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Elogian en Camagüey al conjunto Arlequín

Integrado por más de cien niños y adolescentes despierta asombros y sonrisas en plazas, parques y teatros

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Entre siete y 12 años oscilan las edades de estos niños. Foto: Milagros Hidalgo Quintana «De la mañana a la noche/ de la noche a la mañana/ me siento muy seguro/ porque tengo mi pavana...». Musicora interpreta esta canción del Camagüey de antaño, mientras los bisoños arlequines se tornan gigantes dentro de sus pequeños trajes. ¡Qué fácil desempeñan las complicadas coreografías! ¿Serán duendes del tiempo? Toda pregunta cabe en esta noche, por asombrosa que resulte, pues en el aire se respira magia: el Conjunto Artístico Arlequín, de la Oficina del Historiador de la Ciudad de Camagüey, rebasa las siete primaveras.

Insuflar aliento a las tradiciones y valores de una cultura local legendaria es su objetivo, y por eso la tropa se educa en la historia y arquitectura agramontina, para que transmitan a sus familiares la sabiduría que resta poder a la ignorancia en el rico patrimonio.

Tienen entre siete y quince años, y viven como una gran familia, entre actuaciones, pinceles, danzas, literaturas y canciones. Todos hablan agradecidos del Conjunto: «Es lo más grande que tengo —afirma Camelia Pérez, la de mayor experiencia a sus 14 años, quien sueña con convertirse en bailarina profesional—. Me estimula a enseñar a los demás... eso me compromete a dar el ejemplo en el baile y en la disciplina».

Leydis Nieto cursa el tercer año de Danza en la Escuela de Instructores de Arte Nicolás Guillén, por lo que su colaboración resulta oportuna para elevar la profesionalidad del grupo. «En Arlequín nací y me formé. A él le debo todo lo que soy. Bailar entre niños me hace integral», asevera.

LOS NIÑOS MÁS ADULTOS, Y VICEVERSA

Un proyecto como este, abarcador e inmenso en su valor humano, exige de hombres y mujeres capaces de romperle muros al tiempo y construirle plazas al corazón. Hilda Rosa Torres, coordinadora general del Conjunto, explica cómo el proyecto ha superado arduas faenas para obtener éxitos, y aunque hoy sus integrantes gozan de un palpable reconocimiento social, la labor no acaba: «Nunca pensé multiplicarme como madre y tener más de cien hijos».

El instructor de teatro Cecilio Montejo halló dentro de sí las energías del pequeño Hércules, pues además de funcionar como Director Artístico de todo el Conjunto, es el Metodólogo Provincial del Centro de Casas de Cultura en su especialidad. «Los ensayos agotan, exigen disciplina y preparación, pero no me pesa, porque los niños también sacrifican horas de juego para lograr una buena actuación», comenta.

«El vínculo entre las distintas manifestaciones es estrecho: hemos montado obras complejas como La guarandinga de Arroyo Blanco, Loquicuentos y arlequines y Los caprichos de Vicenta. Todas apelan al rescate de nuestras tradiciones, y en ellas insertamos desde las llamativas piruetas o las creaciones plásticas y literarias, hasta los ritmos de voces y tambores».

Niurka Taupier se estrenó como instructora coral en Arlequín. Con sus esfuerzos ha cosechado el amor de sus alumnos. «Siempre deseé trabajar con niños. Ellos son los protagonistas indudables del coro, pues en él las interpretaciones se ajustan a sus preferencias, priorizando, por supuesto, el repertorio de músicos que resalten los valores de la provincia», precisa.

El proyecto, creado por Yadira Molina, cuenta además con el apoyo de importantes instructores como Idania Mirón, al mando de las artes plásticas y el asesor literario Ramiro Fuentes. Osmany Fustiel confiesa que su reto principal es convertirse en niño durante cada función, que no han sido pocas desde que en el 2001 debutó al frente del popular grupo infantil de danza.

«Comenzamos como un taller de superación y con el paso del tiempo he tenido que investigar y superarme. Hoy tengo total confianza en mis muchachos: No dudaría en entregarles la dirección ante cualquier público o escenario. Con ellos soy tan amigo como profesor... Esta es mi vida, es la manera de ver realizados mis sueños de infante».

UN ARLEQUÍN JOVEN PARA UN CAMAGÜEY AÑOSO

La ciudad de los tinajones parece incorporar en este su cumpleaños quinientos, otro epíteto lleno de gracia: la Ciudad de los Arlequines. A golpe de hechizos, estos «magos» forjan una impresión inolvidable en sitios cada vez más diversos dentro de la colonial arquitectura urbana.

Desde el Parque Ignacio Agramonte, atravesando las plazas de El Carmen, de los Trabajadores y San Juan de Dios, visitando el patio de la Casa Natal del científico Carlos J. Finlay y culminando en el escenario del prestigioso Teatro Principal, anda el Arlequín adueñándose del futuro.

Muchos se han unido a favor de que así ocurra. El Ministerio de Educación, el grupo teatral La Edad de Oro, la Unión de Jóvenes Comunistas, grupos musicales como Rumbatá y Coral Negro, y sobre todo la Organización de Pioneros José Martí, sienten muy de cerca lo que en el Conjunto está aconteciendo.

La añeja villa cuenta con un Arlequín dispuesto a alegrar sus memorias: La María Caracoles que muchos bailaron durante la década prodigiosa hoy vuelve renovada. Repican los tambores, las voces toman colores, la trompeta se distingue, el mozambique estalla y deja caliente la pista para un baile de chancletas que retumba en el entorno de la Plaza del Carmen. No falta entonces el asombro de quienes al ver tanta pequeña maestría se retiran convencidos de que las costumbres están a buen resguardo.

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