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El rostro joven de la esperanza

En el impulso a la recuperación santiaguera ha sido decisivo el aporte de los noveles universitarios, que este 20 de diciembre celebraron 103 años de compromiso social de su organización, la FEU

Autor:

Odalis Riquenes Cutiño

 

SANTIAGO DE CUBA.— Cada puerta abierta en ciudades y montañas ha sido aluvión de historias ansiosas, disparadas desde la pérdida, el dolor, que ha encontrado el oído sensible, el abrazo, la orientación precisa, aun cuando el esfuerzo imberbe no alcance para aliviar tanta tristeza.

«Somos estudiantes y profesores de la Universidad de Oriente (UO) y apoyamos a la Dirección de la Vivienda en la confección de las fichas técnicas que les darán acceso a los materiales que necesitan para recuperar su vivienda…», repiten ante rostros expectantes.

Aunque hayan caminado kilómetros, cruzado ríos, combatido contra el fango; aunque el andar por calles angostas bajo el sol y el calor intenso les castigue, el tono es siempre el mismo y la disposición también: contribuir a impulsar las labores que hagan más expedito el camino de la recuperación, en una provincia cuyo fondo habitacional sufrió severas afectaciones tras el embate de Melissa.

Tienen conciencia de que en comunidades intrincadas son el rostro de la esperanza, la institucionalidad que llega para respaldar al delegado del barrio, demostrando que todos juntos saldremos de esta, a pesar de tanta devastación.

Historias del ir y venir

Más de una decena de comunidades santiagueras han sentido o sienten por estos días el paso de representantes de la comunidad universitaria.

Aún se empeñaban en la limpieza y acondicionamiento de sus campus y residencias, donde la furia de los vientos derribó árboles añejos, hizo volar las mantas de los techos, arrasó los ventanales, cuando a petición del Consejo de Defensa entraron en cayo Granma, la primera de las comunidades que les vio ir y venir.

«Antes de comenzar nos dieron una capacitación sobre cómo llenar las fichas y cuáles eran sus objetivos. El seminario fue en la mañana y al mediodía nos fuimos para el cayo. Así comenzó esta gran faena que dura hasta hoy, a pesar de que ya estamos en el proceso docente». Así lo explica el joven ingeniero hidráulico y profesor de la Facultad de Construcciones, David Alejandro Hernández Oliveros.

«Después del cayo, volvimos a El Cobre, y digo volvimos porque ya habíamos estado apoyando en la limpieza y recogida de escombros en el poblado cabecera, también por petición del Consejo de Defensa. Con el llenado de las fichas abarcamos todo el Consejo Popular, que incluyó Hongolosongo, Río Frío, La Caoba y parte de El Castillito.

«En La Caoba fuimos los primeros en entrar, pues el acceso quedó bastante dañado. Allí, un grupo de diez compañeros, tras mucho caminar porque las viviendas no están una al lado de la otra, visitamos 197 casas ese día. Nos anima la intención de poder llegar a la mayor cantidad de viviendas posible, por eso en Hongolosongo, Río Frío, casi llegamos hasta Dos Palmas a pie.

«También estuvimos en Siboney, Verraco, San Juan, el reparto 30 de Noviembre… y a petición de la dirección del Gobierno y el Partido del municipio de Contramaestre, fuimos a Baire, una zona bastante afectada. Nos repartimos en las cinco circunscripciones y logramos abarcar 210 de las 296 viviendas dañadas.

«En el centro de la ciudad llegamos hasta Marialina, Chicharrones, y aún nos mantenemos trabajando en el reparto Flores; de hecho, esta semana, como parte de las actividades por el aniversario 103 de la fundación de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU), que conmemoramos este 20 de diciembre, volvimos a Flores».

David Alejandro confiesa que nunca olvidará las vivencias de tantas casas completamente en el piso en Baire, ni el ingenio de quienes con una tejita aquí y un poco de madera allá, armaron soluciones alternativas.

Caminar, caminar, caminar

Como sus compañeros, David Alejandro nunca se imaginó llenando fichas para reconstruir viviendas, una experiencia novedosa que muchos asumen como un reto y que, desde el vigor de la juventud, convierten en fraternal competencia.

