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Un latido en el pecho

El tono coloquial de su estilo le granjeó el afecto de las multitudes y las críticas de numerosos académicos a ese gigante sencillo que fue Mario Benedetti

Autor:

René Camilo García Rivera

Hay quien piensa que la poesía es un código mágico, un soplo de Dios en la lengua de los elegidos; algunos la tratan como una llama elevada en el Parnaso, inalcanzable, frágil, damita de seda; pero otros la llevan en la palma de la mano con la naturalidad de un latido en el pecho. A este último grupo pertenece el uruguayo Mario Benedetti (1920-2009).

El tono coloquial de su estilo le granjeó el afecto de las multitudes y las críticas de numerosos académicos. Cede la condición estética en la lírica, le repetían con obstinación sus detractores; con equivalente insistencia, él los ignoraba. «Siempre me aconsejaron que escribiera distinto/ pero he decidido desalentar humilde/ y cautelosamente a mis mentores/ en consecuencia seguiré escribiendo/ igual a mí o sea/ de un modo obvio irónico terrestre/ rutinario tristón desangelado/ (para otros adjetivos se ruega consultar/ críticas de los últimos treinta años) / y eso tal vez ocurra porque no sé ser otro/ que ese otro que soy para los otros», se defendió en un poema de su plenitud artística, Otherless, publicado en 1991.

El libro Mario Benedetti. Antología poética, publicado por el Fondo Editorial Casa de las Américas en 2015, permite corroborar la coherencia del escritor, la uniformidad de su voz, en el largo período que transcurre entre 1948 y 1991. El volumen, con selección y prólogo de Juan Nicolás Padrón, incluye la mayoría de las más célebres composiciones del creador.

La compilación, organizada en forma cronológica, recoge esquirlas de 18 poemarios del uruguayo durante más de medio siglo. Mientras transcurren las páginas, seguimos el hilo de la vida sentimental y personal del autor de La tregua, así como de la historia del continente latinoamericano.

Los primeros textos denotan las ansias de la juventud, las aspiraciones esperanzadoras, tal vez se matizan con el presentimiento dramático de la sensibilidad, del tiempo futuro. Poemas de la oficina (1953-1956) así lo atestigua. En Sueldo se nota cierta desilusión, pues el joven se percata de que los sueños no caben en un sobre con papeles viejos; El nuevo, sumamente irónico, ácido, predice —y uno supone que en base a la experiencia propia— la corrosión espiritual y física del empleado novel a causa de lo rutinario, mientras la víctima permanece inocente, ingenua, «afilando la punta de los lápices»; sin embargo, no todo es melancolía o tristeza, Amor de tarde se presenta como un rayo de luz en la caja negra del hastío.

Luego llegan los poemas de la madurez, en los que el amor se transfigura, se vuelve más espiritual, y las tragedias empiezan a sucederle a uno mismo. La muerte de seres queridos, el envejecimiento, las dictaduras, el exilio. El tema social con prisma sur abunda entre los versos. Con agudeza, Benedetti penetra en temas recurrentes con originalidad indiscutible: los desaparecidos, las cárceles, el antimperialismo, el despojo de las tierras, las luchas populares, la corrupción —mal crónico entre los funcionarios del continente—. A esta última dedicó Decir que no, incluido en Contra los puentes levadizos (1965-1966).

«Ya lo sabemos/ es difícil/ decir que no/ decir no quiero/ ver que el dinero forma un cerco/ alrededor de tu esperanza/ sentir que otros/ los peores/ entran a saco por tu sueño/ ya lo sabemos/ es difícil/ decir que no/ decir no quiero/ no obstante/ cómo desalienta/ verte bajar de tu esperanza/ saberte lejos de ti mismo/ oírte/ primero despacito/ decir que sí/ decir sí quiero/ comunicarlo luego al mundo/ con un orgullo enajenado/ y ver que un día/ pobre diablo/ ya para siempre pordiosero/ poquito a poco/abres la mano/ y nunca más/ puedes/ cerrarla».

La poesía (lo poético), lo que ofrece Benedetti, puede ser más corruptor incluso que el dinero. Más que las manos, posee la facultad de abrir los ojos. Y esos sí hay que cerrarlos a la fuerza. Y a veces, después de ciegos, siguen mirando.

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