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El escritor Jorge Ángel Hernández afirma ser un «contracorriente»

Capaz de proponerse el reto de «noquear a Retamar» y seguir la rígida disciplina carpenteriana, el artista trata de influir con su obra en el mejoramiento humano

Autor:

Juventud Rebelde

Quizá pocos lo conozcan por su nombre completo. Desde que Sigfredo Ariel lo bautizó con las iniciales de sus apellidos, responde al apodo sui géneris de dos letras que fusionadas pueden prestarse a otras interpretaciones. Jorge Ángel Hernández Pérez, «Hache» para sus amigos, es de esas personas que te hechizan con sus dotes de orador y te permiten escudriñar en su existencia sin el temor de descubrirlo intranquilo, perfeccionista, hipercrítico. Capaz de proponerse el reto de «noquear a Retamar» y seguir la rígida disciplina carpenteriana, pertenece a esa «plaga maldita» —como dice uno de sus personajes en Carmen de Bisset— que vive para convertirlo todo en escritura.

«De pequeño, leí a Vallejo sin entenderlo. Luego los talleres literarios canalizaron mi vocación. Empecé tratando de noquear a Retamar, que aparecía con frecuencia en la televisión y yo decía: si este señor escribe estos versos tan sencillos, ¿cómo no voy a poder yo hacer uno igual? Por suerte mis primeros poemas se perdieron. No solo eran de avergonzarse, sino que hubieran servido para expulsarme de la literatura de por vida».

Entre sus libros publicados (en total suman trece), aparecen en poesía: Relaciones de Osaida (1989), premio Fundación de la Ciudad de Santa Clara; Paisajes y leyendas (para niños y jóvenes), Ediciones Capiro, 1991; Las etapas del odio (Ediciones Capiro, 2000); y Criaturas finitas y contables (Unión, 2006).

La Parranda (Fundación Fernando Ortiz, 2000) y Ensayos raros y de uso (Sed de Belleza Editores, 2002) son algunos de sus textos teóricos. Dentro de sus novelas están La luz y el universo (Editorial Oriente, 2002), Carmen de Bisset (Editorial Letras Cubanas, 2004) y El callejón de las ratas (Ediciones Capiro, 2004). Actualmente escribe la columna Semiosis (en plural), de Cubaliteraria, y edita la publicación de crítica cultural Hacerse el cuerdo, que aparece en formato digital.

Ostenta, entre otros, el premio Razón de Ser de la Fundación Alejo Carpentier y el Premio José Soler Puig de la Editorial Oriente, 2001 (novela).

—¿Siente la influencia de otros escritores en su obra?

—Sí, a veces hay escritores que no leo para que las influencias no se noten demasiado, como Cortázar, Alberto Moravia, Carpentier. De este último mantengo esa rutina de creación que empieza bien temprano en la madrugada. A todos trato de usarlos no como norma, estructura o estilo, sino como savia de la literatura que hago.

—Imagino que entre los motivos temáticos que la definen existan marcas referenciales a su pueblo natal...

—Sí, muchas. Por ejemplo, El callejón de las ratas es una novela que recorre la historia de Vueltas en el siglo XX. Desgraciadamente la historia se nos ha globalizado en su comprensión y hemos perdido el papel de las localidades. A veces se cumple eso que en broma llamamos fatalismo geográfico.

—¿Qué otros temas se vuelven recurrentes en ella?

—La necesidad de que las personas tengan un reconocimiento por igual, no importa de donde provengan. El tema familiar. La realización en lo que desde hace mucho tiempo se llama amor y no le decimos así porque se ha viciado.

—¿Pudiera hablarse en su escritura de un método para lograr una conexión universal a través de referentes provincianos?

—Soy un lector universal. Ese sentido de lo universal lo aprendí de Carpentier y trato de mantenerlo para aspirar a que me lean más personas. Los que escriben desde una localidad no deben limitarse al provincianismo.

—El Callejón de las ratas fue considerada una novela impura desde el punto de vista genérico. ¿Por qué la necesidad de apoyarte en otras áreas de la creación: la poesía, el ensayo, incluso el teatro?

—Comencé igual que todos los de mi generación por la poesía, pensando que ayudaba a mejorar a las personas, y nos costó mucho trabajo llegar al reconocimiento. Sufrimos una resistencia normal a los ímpetus de renovación literaria.

«El hecho de explorar otras áreas de la creación tiene que ver con mi personalidad inquieta. Me gusta experimentar. Creo hay temas que funcionan mejor según determinado género. Hay una serie de ideas que necesito del ensayo teórico para decirlas. Si están los géneros y el tiempo que los ha fusionado, simplemente me he dedicado a probar con varios. Tiene que ver también con un poco de autosuficiencia. Me creo que puedo hacerlo todo».

—¿No teme que el lector lo descubra bajo la piel de alguno de sus personajes?

—La mayoría de las cosas con las que me relacionan las tomé de otro, aunque saqueo mucho de mi vida para la literatura. Casi nunca pongo algo tal cual. Quizá la más autobiográfica de mis obras sea La luz y el universo. Parte de una escena que mi memoria de niño no ha podido borrar: vi a mi padre apuntándole a mi madre con una pistola, exigiéndole que se fuera de la casa que le habían entregado por haber sido un luchador clandestino, porque ya no quería que su esposa y sus hijos siguieran viviendo con él. En El callejón..., algunas de las cosas que pasan en la beca sí pueden ser de cierto carácter autobiográfico, aunque a mí no me pasó lo mismo que al personaje en la novela.

—Después de la experiencia con la revista Umbral, ahora emprende un nuevo proyecto con Hacerse el cuerdo. ¿Surgió esta publicación como una inquietud personal respecto al tema de la crítica?

—Hacer una revista es muy difícil. Exige mucho tiempo y energía que uno desea dedicarle a la escritura. Hubo un momento, en ese sentido, que Umbral se hizo un poco tiránica, aunque fue para mí uno de esos grandes amores de los que me he tenido que separar. Creé Hacerse el cuerdo para promover la crítica. Pienso que estamos muy necesitados de ella. Por eso la cultura del debate muchas veces no fluye en Cuba.

—¿De qué literatura cree que estamos necesitados hoy?

—De aquella que le preocupen las cosas que nos están pasando. La de los últimos tiempos está demasiado preocupada en convencer a grandes multitudes. La literatura solo piensa en cumplir cánones editoriales. Claro, no quiere decir que el mercado no sea importante.

—¿Continúa viendo el arte y la literatura como ese vehículo de transformación hacia el mejoramiento humano?

—Sí. Debe funcionar para eso aunque los aires postmodernos traten de decirnos lo contrario. Sigo siendo un dinosaurio en ese sentido. Soy un contracorriente que trato por lo menos de hacer la mía con ese fin.

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