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Deslices marcados en bermellón

La hora de Noelia es una invitación tácita al espectador para localizar «bermellones» en los programas de todos nuestros canales 

Autor:

Joel del Río

A Noelia Bermellón se le odia o se le ama. No existen puntos intermedios. Aunque quienes la concibieron (la actriz Andrea Doimeadiós, el reconocido Osvaldo Doimeadiós y la directora Mónica Crespo) continúan perfeccionándola para la presente temporada, desde el principio la imaginaron muy diferente a las presentadoras y periodistas serias, lúcidas, profesionales, que hacen su trabajo con rigor, y vocación de servicio. Ella, como otras tantas presentadoras y periodistas, alardea de un léxico cuya funcionalidad desconoce, improvisa apoyada en absolutos disparates, e intenta disimular sus lagunas intelectuales con oropeles de diva y exuberante descaro, para ver si así logra confundir al auditorio con una grandilocuencia que, en el fondo, resulta irremediablemente vacua.

Y comienzo por las definiciones de lo que parece significar el personaje, porque he leído criterios en redes sociales que malentienden, según creo, el carácter y propósito de esta notable caricatura, término este que proviene del italiano caricare y significa cargar, exagerar. Así que Noelia Bermellón viene a ser algo así como un retrato exagerado, que intenta crear un parecido fácilmente identificable con varias de nuestras comunicadoras televisivas. Sin embargo, me parece sano borrar las fronteras de género, porque ni es privativo de las féminas la superficialidad y la impostura, ni tampoco los programas culturales son los únicos que padecen tales estragos. Si revisamos a fondo podemos encontrar «bermellones», muy viriles ellos, en los informativos y hasta en la programación deportiva, donde también prospera alguno que otro, amparado en poses, trivialidades y repiqueteos, ya se trate de una entrevista o de un comentario.

Y La hora de Noelia es una invitación tácita al espectador para localizar «bermellones» en los programas de todos nuestros canales, porque aquí se alude, en última instancia, a un concepto extraviado de la comunicación televisiva, y se aspira a poner en evidencia, creo yo, a todos aquellos que se paran, o se sientan, delante de una cámara y anteponen la personalidad que creen deslumbrante, o la supuesta simpatía o fotogenia, y la fingida sofisticación, al interés por entretener con altura y dignidad, por comunicar una idea, o promocionar un bien para la mayoría.

Por suerte, los creadores de Noelia han tenido la ética, agradecible, de presentarnos una caricatura burlesca que jamás se ciñe a uno o dos nombres de presentadoras ególatras y rimbombantes. Semejante chanza puede ser graciosa una semana, pero pudiera terminar en el irrespeto o la desconsideración, y los Doimeadiós lo saben de sobra, por eso están ensanchando cada vez más el alcance y la significación de su polisémico personaje, y se concentran sobre todo en ridiculizar actitudes, arquetipos, vicios e insuficiencias profesionales por desgracia bastante frecuentes y visibles.

Pero si el personaje de Noelia cada vez se hace más poderoso y abarcador, hay que decirlo: nunca acabó de cuajar, salvo excepciones, la sátira aplicada al resto del equipo de realización. Con los gritos de la directora apenas alcanza para llegar a la conclusión de que la única superficial no es Noelia, último eslabón de una cadena que muy bien pudiera someterse a un escrutinio humorístico más pormenorizado, más allá de esos tonos de comedia astracanada a que son sometidos, a veces, los otros miembros del staff. En este sentido, habría que lograr que la fina sátira predomine en la mayor parte del espacio y sus partes.

Sería buenísimo, para mí por lo menos, que el programa durara una hora, y tal vez cambiara el día de transmisión, aunque se mantuviera el horario. Pero si se asumieran estos cambios sería preciso ganar en coherencia, y tratar de unir temática o estilísticamente los fragmentos, a veces deshilvanados, en un todo mejor interrelacionado cuyo hilo conductor debe ser nuestra ubicua protagonista. Quizá el principio de parodiar una revista variada, con diversas secciones, sería un modo de unificar los cabos sueltos, porque así Noelia se enfrentaría a una serie de temas y situaciones distintas que pondrían más en evidencia su gigantesca incultura. 

También sería bueno perfilar el monólogo inicial, hecho por Andrea, no por Noelia, y convertirlo en el prólogo que le abre el paso a todo lo demás, porque así la actriz puede incursionar en otras variantes del humor, aparte de su dilecto personaje. Igualmente, habría que pensar en ofrecerle un campo más amplio al personaje, y obligarla a hacer crónicas, reportajes y comentarios, aunque el plato fuerte sigan siendo las entrevistas a personalidades, que ya sabemos, constituyen su baza triunfal, hasta ahora.

Precisamente por su «facilidad» para la entrevista, quizá Noelia debiera presentar a todos los invitados, y de ser posible intercambiar textos con ellos, aunque ocupe ocasionalmente un papel de contrafigura. Memorable resultó el intercambio entre nuestra presentadora estelar y Margot, en el papel de bailarina bajo dieta, así como la viñeta que parodiaba un momento épico de Lo que el viento se llevó, solo que esta última quedó flotando inarticulada entre otros sketches del programa con los cuales poco tenía que ver. Habría que poner al personaje a hacer una prueba de actuación o cualquier otra cosa que justificara, dramatúrgicamente, ese buen momento.

A tener en cuenta, como sugerencia para otros espacios, la presencia sorpresiva de humoristas invitados de las más diversas procedencias y ascendencias, porque refresca muchísimo añadir otras improntas al elenco fijo. Por otra parte, se impone naturalizar de una vez, en el programa, el inmenso talento de Venecia Feria, que aquí se nota desajustada, cuando debiera ser perfecto su ensamble, en tanto se trata de una de las grandes actrices cómicas con que contamos en este momento. El aire abstraído, o fuera de lugar que expresan otros participantes, tiene que ver, seguramente, con un toque brechtiano y autorreferencial, inherente a los dramatizados distanciados, o que discursan sobre la televisión desde el interior de ese medio.

En esa misma línea brechtiana que mencionamos antes, se ubica la idea de invitar a algunas figuras, no actores, sino personajes reales de nuestra cultura, que se ven sometidos al estropicio interrogante que Noelia entiende como entrevista. Pero a ella nada le importa, ella se mantiene esperpéntica, impertérrita e inexorable, prestándole atención a cualquier cosa menos a lo que está diciendo. Y así Andrea Doimeadiós va conquistando, centímetro a centímetro, el difícil relieve del humor televisivo, un terreno donde expresar su versátil talento, ya probado en el drama, y en el cine, las telenovelas y el teatro.

Largo trecho le queda por andar a la joven actriz y logros mucho mayores esperamos de sus innegables competencias. El personaje que nos ha entregado repercute no solo como brillante sátira de la frivolidad, sino también en tanto marca indeleble en rojo (que no se conforma con su estridencia y recurre al anaranjado) ciertos fallos pululantes en nuestros medios de comunicación, sobre todo televisivos. Y para señalar desaciertos, e incluso reírnos de ellos, es que se concibió esta variante de la comedia. Sin dudas estamos en presencia de un enfoque más sutil e inteligente de lo que muchos piensan, a juzgar por las aberradas opiniones que he podido leer en Facebook. 

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