Para Brayan ser profesor es una labor abnegada. Autor: Del Autor Publicado: 17/06/2025 | 09:32 pm
CAMAGÜEY.— El Peque, el Pequeño, el Chiqui… son solo algunos de los apodos de Brayan Esquivel Viamontes, futuro profesor de Matemática, quien anda con pasos muy certeros en el bello y sacrificado mundo del magisterio. Lo descubrí una tarde calurosa, vestido con su uniforme azul, mientras andaba ágil hacia su beca estudiantil, en la Escuela Pedagógica Nicolás Guillén, de esta ciudad.
En medio de los ajetreos de un horario bien ajustado a la cotidianidad de sus estudios y al rigor de impartir clases, El Peque accedió a esta entrevista amablemente, aunque hubo que sacarle unas cuantas palabras con «pinzas», como se dice en buen cubano. Con solo 16 años, el futuro maestro dijo a Juventud Rebelde: «Estoy en lo que más me gusta hacer. Y la verdad es que me siento súper cuando entro a un aula».
Nacido en la muy distante comunidad de La Gloria, en el municipio de Sierra de Cubitas, Brayan asegura que su diminuta estatura, de tan solo un metro y 30 centímetros, no es impedimento para ser amigo de sus alumnos. «Y mucho menos para que se me respete como el profe de Matemática», subrayó este jovencito mientras sus compañeros lo escuchaban con atención.
—¿Cómo logras la disciplina?
—Cuando entro al aula por vez primera es verdad que percibo asombro y hasta miradas extrañas, nunca burlas y lo digo con el corazón. Y todo, absolutamente todo, lo entiendo, porque no siempre se tiene a un maestro tan pequeño. Yo nunca lo tuve. Luego les explico con sinceridad: «Soy su amigo, pero también su profe».
«A veces me río solo, porque impongo respeto con una cara tan seria que hasta yo me asusto», narra este adolescente, con más agallas que un fornido y esbelto pepillo de la Nicolás Guillén.
—Brayan, sin dudas, tu profesión supone un desafío…
—Sí, para todos, para los que ya están impartiendo clases, y para los futuros, los que se iniciarán, los que se están formando como yo. En mi caso no hay diferencia. Nunca he sentido desprecio ni bullying. Y eso dice mucho de nuestros muchachos y muchachas, y de nuestra sociedad. Lo digo con total franqueza. Impartir clases no es fácil, pero tampoco imposible. Hay que darle y cogerle la vuelta al aula y sumar a los alumnos a los procesos docentes.
—Escogiste una asignatura de la que no pocos rehúyen y hasta temen. ¿Cómo te las arreglas con los más jóvenes?
—Ella me escogió a mí. Aprendo de las matemáticas todos los días, porque ella es la vida misma, y esa es mi fuente para enamorar a los alumnos. Desde la vida la enseño, con ejemplos cercanos a los muchachos. Ciertamente, hay que estudiarla mucho, pero si la haces más cercana a nuestras vidas, entonces se vuelve atractiva. No todos seremos matemáticos, aunque las matemáticas sí están en todos nosotros. Y eso lo tengo muy claro.
Intranquilo y hasta un tanto cansado, el Chiqui me pide un descanso, una tregua. «No me gusta hablar, sino los números y calcular», refiere asustado y con cara de estar en aprietos. Yo cedo ante su reclamo, mientras le robo instantáneas, las cuales disfruta discretamente, pensando que son selfis entre amigos y amigas, quienes a su vez no se apartan de él, y lo embullan, lo convencen para continuar la entrevista.
En eso lo sorprendo con esta pregunta: ¿Y la familia, Brayan?, insisto una vez más.
—Lo es todo para mí. Soy único hijo, y mamá, Damisela, y papá, Jesús, son mis ejemplos. Ellos me apoyan a seguir con mis proyectos. Desde que era un niño ambos sabían mi preferencia por los números, y cuando llegó el momento de elegir me animaron. Y aquí estoy, convirtiéndome en un profesor.
—Si pudieras cambiar algo en tu vida…
—Nada, absolutamente nada. Me acepto y me aceptan tal cual soy. Siempre he tenido las mismas oportunidades, derechos y deberes, amores y desencantos, pero la vida es de todo un poco. Muchos y muchas me malcrían. Los amigos y amigas, profesores, vecinos, familiares, novias y hasta quienes no conozco también me sonríen y así llevo la delantera.
Agradezco a la vida mi salud, mis energías y por tener una familia extraordinaria. ¿Qué más puedo pedir? Sí, soy feliz.