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Historias de un guajirito asustado

El próximo 30 de noviembre, en el Sábado del Libro, será presentado Diario de mi primer viaje, que relata las vivencias del entonces joven trovador Augusto Blanca en su primer periplo al exterior

Autor:

Alejandro A. García Ortega

Cuenta Augusto Blanca que la trova lo enamoró en Santiago de Cuba, en la otrora Peña de Virgilio, en la actual Casa de la Trova. Allí conoció al trío Matamoros y comenzó a tocar las primeras canciones de su autoría. Sin embargo, Augustico —como era conocido por sus amigos y familiares debido a su estatura y complexión— mostraba madera de artista desde mucho antes de salir de su Banes natal. En casa jugaba a montar obras de títeres sobre un taburete sin fondo, con escenografías y personajes creados por él. Presagios de futuro.

Pero la música, como expresó nuestro Apóstol, es la más sublime expresión del alma, y caló de manera inmediata en Augusto Blanca para ser otro de los recursos que le permitieron recrear el espíritu.

Desde sus comienzos, plasmó los detalles de la vida rural con una trova diferente a la que se gestaba en el Grupo de Experimentación Sonora, al occidente de la Isla. Por ello, fue delegado por Oriente para participar en el 3er. Festival de la Canción Política en la República Democrática Alemana, en el año 1972, junto a Silvio Rodríguez y Eduardo Ramos.

Gracias al consejo de su madre, reflejó todas sus vivencias en una pequeña libretica roja que devino el Diario de mi primer viaje, que será presentado el próximo 30 de noviembre, a las 11:00 a.m., en el habitual Sábado del Libro de la Calle de Madera. Sobre ese y otros temas conversamos con Augusto Blanca Gil.

—¿Qué espera que encuentre el lector en este diario?

—Como explico en el prólogo, yo no tenía idea de que el diario se fuera a publicar. Lo hice por la petición de mi mamá antes de salir de Cuba de que anotara todo para después acordarme de lo que veía. Cuando viajé en 2015 a mi casa en Banes, lo encontré en un cajón. Como las hojitas estaban desbaratadas por el tiempo, decidí transcribirlo.

«Cuando las primeras páginas estuvieron listas se las envié a Silvio para que se divirtiera, y entonces él fue quien me entusiasmó: “Escríbelo completo”. Y le escuché el consejo, aunque no era mi objetivo convertirme en escritor ni mucho menos».

—Pero salió un libro muy bien logrado...

—Salió un diario que puede ser importante para las nuevas generaciones de trovadores, porque es el testimonio de unos muchachos que no pensaban que sus canciones se fueran a conocer, simplemente las hacían para hablar de lo que les pasaba. Estamos hablando de un momento anterior al surgimiento de la Nueva Trova, que ocurrió a finales de ese mismo año.

—¿Cómo eran esos jóvenes de 1972 que viajaron a Alemania?

—Bastante insurrectos, criticones más bien. Sobre todo durante la primera etapa del triunfo revolucionario, cuando existía un gran burocratismo, arribismo y todos esos males que tanto nos molestan. Con nuestras canciones empezamos a caer pesaditos. Yo era de la juventud comunista, pero no me callaba lo que sentía, y también me busqué mis problemas.

«Silvio la pasó peor. Comparado con él, yo no caí tan mal porque me llevaba con los trovadores de Santiago de Cuba... La verdad es que no teníamos el propósito de ser famosos ni mucho menos. Solo queríamos expresarnos».

—Imagino que mientras transcribía el texto recordó otras vivencias...

—Claro que recordé muchos detalles, pero no quise cambiar nada y decidí dejar el diario con esa frescura que le otorgó la edad. Podía haber escrito y filosofar, pero quería que no se perdiera la mirada ingenua del guajirito asustado que era. Eso que está ahí sucedió tal y como lo escribí en 1972. La mayoría de las ilustraciones fueron fotocopiadas del mismo diario, otras fueron extraídas de una agenda de dibujo que tenía porque acababa de graduarme de la Escuela de Artes Plásticas en Santiago.

—Hay un Augusto Blanca pintor, otro trovador, otro teatrista, pero ¿cuál de estas aficiones lo llena más y cómo se calificaría a sí mismo?

—Chico, creo que todas las artes están entrelazadas, me considero una gente de teatro: un poco actor, un poco músico, un poco diseñador. Lo que pasa es que en la vida uno tiene que decidirse por un camino y en mi caso elegí la trova. Aunque estudié pintura e hice escenografía en mis primeros años como profesional, en Teatrova lo mezclé todo.

—Usted ha hecho de todo en el mundo de las artes, ahora escribió un libro. ¿Qué es lo próximo que podemos esperar de Augusto Blanca?

—He hecho de todo menos bailar (sonríe). Acabo de concluir la grabación de un disco llamado Humedades, el cual debe presentarse en diciembre. La primera canción que lo compone la escribí en el año 69, una de las primeras que hice de corte trovadoresco; la última se titula Regalo 10.

«Y mira qué curioso: el Regalo 1 lo compuse dos semanas antes del viaje a la República Democrática de Alemania. Es como una especie de testamento a Rosy, mi novia desde que éramos unos críos, por si se caía el avión (la onda trágica esa que tienen todos los jóvenes...). El Regalo 10 nació hace tres años, desde la madurez.

«También tengo en plan reponer Romance de Arlequín y Corista, una obra que estrenamos en los años 90, junto a Mijaíl Mulkay y Yanara Moreno. Ahora la repondré con el grupo Okantomí. Esos son mis proyectos más inmediatos».

—¿Escribirá en algún momento algún libro de Teatrova?

—Ya Carlos Espinosa escribió un libro sobre eso a finales de la década del 70. Lo que sí quisiera es realizar un disco con temas que compuse para Teatrova y con grabaciones de ensayo, que solo habría que limpiarlas.

«A veces cuando viajo para ver a mi hijo me queda mucho tiempo libre, y pienso aprovecharlo en escribir un libro de anécdotas donde se recojan las historias que hemos vivido los trovadores de mi generación. Creo que se hace necesario plasmar en papel todo lo que nos contamos cuando nos reunimos».

—¿Qué es para Augusto la vida?

—La vida es realizar, experimentar. A estas alturas todavía siento un cosquilleo cuando tengo que entrar al escenario, pero es normal, no es nerviosismo, sino la emoción de querer hacer bien lo que me gusta.

—¿Y la muerte?

—La muerte es no tener nada que decir. Mientras no te falten planes ni sueños, estás vivo. De lo contrario, puedes morir. Sin embargo, hay muchas maneras de estar muerto, una de ellas es vivir para lo material, lo efímero. Hay que tener principios y ser consecuente con ellos.

Precisamente, esa cualidad del trovador Augusto Blanca la evidencia en Diario de mi primer viaje, pues 37 años después de que el «guajirito asustado» viviera su primera experiencia foránea, aún mantiene la frescura del verso pueblerino y la creatividad de un niño que se propuso soñar a toda costa.

Diario de mi primer viaje puede ser importante para las nuevas generaciones de trovadores.

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