Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Lo prometido ya no es deuda

Las Promesas televisivas cumplieron sus objetivos y colmaron expectativas, al punto de que el reclamo general en redes sociales fue: mejor horario

Autor:

Frank Padrón

Pues sí, las Promesas televisivas (CV, martes, 10:30 p.m.) cumplieron sus objetivos y colmaron las expectativas de casi todos, al punto de que el reclamo general en las redes sociales fue uno: mejor horario, lo cual deben tomar en cuenta los programadores para nuevas temporadas o reposiciones. Revisemos algunas de las últimas propuestas después de nuestro acercamiento inicial.  

Ricardo Miguel González puso en pantalla otro texto de Serguéi Svoboda: Casimiro, que emplaza dos males universales: la mitomanía y la impostura,  muy vinculadas  en el caso del protagonista, un estafador " profesional " a quien el pasado insiste en perseguir pese a sus esfuerzos por vivir decentemente,  con una mujer a la que ama y sus hijos, pero a los cuales no consigue  librar de sus constantes "meteduras de pata".

Con la habilidad escritural que ya ha demostrado su autor,  el relato se muestra notablemente armado, así como los perfiles sicológicos de los caracteres- no solo el principal- y el cierto suspense que tonalmente depara. La puesta se luce en la planimetría, el montaje y el ritmo, pero sobre todo en las actuaciones.

Aramis Delgado, de tan larga y fructífera trayectoria en cine, teatro y la propia TV, acomete una labor mayúscula; sus transiciones, su repertorio facial para comunicar  sentimientos  contradictorios, la intensidad emotiva con que borda el personaje, es de lo mejor no solo  aquí sino entre todos los elencos de la serie. Tahimí Alvariño lo secunda con una labor matizada y sólida, junto a otros colegas en papeles breves pero importantes en el episodio, tales Frank Cuesta, Chavelis Diaz, Faustino Perez, Eugenio Torroella y Edel Carrero.

En el caso de Gabriel, un científico debe elegir entre asistir a un evento internacional representando a su centro y su país o cuidar de su progenitora enferma; con ambos pretende quedar bien y cumplir compromisos, pero, ya sabemos que con frecuencia esto es imposible: al final debe elegir.

El guion de Euridice Charadán propone lo obvio a nivel textual: las prioridades en la vida, pero a la vez incurre en un procedimiento más complejo: la des-dramatización del cacareado " amor de madre" cuando de casos como este se trata; al sufrir un trastorno bipolar , Soledad - nombre más que simbólico- se torna manipuladora y autocompasiva, arruinando tanto profesional como personalmente al hijo, quien no para mientes en sacrificarlo todo para atenderla hasta el último aliento, algo que ni la hermana ni nadie cercano logra hacer.

En este caso es quizá entendible al menos por la enfermedad que la lleva a actuar así, pero sabemos de no pocas personas que se comportan  de semejante modo, arrasando con quienes tienen a su lado, practicando el chantaje emocional e invocando el sagrado " deber filial " o el " amor materno" para su inadmisible proceder.

Se aplaude la actitud del joven -  muchos hubieramos  procedido así-,  pero tampoco censuraríamos si hubiera buscado ayuda profesional, implicado más a la hermana casi indolente o procurado una institución, para seguir su camino y sobre todo, no destruir así su propia vida.

El texto audiovisual emplaza también, sutilmente, a esas mujeres que, de tan consagradas a una causa o un ideal - algo incluso para aplaudir- descuidan la educación y sobre todo el cuidado de los hijos, principalmente  en edades formativas, como en un momento de lucidez reconoce el personaje.

La puesta de Yoel Infante ha logrado una eficaz plasmación televisiva , abundante en planos- detalle , una fotografía que explota la riqueza del espacio- semantizado- y una complementaria música con temas de Carlos Varela y otros del compositor que asumió el rubro en toda la serie, Kelvis Ochoa - a quien aprovecho para felicitar por la recreación  magistral en el pentagrama de los conflictos abordados en esta-, sin olvidar el montaje riguroso, que logró insertar con eficacia " puntadas" de anteriores caracteres y capítulos en este, lo cual debió ocurrir con más frecuencia en otros que apenas contemplaron tan significativo detalle de continuidad y contextualización.

Cierto maniqueísmo en el personaje del colega envidioso ( de pronto cambiante para bien) o caticaturización de las vecinas que se prestan para " ayudar" a Soledad,  no empañan la redondez dramática del relato, enriquecido por los desempeños, sobre todo en los protagónicos de Alejandro Cuervo y esa dama de nuestras artes representadas, la siempre inmensa  Coralia Veloz. 

