Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Testimonio del único cubano que sobrevivió a la masacre fascista en Guernica

Autor:

Julio Martínez Molina

El cienfueguero Jorge Eduardo que hace 70 años presenció el atroz bombardeo a esa población, termina un libro sobre el genocidioCienfuegos.— El 26 de abril de 1937 aviones de la Legión Cóndor alemana, con la venia del dictador Francisco Franco, arrasaron la indefensa población vasca de Guernica, mediante un bombardeo de varias horas con más de 3 000 proyectiles incendiarios y bombas de 550 libras. 

Significativa plaza histórico-cultural del País Vasco, la ciudad —bajo control de las fuerzas republicanas— al momento del ataque constituía un resorte estratégico para contener el avance franquista durante la Guerra Civil Española.

Un famoso periodista de origen sudafricano, llamado George Steer, denunció dos días después el genocidio en la primera plana del New York Times y el Times, de Londres.

Como ha dicho Ricardo Bada en espléndida crónica dedicada a Steer: «Gracias a su veracidad, el montaje mendaz urdido por el régimen nazi y la propaganda franquista se vino abajo: fueron aviadores italianos y alemanes quienes causaron la hecatombe, quienes ametrallaron en vuelo rasante a la población civil en fuga, quienes dejaron ese rastro cainita en la ciudad sagrada de los vascos».

Jorge Eduardo Elguezábal Martínez, nacido en el central Soledad, en Cienfuegos, un 22 de octubre de 1925, es la única persona viva de la familia cubana que presenció hace 70 años el ataque a Guernica, reflejado por Pablo Picasso en su célebre pintura homónima.

Jorge Eduardo prepara un libro sobre el genocidio cometido en Guernica   —¿Por qué se encontraba allí ese día?

—Mis abuelos, mis padres, hermanos y yo partimos para España en 1932, por razones de enfermedad del abuelo, nacido en La Coruña, Galicia. A él lo lastimó mucho su duro trabajo de herrero, profesión que en aquellos años tenía gran importancia y resolvía muchos problemas.

«Pero la fragua y el martillo son muy violentos. Los médicos le recomendaron un país frío; estuvimos cuatro años en Estados Unidos antes de marchar a Europa. Permanecimos tres años en una aldea gallega antes de llegar a Guernica, en 1935. Yo, el menor de tres hermanos, tenía diez años».

—¿Cómo transcurría su vida en Guernica?

—Nada bien, de veras. Nosotros pasamos hambre y frío (pero hambre y frío de verdad) durante dos años. En ese período solo comí carne en una sola ocasión; vivíamos a base de garbanzos y mendrugos de pan.

«Mi padre iba por el campo a ver si encontraba algún yerbajo, y mi madre lo metía en aquel caldo imborrable para hacernos la idea que comíamos; yo, como era el más pequeño, era el único que se acostaba por la noche con algo en la barriga... a veces.

«Mis hermanos Casimiro y Luisa, como mi madre María Luisa y los demás, se dormían en blanco todos los días. No podíamos recibir ninguna ayuda del resto de los parientes en Cuba, porque el norte de España estaba bloqueado».

—¿Qué estaba haciendo usted en el instante del bombardeo?

—Nosotros casi todos los días íbamos al refugio que nos correspondía cuando sonaban las alarmas. El sitio estaba más o menos a tres cuadras de la casa.

«Ese día, el 26, como otro cualquiera, fuimos para allí al atardecer. Coincidió con una jornada de feria en la ciudad; si bien era poco lo que se hacía, por la difícil situación económica, siempre algún campesino traía su animalito y lo intercambiaba o lograba vender.

«Arribamos al refugio con las bombas cayendo. Los campesinos del ferial, quienes se encontraban precisamente de frente a la plaza, también se metieron con nosotros. Cabían cerca de 600 personas en los distintos refugios, pero en el nuestro había ese día más de mil.

«Todo empezó un poco después de las cuatro de la tarde. Permanecimos otros tres días encerrados, aunque pasadas las siete del propio 26, al interrumpirse el ataque aéreo, salimos a investigar que había pasado».

—¿Qué vio a su salida? ¿Cuál fue su impresión?

—He guardado en la memoria con extrema nitidez aquel momento. El escenario era inefablemente cruel. No recuerdo nada en la vida como eso, nada. La gente gritando, llorando, abrazándose y preguntándose por sus hijos, hermanos y padres.

«Eso se dice fácil, pero hay que vivir ese momento, con muertos de todas las edades a tu lado, animales descerebrados, miembros humanos arrancados, heridos por doquier, todo absolutamente incendiado, sin nada a la vista que estuviera apagado. Mi mamá me abrazaba...

«No creo que mis palabras puedan llegar a reflejar exactamente aquella masacre que tengo ante mis ojos ahora mismo, pues se trata de algo que jamás olvidé, ni siquiera un solo fragmento.

