Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Yo nunca me alejé de mi país

«Uno dice mi Patria y a veces suena como una simple palabra. Patria es toda la vida, la vida en sí, la madre, los hermanos, la casa, la tierra... el mar...», le explicó una vez la prima ballerina assoluta a JR cuando el diario le preguntó el porqué de su apego a una tierra que, ahora que nos ha dejado físicamente, la llora

Autor:

José Luis Estrada Betancourt

Quienes me conocieron de pequeño saben que fui un soñador empedernido. Cada mañana me levantaba con un nuevo sueño. Tengo la sensación de que siendo un niño ya podía ver el futuro: sería científico, maestro, estudiaría en la fría Unión Soviética..., pero mi imaginaria bola de cristal, que arrastraba siempre conmigo cuando desandaba por el río Ahogapollos en mi Tunas natal, nunca me pronosticó que sería periodista; mucho menos de Juventud Rebelde, el diario que cada vez que podía salvaba de aquellas «amargas utilidades» que reiteradamente le daban en casa.

Mi bola de cristal tampoco me anunció que amaría con locura un arte que conocí gracias a mi abuela, la Niña, como le decían, quizá porque, anciana ya, se resistía al paso de los años. Aquella noche en que por su insistencia la acompañé al teatro Tunas y quedé rotundamente dormido en la mullida luneta, creí que viviría eternamente condenado a ser incapaz de disfrutar de un arte donde las bailarinas, montadas sobre sus puntas, estaban predestinadas a buscar en todo momento la gloria del cielo. Me equivocaba de plano. Cuando me rencontré con el ballet, motivado por Miguel González, amigo de andanzas en Bulgaria, matancero, estudiante de Química y devenido bailarín, ya no me pude alejar jamás de ese arte.

Conversando luego con mi tío Piro después que saliera a la luz De la semilla al fruto: la compañía, mi ópera prima y mi sincero homenaje a los fructíferos primeros 60 años del Ballet Nacional de Cuba, descubrí que Alicia Alonso formaba parte de mi existencia desde hacía muchos años.

Ahora me atrevo a contar, porque ya mi querido padre no está entre los vivos, que la prima ballerina assoluta nos salvó la vida. Cucú —porque muy pocos lo nombraban Máximo—, que amaba la «bolita» —como en Cuba se le llama a la lotería—, había quedado en una situación económica muy apretada, y cuando pensaba que el aire salvador no le estaba permitido, soñó que bailaba con Alicia.

Esa noche salió el 76 —que en la «bolita» significa bailarina— y sus deudas desaparecieron, como por arte de «la danza», para respiro de toda mi familia.

No resultó entonces extraño que mi regreso a la literatura «en grande» fuera con El mundo baila en La Habana, porque siempre he creído que mi tributo a la Alonso nunca será suficiente. A la Alonso y a esa Compañía que nos hace sentir orgullosos de ser cubanos. El nacimiento de El mundo baila en La Habana se lo debí nuevamente a esos amigos, muchos, que no han dejado de estimularme y, sobre todo, a Juana, mi madre adorable, quien con su buena energía debe de haber empujado sin cesar y con ternura mis dedos contra el teclado.

Justo la autora de mis días, la misma que le preparó a Alicia un tamal en cazuela con el punto que añoran los dioses, estuvo entre los primeros que me llamaron para darme con cautela la tristísima noticia. «¿Estás bien?, me preguntó, tal vez preocupada por las jugarretas que suele hacerme la presión arterial. «Murió, José, murió...». No tuvo que decirme más con esa voz que no tenía el brillo de costumbre. Sonaba apagada, porque conoce lo que la fundadora del Ballet Nacional de Cuba (BNC) y de la Escuela Cubana de Ballet, junto a Fernando y Alberto, significó para este simple mortal, porque sabe lo que representa para esta nación que la venera, que la ama.

Recuerdo que resultó muy difícil, por el calibre de las muchas figuras que participaron en las diferentes ediciones del Festival Internacional de Ballet de La Habana, decidir cómo iba a organizar las páginas de El mundo... Solo algo tenía claro: las abriría Alicia Alonso, la inspiración, porque sin ella seguramente ese libro no hubiera existido.

Hoy todavía anda conmigo la bola de cristal, que hace unos años se negó a decirme si aquellas entrevistas iban a lograr despertar en los lectores ese montón de sensaciones que un aspirante a escritor quisiera. Entonces me «conformé» con haber ayudado a contar, a través de De la semilla al fruto: la compañía y El mundo baila..., parte de una historia enorme y brillante. Sirvieron como mi más humilde homenaje a Alicia Alonso que pronto en la vida se ganó el don de la eternidad.