«En ocasiones —cuenta— llegamos a las comunidades y les dijimos: entréguennos 40, 50 planillas, que se las vamos a hacer en dos horas. Y es que como le cogimos cariño a la tarea, tratamos de dominarla lo más rápido posible y, sobre todo, tenemos claro el concepto: estamos allí para cumplir una misión y tenemos la disposición de llegar a todo el mundo; si eso implica caminar, pues caminaremos.

«En Río Frío, el cartel que delimita a los municipios de Santiago y Palma Soriano apenas se veía desde donde estábamos, pero hasta allá fueron nuestros compañeros, porque quedaba una vivienda, y si esa era la última casa del municipio de Santiago, teníamos que llegar a ella.

Comunidades de la ciudad y la montaña han tenido el apoyo de los estudiantes y profesores de la UO. Foto: Ramiro Remón

«Y eso, subiendo y bajando lomas, cruzando ríos, enfrentando al fango que llegaba hasta casi el nivel de mis botas de agua. A veces daba un paso, el pie salía pero la bota quedaba pegada al fango. Sin duda, nuevas rutinas que disfrutamos conscientes de que estamos cumpliendo con una tarea delicada y muy necesaria».

Experiencias para crecer

Al decir de David Alejandro y muchos de sus compañeros, el hecho de que estudiantes y profesores de diversas especialidades se juntaran en esta tarea amplió el espectro de la mirada a un tema de tanta sensibilidad y les hizo crecer como jóvenes.

«El que fuéramos grupos multidisciplinarios —refiere David Alejandro— nos propició interactuar mejor entre nosotros; asimilar de las técnicas de los otros, aprender».

A la profesora de la Facultad de Derecho, Saray Echavarría Reyes, el momento le demostró que un grupo de jóvenes puede funcionar como un puño unido.

Estudiantes y profesores apoyan a la Dirección de la Vivienda en la confección de las fichas técnicas para los damnificados. Foto: Ramiro Remón

«A mi vivienda no le pasó nada, pero en mi equipo había muchos que sí tuvieron afectaciones en sus casas y se olvidaron de sus problemas para ocuparse de los de otras personas.

«Llegamos y encontramos a personas ansiosas de contarnos sus historias, las tranquilizamos y escuchamos. Sentí que mi juventud tenía fuerza, que servía para mucho más que ir a un acto, aprobar con buena nota una asignatura, y que en cualquier momento la juventud está».

Fue en nombre de esa empatía que insistió para que una vivienda de El Cobre que reconoció sin techo y cuyos moradores no estaban, no quedara sin su ficha. «Cuando entregamos los documentos alertamos, y no estuvimos tranquilos hasta saber que se envió a otro compañero a hacer el reporte».

La satisfacción de ser útiles

Al estudiante de 2do. año de Derecho, Antonio José Camué Torres, le impactó el contacto con zonas en situación de extrema vulnerabilidad.

«Me estremeció llegar a esos lugares y ver a niños, ancianos, personas con una situación económica muy difícil, incluso, afectados de eventos anteriores, viviendo en lugares tan intrincados.

«En Baconao conocimos de un señor ciego al que las aguas le habían obligado a mover su casa tres veces, cuya vivienda está tan lejos que, de no ser por una disposición como la nuestra, nunca habría recibido ayuda», apunta.

Por eso, el dirigente estudiantil, que igualmente ha sido protagonista en la recuperación santiaguera desde la UO, se lamenta de que en algunas comunidades no siempre funcionaran los vínculos con la base. «En muchos lugares no nos esperaban, y nos dolió mucho dar varias casas como cerradas, lo que pudo evitarse con una mejor coordinación», insiste el futuro jurista.

La mayor satisfacción, el mayor aprendizaje —coinciden los noveles— está en la posibilidad de sentirse útiles en un momento tan difícil. «El hecho de saber que aportamos —insiste David Alejandro— nos dio fortaleza, conocimientos para decir que si nos llaman otra vez hay que volver, pues se trata de contribuir a que cada familia afectada pueda de nuevo armar su casita».

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