar. Era el 12 de octubre de 1971.
Boca de Samá era por entonces un pequeño caserío costero, ubicado a alrededor de 70 kilómetros de la ciudad de Holguín, habitado por personas pacíficas, cercanas, que veían en la pesca una forma de vida en medio de la apacible calma del paisaje natural. Parecía el escenario perfecto para que los descorazonados sembraran el terror.
La administración norteamericana estaba en manos del presidente Richard Nixon, quien necesitaba a toda costa lograr «una victoria sobre el comunismo». El objetivo fue claro: tomar un punto pequeño, como preámbulo de un ataque más grande contra Cuba. La oscuridad nocturna sería su aliada.
Un dolor que no se va
En el museo del lugar se recuerdan con dolor los hechos terroristas. Foto: Del Autor.
Sobre esta historia se ha escrito mucho. Fue un hecho terrorista que conmocionó a Cuba, pues resultó uno de los más tristes perpetrados contra la Isla luego de 1959; sin embargo, hay que caminar por allí para entender su auténtica significación.
En sus predios la imagen es otra. La transformación social hizo lo suyo y ya no están las antiguas casas de madera que conservaban la marca de los disparos, como tampoco existen muchos sobrevivientes de esa época. Pero el dolor permanece intacto.
La pena por la pérdida, la impotencia ante el arrebato de vidas inocentes a manos de criminales, la sensación de miedo, que tardó años en resarcirse, fue solo un pequeño saldo de las heridas dejadas por un ataque que tuvo de responsables, en su trasfondo, a la CIA y la organización terrorista Alpha 66.
No hay un solo día en que «El chino» no piense en eso. Así es conocido Carlos Andrés Escalante Gómez, quien se encontraba al frente del mando militar del lugar aquella fatídica noche. Mientras camina por las inmediaciones de la costa, rememora lo que fue aquella jornada de dolor.
«Al atardecer del 12 de octubre comenzamos a observar la embarcación en el horizonte. Venía hacia nosotros. Ya cayendo la noche, se aproximó a la costa y levantamos el puesto con alarma. Nos dividimos en grupos de dos y tres personas para dar mayor amplitud de protección.
«Cuando todo estaba oscuro, solo se escuchaba el ruido de aquel motor muy potente. Le hicimos la defensa al barco, sin percatarnos de que había desembarcado el comando enemigo en la proximidad de la Boca. Ya merodeaban por el poblado cuando verificamos las posiciones.
«Aquella noche, cuando nosotros fuimos al encuentro de los invasores, llegué a ocupar la puerta de la tienda. Di alto e hice fuego con el arma que traía. Con una ráfaga larga de un AR 15, me dieron cinco disparos en la pierna izquierda y tres en la derecha.
«Tuve hasta suerte, porque los impactos me derribaron y me caí en los escalones. Mis compañeros no: les dispararon por el pecho, a la altura del pulmón, y su muerte fue fulminante».
Hace una pausa antes de continuar. No es fácil volver a imaginar los rostros de Lidio Rivaflecha Galán y Ramón Antonio Sian Portelles. Abandonaron este mundo con 32 y 24 años, respectivamente. Ambos dejaron huérfanos a sus hijos y un hueco en sus seres queridos que, a día de hoy, permanece.
«Los invasores salieron a la desbandada huyendo, dejando un rastro de sangre. Por la brevedad de las acciones, cortaron los cabos de los grampines y a gran velocidad fueron al barco. Una vez montados, se ensañan con el caserío. Las casas eran muy rústicas, en malas condiciones».
A partir de ahí, Nancy y Ángela cambiaron. Sufrieron en carne propia esos ataques. Dormían juntas en la misma cama y, ante el estruendo, su impulso fue unirse. Las balas entraron a la altura del piso y les acribillaron sus pies. Ángela volvió a caminar, pero Nancy no. El trauma caló hondo.
Hubo otros heridos y miedo, mucho miedo de que aquello pudiera repetirse. Las personas recogían sus cosas en las noches y huían despavoridas hacia poblados cercanos. Pasó un tiempo antes de que los habitantes pudieran sentirse seguros. El apoyo del Comandante de la Revolución Juan Almeida Bosque fue crucial.
Presencia que acompaña la vida
«El chino» asegura que a sus compañeros siempre los lleva en el recuerdo. Foto: Del autor
Han pasado 54 años y, como ya es costumbre, Yudirka Sian González acude a la tradicional conmemoración. Mientras el acto avanza, su llanto se agudiza. ¿Qué pasará por su mente cuando visita este lugar? Lleva toda la vida llorando a un padre que no recuerda. En 1971 tenía siete meses.
«Según lo que me cuenta mi familia, mi papá era una persona muy agradable, que le gustaba hacer muchas maldades. Dicen que le amarraba las pañoletas a mi tía para que chocaran.
«Dice mi mamá que él comentaba que cuando yo creciera me iba a llevar a pescar. A él le gustaba mucho pescar. Esas y otras tantas cosas no pudo hacerlas, justamente, porque lo asesinaron en plena juventud. No me dieron la oportunidad de disfrutar de su cariño ni de su amor.
«En cada cosa que yo hago, está presente mi papá. Hace más de 27 años soy miembro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias. El 12 de octubre siempre es una fecha triste para mí, porque recuerdo la forma en la que lo mataron; sin embargo, me siento orgullosa de saber que dio su vida defendiendo este pedacito de tierra.
«Estoy siguiendo sus pasos y estoy dispuesta, tal como lo hizo él, a defender esta tierra».
Boca de Samá es hoy una comunidad de revolucionarios, de gente que atesora su historia y se nutre de los recuerdos para continuar haciendo por la Patria. Yudirka es una de ellas, por eso decidió llevar en su cuerpo la firma del líder histórico de la Revolución.
«Fidel siempre fue mi ídolo. Cuando él murió, decidí tatuarme su firma. Él es mi ejemplo y, al igual que mi padre, siempre está presente en cada paso de mi vida».
Yudirka lleva en su cuerpo la huella de Fidel. Foto: Del autor.