Ahora, en estas apenadas circunstancias, Juventud Rebelde me vuelve a ofrecer sus páginas para como tantas veces la celebramos, queden nuevamente en blanco y negro sus sabias y cubanísimas palabras, tomadas de los encuentros cercanos que tuve el privilegio de sostener con Alicia, para que la acompañen en su camino hacia la posteridad.  

—Alicia, ya usted había estudiado en la Escuela de Ballet de la Sociedad Pro-Arte Musical de La Habana, sin embargo, algunos piensan que la presentación de Alicia Márkova y Antón Dolin en Giselle fue lo que determinó que se uniera de por vida a este arte. ¿Cuánto hay de cierto en ello?

—Nada. El ballet me atrapó desde que aprendí el primer paso. Le cuento: cuando era pequeña, viajé con mis padres a España, y mi abuelo me pidió que cuando regresara trajera conmigo todos los bailes de la Península. Así que mi hermana y yo aprendimos la jota, la malagueña, la sevillana, el fandanguillo..., todo; también a bailar con las castañuelas. Me las ponía el día entero, tiquitiquitiqui..., y mi madre me decía: Niña, ven acá, y yo: tatatatatá..., le contestaba con ellas. Me encantaba. Sin embargo, me encerraba en mi cuarto con mi música a bailar una cosa rara que ni yo misma sabía qué era, con diversos movimientos, me ponía una toalla como si fuera pelo largo... Nunca había visto ballet, pero necesitaba de aquella música y aquellas creaciones. Era, sencillamente, una apasionada del movimiento, de la danza en general.

«Eso sí, cuando recibí mi primera clase de ballet en Pro-Arte Musical con el profesor Yavorsky y me aferré a la barra para hacer el ejercicio, sentí que algo supremo se apoderaba de mí. No quería detenerme por miedo a que aquella energía se me escapara. Para mí fue la vida misma. La peor penitencia que me podían poner en casa era: “No vas a la clase de ballet”. El mundo se me venía encima.

«Dentro del Ballet Theatre interpreté obras de Eugene Loring, de Lew Christensen, Antony Tudor... Luego, con la presencia de Márkova, empezamos algunos clásicos. Claro, después de verla interpretar a Giselle —ya yo era solista—, me dije: Ay, este es el ballet que más me gusta. ¡Cómo lo quisiera bailar!».

—Con dos operaciones realizadas en EE. UU., cualquier persona hubiera decidido abandonar el escenario...

—Mire, yo estaba «subiendo» en esos momentos con una rapidez tremenda; hacía ya papeles principales. Cuando me fallaron los ojos y me operaron la primera vez, estuve un mes en la cama. Como el médico me había dicho que podía empezar a bailar lo hice, mas todavía notaba alguna molestia. Volví a atenderme, pero esta vez el médico me dijo que tenía la impresión de que había ido demasiado rápido. Entonces tuvieron que intervenirme por segunda vez, solo que en esta  ocasión me ordenaron que viniera para Cuba a descansar.

«Cuando llegué aquí, después de estar un tiempo en reposo, tuve un accidente automovilístico, con lo cual se me desprendió de nuevo la retina, así que entré al salón por tercera vez. Entonces el médico me sentó y me dijo: Ahora tienes que estar muchos, pero muchos meses acostada sin moverte. Y yo le pregunté: ¿Con un año será suficiente? Bueno, doctor, estaré un año sin moverme, pero después me levantaré y bailaré. ¿Crees que lo puedas hacer?, se extrañó. Y yo, segura, afirmé que sí. Y cumplí con mi palabra. Movía las piernas, pero la cabeza la mantenía fija, porque no podía hacer fuerza. Fue duro, pero aprendí a bailar con el cerebro.

«Me ubicaba en Giselle e iba paso por paso en la coreografía, desde que se abría el telón y ella salía bailando hasta el final. Me lo representaba todo clarito, clarito. Me entrené a ver los ballets en mi mente como si fuera el público. Estudiaba los pasos del cuerpo de baile, de los solistas: Ella adelanta hasta allí, él la toma del brazo, después la toma, la levanta, hace un grand jete..., no, no, entonces es la vuelta... Por fin me pude levantar, pero en mi casa era: No hagas esto... No hagas lo otro... Ve con cuidado. Ellos no sabían que yo, escondida en el baño, donde estaban bien resguardadas mis zapatillas de punta, hacía ejercicios, trataba de volver a poner en forma mis pies, que estaban terribles.