«Guernica quedó destruida en más de sus tres cuartas partes, dicen los historiadores, pero yo, que la recorrí de cabo a rabo después de la catástrofe, te puedo decir que fue en un 99 por ciento.

«Tres instalaciones quedaron en pie: la Casa de Juntas, la Iglesia de Santa María de Guernica y la Fábrica de Pistolas y Platería. La última era propiedad de un rico propietario franquista, el clero español apoyaba a Franco... más claro ni el agua».

—¿Perjudicaron las bombas nazis en el orden físico a alguno de los suyos, o a amigos o conocidos?

—Mi hermano no murió ese día por un milagro. No fue a su puesto de trabajo, una imprenta sepultada para siempre, donde no sobrevivió ninguno de sus obreros, amigos nuestros; y ni siquiera aparecieron sus cadáveres.

«Hubo más de 2 000 muertos, aunque fuentes del gobierno declararon 1 600, y otras hablan hasta de menos. Se barajan varios cálculos; mas nadie en verdad lo podrá saber nunca».

—¿Le brotan remembranzas?

—Con lo que sucede en Iraq siempre me viene a la mente aquella masacre. Veo un Guernica repetido cada noche en mi televisor. Me pongo en el lugar de esas pobres personas, al pensar que mi familia sufrió afectaciones nerviosas por espacio de cerca de 20 años luego de retornar a Cuba, cada vez que escuchaba una sirena o alguna campana.

—Usted ha estudiado el hecho histórico profundamente. En un documental que le hiciera la televisión, consideró que Guernica supuso un experimento y además devino punto de inflexión en la concepción bélica germana. ¿Por qué lo considera así?

—El bombardeo de Guernica lo determina la alta cúpula alemana, quien le ordena al jefe de la Legión Cóndor en España que escogiera un pueblo para ver cómo reaccionaban las mujeres, los hombres y los niños ante un bombardeo.

«La intención era comprobar el modo de responder del pueblo, por lo que en realidad se trató de un infernal experimento nazi.

«Allí no existía medio defensivo alguno. Un tristemente célebre general fascista, depravado hasta el delirio, se burló de esta manera: “A las guerniquesas jóvenes les tiraremos bombones”.

«La Legión Cóndor tenía su base en la zona septentrional de España, en Vitoria. Allí radicaban los hangares de sus aviones de última generación, que necesitaban probar antes del comienzo de la II Guerra Mundial.

«El periodista norteamericano Herbert

Matthews lo consideró el prototipo del bombardeo totalitario.

«Según el profesor Ludger Mees, historiador y vicerrector de la Universidad del País Vasco, “Guernica fue un banco de prueba de las estrategias militares nazis, de sus tecnologías, de sus aviones, de sus bombas”. O sea, Hitler utilizó este ataque para preparar su propia maquinaria militar para lo que muy poco después desataría».

—Lleva algún tiempo redactando un libro. ¿Cómo estructuró el volumen, qué elementos puede adelantar?

—Este año, con motivo del aniversario 70 de la matanza, se firmó la Declaración Guernica por la Paz, en cuyo texto se afirma que el acontecimiento es un espejo en el que hoy se retratan los bombardeos de injusticia que lo recorren y nos permite ejercitar la empatía con las guerras abiertas hoy, en nuestro planeta.

«Creo que las nuevas generaciones deben conocer con más nivel de detalle, con datos de primera mano, una experiencia tan aterradora como aquella que, por desgracia, tiene imitaciones sistemáticas en el contexto actual. Mi libro guarda el propósito de que permanezca vivo en el recuerdo el sentido genocida de las guerras imperiales.

«Comienza en el central cienfueguero Soledad, donde viví mis primeros años. Está enfocado desde la perspectiva de esa familia cubana, la mía, que por las razones explicadas se vio precisada a dirigirse hacia España en la década del 30, aunque lógicamente su núcleo es el preámbulo, desarrollo y posterioridad del bombardeo.

«Recreo además toda la etapa anterior a nuestra llegada allí, e incorporo copioso material fotográfico y postales originales de sitios fundamentales de la localidad vasca, así como muchos dibujos de lo que aún rememoro.

«Además, añado el retrato del roble, símbolo de las libertades de esa villa, y único árbol que quedara en pie después de la larga jornada de ataque aéreo que dejó tantos muertos, entre estos niños de la escuela donde yo estudiaba.

«Pero también, a la manera de notas de color, me refiero al modo de vida de los moradores de la región, sus costumbres (consumían un pan fabricado por ellos mismos que podía durar entre 15 y 20 días), su anecdotario folclórico, sus leyendas rurales...».

—¿Hasta cuándo abarca el arco temporal del texto?

—Concluye con nuestro regreso a Cuba, a inicios de la década del 40. Lo demás no consideré necesario insertarlo.

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