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Chavarría y la seducción por la palabra

Autor:

Juventud Rebelde

Un escritor cubano-uruguayo émulo de Jean Valjean, guerrillero y maestro del autoengaño —llamémosle un seductor de la palabra— ha liberado centenas de cuartillas de la rígida descripción autobiográfica y las ofrece hoy como sus memorias, páginas donde ha apresado la «primera» historia novelada de su vida y que constituirán, sin duda, un hito en el catálogo de la editorial Letras Cubanas durante las jornadas de la 18va. Feria Internacional del Libro de Cuba, en La Habana.

Al decir «cubano-uruguayo» se infiere obviamente Daniel Chavarría, el Chava, como le nombran también sus amigos. Este ser humano enorme de estatura y corazón, nacido en 1933 en la República Oriental del Uruguay e hijo adoptivo de Cuba, se desdobla en la narración como espectador crítico de sus causas y azares y penetra en lo profundo de sus cicatrices. En lo sucesivo, no lo veremos solo como autor de literatura policiaca o de espionaje, sino en la urgencia por desplegar con desenfado su álter ego y entregárselo a todos cuantos deseen descubrirlo por dentro.

Prefiero centrar mi apreciación desde el camino del análisis literario en lo ético-valorativo, sin usar metalenguaje, pues este libro infiere un documento sociológico e ideológico desde la primigenia lectura, cuando me permitió alcanzar una visión ampliada del horizonte ideotemático del autor, y presumí que aquella tarea no le hubo de resultar fácil, si se tiene en cuenta el poder de distanciamiento al que debió someterse durante el proceso creativo. Esto es muy valioso para quien se interne en los angostos caminos del género emergente de la autobiografía, amén de los riesgos que implica el ser observado o mostrar su verdadero rostro bajo atmósferas y circunstancias no siempre propiciatorias. Para llevar a vías de hecho ese «juego» y salir airoso —como él sale en este libro—, se impone ser muy sincero, mantener la cordura a la hora de contar sobre sí mismo, y hacer girar el dedo índice en el aire sin mirar atrás, como si entonara una estrofa de un tango que reza: «... y el mundo sigue andando...».

No trataré de convencer a los lectores de Chavarría con perogrulladas. Son lectores inteligentes que antes han disfrutado novelas suyas, tales como La sexta isla y Adiós muchachos. Se trata de proponerles una obra sin contarla, tarea difícil respecto a unas memorias que vistas a través de la «teoría del iceberg» resultan tener en la cúspide un individuo muy crítico —también consigo mismo— y en la base, un complicado escenario donde se arriesga a ser controversial debido a la inclusión de personajes con referente novelesco pero vivos, o a entresijos muy apegados a sus momentos de vida. Así se se deja ver desde el Río de los Pájaros, paraje sureño donde naciera en un ambiente de emigrantes; luego como guía de museo en España u obrero metalúrgico en Alemania, para finalmente escapar de Europa en la bodega de un barco. Más tarde, como buscador de oro en Brasil o signatario en otros oficios encontrará personas con la pureza del alma americana, gente ante cuyos ojos cambió este mundo para peor, que no pide retribución a cambio de los actos heroicos porque sus ideas insisten en que todo no se perdió. Esa virtud del alma americana referida es la misma que se extiende hoy por todo el continente, la del pensamiento guevariano. Y es en ese acto de fe donde radica el principio de la seducción ejercida sobre el lector en Y el mundo sigue andando..., pues difunde un brillo debido al cual, uno no se puede desprender de este libro hasta completar su intención final: conocer adónde vendrá a parar este hombre, aunque todos sepamos que persevera aquí entre nosotros, con el anhelo de los utópicos senderos de las guerrillas americanas y la nostalgia por las aventuras. Este amante del tango, la literatura y los ideales garibaldinos, a quien siendo niño Los tres mosqueteros lo harían un francófilo, un día, con otra mirada, captó la injusticia poderosa contra Jean Valjean, y supo que la Francia del XIX era perversa, que los hombres tardarían en encontrar la libertad, igualdad y fraternidad.

Cuando las secuencias de la trama de estas memorias se involucran en escenas de amor con una caza-judíos en una travesía por mar y comienza a sortear las peripecias, y completamos las circunstancias reales de los motivos de Aquel año en Madrid, ya hemos sido tomados por la palabra, porque al decir de Soren Kierkegaard: «El seductor es un esteta, un erótico, que poetiza su vida y goza de este modo doblemente...». El mero hecho de autojuzgarla lo lleva hacia un estadio elevado de la transformación humana, con un pasado que existe ahora ficticiamente para el lector, porque lo creó en ese gozo del acto de escribir. Más adelante continúa sus travesías por Perú y Colombia. En Buenaventura, convertido en prófugo, nos domina con su intensidad al narrar la mayoría de edad en los intereses políticos. Se declara desde entonces de nuestra parte y detalla la Cuba profunda, al opinar sobre los cubanos como uno más y a través de audaces confidencias expone francas agudezas. ¿Que dónde, cómo y cuándo vislumbramos el límite entre realidad y fantasía en el discurso? Cada lector sabrá elaborar su respuesta. ¿Que cómo se desprende del yo-otro y vuelve en sí, para mantenernos impelidos hasta arribar al desenlace? Mediante el oficio.

El lector se verá irremediablemente urgido a peregrinar en su compañía a lo largo de extraños continentes, a no desatender los avatares hasta el final, cuando aparezcan rupturas y desbandadas que lo arrastrarán hasta Cuba, donde aún escribe, sueña con trashumancias, e imagina ver servida la pachamanca, mientras un dúo de bandoneón regala valses peruanos y filigranas tangueras.

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