«Coincidió que cuando ya pude caminar se apareció un ciclón en La Habana. Esto parece una película, ¿no es verdad? Y yo tenía una perra danesa que acababa de tener 13 cachorros. Cerca de donde se encontraban las crías había una media puerta de cristal que se movía dando bandazos. Entonces fui donde estaban los animalitos para protegerlos, en el momento en que sentí que la puerta se me venía encima. El instinto me hizo cubrirlos con el cuerpo para salvarlos, lo peor que se podía hacer después de una operación de retina. Terminé con la cabeza herida. Corrieron conmigo para que me viera el doctor que me estaba atendiendo. Era un temblor. Él comenzó a mirarme y a reconocerme, y después de enterarse de mi imprudencia, me dijo: La próxima vez tendrá que ser una puerta más grande y pesada, porque en verdad tienes una cabeza demasiado dura. Estás bien. Ya puedes empezar a bailar. Y yo, entre el rubor y la risa, le susurré: “Doctor, yo estoy bailando desde hace un tiempo”. Creo que por poco lo desmayo».

Alicia con el Comandante en Jefe el día en que recibió la Orden José Martí. Foto: Cortesía del BNC

—Primera bailarina de Ballet Theatre, rodeada de fama, con una carrera ascendente y, sin embargo, regresa a una Isla pequeña para fundar, junto a Alberto y Fernando, el Ballet Alicia Alonso, ¿por qué?

—A decir verdad, yo nunca me alejé de mi país. En cuanto tenía vacaciones venía para acá. Siempre. Era mi descanso, mi vida... Por favor, es mi Patria, pero uno dice mi Patria y a veces suena como una simple palabra. Patria es toda la vida, la vida en sí, la madre, los hermanos, la casa, la tierra... el mar... ¿Sabe? Cuando estoy fuera de Cuba extraño terriblemente el mar, mi cabeza se alza tratando de encontrar el olor a salitre. Cada país tiene su personalidad, su aroma, su aire. Y esas cosas se vuelven indispensables, porque han ido llenando todos tus poros.

«Mi mayor sueño era tener una compañía de ballet aquí, pero no pensaba solo en los artistas, en los bailarines, sino en una cultura para el pueblo, en el derecho de todo ser humano a disfrutar de un arte bello, que tenía que dejar de ser para una élite. No podía hacer mucho por el mundo si no partía de mi tierra. El artista es como un árbol, que necesita nutrirse de la tierra, absorber de ella todos sus nutrientes para crecer y robustecerse. Solo así podrán nacer de él frutos saludables. Esos frutos son el arte con que debemos alimentar la espiritualidad de los otros pueblos; y la tierra, la Patria».

—Tras el triunfo de la Revolución fundó el Festival Internacional de Ballet de La Habana. ¿Qué la inspiró?

—Fue el mismo sueño. Es como si te respondiera por qué pensé fundar una compañía de ballet en Cuba o desarrollar ese arte de «élite» en esta pequeña Isla. Ahora se dice fácil, pero entonces era algo descabellado, inalcanzable. Estando Fidel en la Sierra Maestra, le hice llegar mi proposición sobre la compañía y la escuela a través de un amigo, el doctor Julio Martínez. Claro, era aún temprano para hablar del Festival.

«Un evento de esta magnitud solo se lleva a cabo en países que tienen grandes compañías y un movimiento de ballet sólido. El nuestro se distingue por no ser competitivo, sino artístico, cultural. Es uno de los más antiguos que existen. Los empresarios y dueños de teatros se quedan boquiabiertos cuando saben que estas cosas suelen suceder en Cuba. ¿Eso es posible?, me preguntan. Y yo les digo: Sí, en Cuba hacemos milagros, gracias a este pueblo y a nuestro Gobierno, que está muy consciente de la importancia que tiene la cultura para el desarrollo pleno del ser humano».

—Los expertos reconocen su marca en las versiones de los grandes clásicos de muchas compañías. ¿Intentó alguna vez tomar la idea original para hacer su propia creación?

—Perdóneme. ¿Usted me está diciendo que coja a la Mona Lisa y le pinte bigotes? Si yo no tengo la capacidad de poder hacer algo nuevo, diferente, mejor que me retire como coreógrafa, en lugar de ponerme a desbaratar los grandes clásicos. Para mí es un orgullo traerlos a este tiempo, poder mantenerlos vivos y frescos, como si estuvieran recién estrenados, según aseguran los críticos.