La ludopatía existe desde hace siglos,  solo que el tapete verde de los casinos (tan bien reflejado por Dostoievski en su novela El jugador) y la mesa doméstica, la cancha o el estadio, han sido sustituidos por la computadora e incluso sin necesidad de un " contrario".

A Marlén, del capítulo homónimo, le ocurre algo así, y pierde güiro, calabaza y miel - léase pareja, trabajo, higiene, autoestima  y la posibilidad de cumplir una promesa de exhumación respecto a los huesos de su madre muerta- por el vicio de vivir esa " realidad alternativa " que implica la virtualidad , frente a su siempre encendido ordenador. Y es que, bien visto, este hoy común  tipo de ludópata, padece un trastorno más grave que la adicción: inconforme con su vida, anhelando ser demiurgo de otras e imitando al Ser supremo en cuanto a diseñar y recrear existencias, apariencias y destinos, se inventa otra, falsa e intangible.

El guion de Amilcar Salatti ha conseguido plasmar tales ideas en un relato bien armado, que la cámara de Jorge Campanería coloca en una puesta ágil y creadora,  apoyada en quien, autor del diseño gráfico y los efectos especiales en toda la serie (Amaury Ramírez Malberti) aquí se luce más dada la importancia diegética de aquellos, sobre todo en la inserción de los códigos de la imaginería digital a la pantalla televisiva.

La editora general y encargada de la compleja posproducción,    Giselle Crespo Alonso, quien junto a Amaury se encargó del creativo montaje de presentación, se enfrentó también a un capítulo difícil en este rubro, pero salió como siempre, airosa.

También los actores, en primer lugar Maikel Amelia Reyes -demasiado encasillada en su teniente de Tras la huella-, demostrando ahora su amplitud histriónica, al igual que sus compañeros Reinier Hernanez (Paco) y Carlos Méndez (Humberto).

El miedo devora el alma, tituló el alemán Fassbinder una de sus extraordinarias películas, y también pudiera nominar el siguiente episodio, sino fuera porque todos responden a los  breves nombres propios de sus protagonistas, o en este caso, al mote, porque a Thiago le dicen Yaquichán debido a su práctica de taekwan do, también cumpliendo una promesa,  esta vez al padre muerto.

Pero el miedo no es algo que se esfume con facilidad y más que en el salón deportivo,  solo se espanta y vence desde la propia vida y sus duras enseñanzas, como va experimentando este joven que, de tanta devoción hacia el progenitor ausente, se torna egoísta con la madre ante la realidad de una relación nueva, y grosero e injusto con la novia o agresivo frente al compañero de gimnasio por la rabia e impotencia de ser derrotado y humillado  en una pelea callejera.

Aun con la habilidad escritural de Svoboda, esta vez no ha logrado redondear ciertos rasgos y reacciones del joven protagónico, quien pasa con demasiada rapidez y apenas sin transición, de un estado a otro, de la intolerancia a la aceptación, de la depresión a la normalidad; faltaron esta vez matices, tiempo dramático, quizá, pese a lo cual el relato detenta fuerza, emotividad y peso axiológico, algo que la puesta de Campanería aprehendió y transmitió, apoyado en ese rubro generalmente brillante en la serie toda que es la música: la voz potente y hermosa de Gema Corredera en La luz, exquisita pieza de Kelvis, la versión con arreglo tan contemporáneo que asume Alain Pérez  sobre Convergencia, página de  la trova tradicional que firma Bienvenido J. Gutiérrez, fueron algunos de los temas que actuaron tales poderosos y expresivos correlatos.

A la actuación matizada y convincente de Ángel Ruz (pese a las señaladas reservas en el diseño de su personaje) se une la de sus colegas de elenco, la siempre brillante Beatriz Viñas, el muy notable Eman Xoroña, o las jóvenes revelaciones de Ironel Moraga, Laura Vasallo y el niño Gabriel Charles.

Al cierre de este comentario quedaban aun algunos capítulos,  pero el espacio no da para tanto. Aun en ciertos casos  sin el alcance de los reseñados, siempre dejaron por lo menos actuaciones memorables (como las del incombustible Mario Limonta, Bárbaro Marín o el pequeño  Alain Jonathan Amat; Dennis Ramos, Serafín García, Natasha Díaz... ).

En fin, toda la eficaz trouppe  capitaneada por  Mirta González Perera, de tales Promesas cumplidas, debe sentirse feliz y realizada por esta indudable victoria del audiovisual cubano, como sin dudas lo estará  Cubavisión y su redacción de dramatizados -nuestra TV toda- , como lo estamos nosotros en tanto complacidos (y enriquecidos) telespectadores.

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