La prima ballerina assoluta junto a Viengsay Valdés, actual subdirectora artística del BNC. Foto: Cortesía del BNC

—Para muchos la época de oro del BNC tuvo lugar cuando junto a usted compartían la escena las Cuatro Joyas, las Tres Gracias, Jorge Esquivel, Lieng Chang, Jorge Vega..., ¿coincide con esas personas?

—¿Usted sabe? Dentro de unos cuantos años, porque yo voy a vivir 200, tendré que decir: esa pregunta me la hicieron hace medio siglo y, sin embargo, tengo que repetir que todas las épocas producen sus grandes figuras. Puede que en mayor o menor cantidad, pero están.

«Nuestro país puede sentirse orgullosa de los tantos bailarines y bailarinas de renombre que ha dado al mundo de la danza. Y este tiempo no es una excepción. ¿Qué me dice de estos jóvenes de ahora, que cuentan con la mejor escuela del mundo? Y como si fuera poco, tenemos la capacidad y la fuerza para desarrollar todos los talentos que aparezcan».

—Cuando le entrega los roles protagónicos de las obras que concibe a las jóvenes figuras, ¿no teme poner en «peligro» sus creaciones?

—Bueno, puede que el público no logre identificar todavía a algunos de esos jóvenes bailarines, mas yo los conozco desde pequeños. Entran a estudiar ballet con nueve años. Es mucho el tiempo que permanecen a mi lado. Por otra parte, la carrera de un bailarín se hace rápido. En estos momentos terminan más preparados técnicamente que en épocas anteriores. Desde que son unos niños comienzan a dedicarse a este arte como si fueran profesionales. Luego, cuando salen de la escuela, ya han recorrido un importante trecho. Después, dentro de la compañía, se entregan en cuerpo y alma a su profesión. Eso explica que estén listos para asumir grandes desafíos.

«Tendría que agregar que esa práctica no es nueva. La hemos aplicado siempre. Constantemente estamos pendientes del desarrollo de los bailarines, cuánto han avanzado, en qué son formidables y dónde hay que apuntarles un poquito. No todo el mundo crece igual, ni técnica ni artísticamente.

«Lo errado sería darles esa gran responsabilidad antes de tiempo. Les sucedería como a las frutas a las que maduras artificialmente con productos químicos, pero que no están listas para comer. Al artista hay que dejarlo que crezca, observarlo bien, seguirlo paso a paso. Y un buen día, ese diamante que has ido puliendo poco a poco se descubre como una piedra preciosa de valor incalculable. Cuando en el BNC los artistas salen a bailar como primeras figuras, es porque ya están entrenados para ello. Y el público lo sabe.

«Me viene a la mente La bella durmiente del bosque, que en mis inicios, cuando yo participaba en esa coreografía, hacía de todo: lo mismo me transformaba en un varón que en campesina, en miembro de la corte o en una de las haditas... Era muy delgadita y muy ágil, y me cambiaba de traje una y otra vez... En una ocasión, interpretando el vals de los campesinos..., tan, tan, tan, tarararará, rará, rará..., se me trabó el abanico, pero me dije: no, no me puedo quedar así, y empecé a hacer mi propia coreografía. Y me aplaudieron, aunque todos se dieron cuenta de que algo me sucedió. Había hecho unos inventos creyendo que engañaba a la gente, pero, ¡qué va!... Sin embargo, lo comentaron en la prensa. Alguien me hizo el favor de referirse a una pequeñita de nueve o diez años. Después se me acercó un músico de la orquesta y me dijo: “Fírmame aquí”. “¿Por qué?”, le pregunté, a lo cual él me respondió: “Porque tú vas a ser una gran bailarina...”. Te cuento esto porque todo aquel que se esfuerza, que trabaja, que se supera, tiene derecho a probarse en el escenario.

«Yo tengo una confianza muy grande en los jóvenes. Y es que nosotros no llegamos y le decimos, vas a bailar tal cosa, sino que lo preparamos para ese momento. No hay sorpresas. Cuando ves a alguien en escena puedes estar convencido de que está listo».

—¿Cuál ha sido su momento más difícil?

—Cuando decidí que esta sería mi última función. Nadie tenía conocimientos sobre eso, nadie. Fue una sensación de un vacío tremendo, como si se me hubiese escapado el alma.

—Alicia, si no hubiera sido bailarina, ¿qué hubiera sido?

—¡Bailarina!

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