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Las madres y el perro

Dos de las mejores películas del año que recién concluyó fueron la española Madres paralelas, de Pedro Almodóvar, y la coproducción australiano-neozelandesa El poder del perro, de Jane Campion

Autor:

Joel del Río

El año 2021 y dos de sus mejores películas: la española Madres paralelas, del siempre vigente Pedro Almodóvar, y la coproducción australiano-neozelandesa El poder del perro, de la también insigne Jane Campion.  Antes de que aparezcan lecturas aberradas del título de esta crítica, quiero aclarar que se trata de un comentario sobre dos películas extraordinarias. Una trata sobre madres, mujeres, una de mediana edad y la otra adolescente, que coinciden en la habitación de un hospital donde van a dar a luz, y el azar, a lo telenovela, enreda y anuda las vidas de ambas. La otra es un oeste rarísimo, en el que la excepcionalidad de un hombre no se mide jamás por su rapidez para apretar el gatillo, sino por la capacidad para divisar, en el paisaje montañoso, algo parecido a la silueta de un perro, tal vez dormido.

Almodóvar ha vuelto a entregarnos un retrato, en clave de melodrama contenido,  de una madre más o menos heroica y sufrida, de esas que aparecieron en su cine, para empezar, en dos clásicos absolutos, Todo sobre mi madre y Tacones lejanos, pero también en Julieta, Volver y ¿Qué he hecho yo para merecer esto? Dicho de otra manera, aquí se confirma no solo la preferencia del director por los personajes femeninos, sino su habilidad para dirigir actrices (lo mejor de la película son las interpretaciones de Penélope Cruz y Milena Smit); sobre todo cuando sus personajes están colocados en situaciones límite, típicas de las telenovelas mexicanas, aunque, por supuesto, predomina la mesura (quien lo vio y quien lo ve), y el dominio casi absoluto del arte de narrar, y de hacer cine hermoso, sugestivo, incitante.

Es que al súpermega famoso director parece no bastarle ya con el melodrama salomónico y riguroso, e introduce en su nueva película un tema político que al principio parece un McGuffin (elemento de suspense, o excusa argumental, que motiva a los personajes y contribuye al desarrollo de la historia, pero que, a fin de cuentas, es irrelevante) sobre la realización de excavaciones para descubrir un depósito de restos mortales de jóvenes asesinados durante la Guerra Civil. Sin embargo, Almodóvar le ha conferido un nuevo sentido al McGuffin —que tantas veces manipuló su adorado Hitchcock—, pone al rojo vivo la historia de las dos mujeres enredadas en sus mentiras, azares y proezas, y al final retoma el hilo de las excavaciones y las heridas del pasado en un país con extrema facilidad para el olvido y la desmemoria. 

¿Qué le ocurre al director de Mujeres al borde de un ataque de nervios o La piel que habito? ¿Será que lo estremece el afán por lidiar con grandes temas políticos, más allá de la diversidad sexual, la frivolidad seductora y las mujeres glamorosas? Tal vez. ¿Sentirá la necesidad de conferirle un relieve histórico a lo íntimo, y de representar el duelo imprescindible de todo un país, además de las tragedias de alcoba y los traumas familiares? Quizá. El problema está en que muchos espectadores han expresado su disgusto ante esta película (tal vez demasiado) cargada de significados, metáforas que solo a veces se entrelazan felizmente, y siempre gracias al excelente personaje de Penélope Cruz, una mujer auténtica, sin melindres, afeites ni ataques de nervios, alguien con la audacia suficiente para buscar la verdad, y asumirla, por muy dolorosa que sea, a pesar de que tanto para ella, como para su país, resultan más cómodos el olvido y la desmemoria.

Madres paralelas nos presenta a un Almodóvar dicotómico y en transición. Pareciera que el realizador quiso probarse en otros temas, además de la identidad femenina, la maternidad, los traumas familiares, la sexualidad y el descubrimiento de quiénes somos y adónde vamos. Además de regresar sobre tales caminos, el director manchego intenta revestir todo ello con un manto de solemnidad, con opiniones políticas trascendentales, porque ya lo escribió Antonio Machado: La España de charanga y pandereta,/ cerrado y sacristía,/ devota de Frascuelo y de María,/ de espíritu burlón y de alma quieta,/ ha de tener su mármol y su día,/ su infalible mañana y su poeta. Quizá Almodóvar quiere (y puede) ser uno de esos poetas.

Cartel de El poder del perro.

Y si Almodóvar nos presenta una película nueva cada año, o al menos cada dos años, Jane Campion, que es también una de las grandes cineastas del presente, dirige con mucha menos frecuencia. Luego de más de una década apartada del cine, la veterana realizadora se adueñó del León de Plata en la categoría de Mejor Dirección, con la coproducción entre Australia y Nueva Zelanda, The Power of the Dog, que revive, y también difumina definitivamente, el género del western, a partir de la deconstrucción de la masculinidad tóxica que parece ser una de las claves imprescindibles del género. Ambientada en el estado de Montana, en los años veinte, y adaptada a partir de una importante novela homónima de Thomas Savage, la película habla de dos hermanos cowboys, más bien rancheros, cuyas relaciones se complican cuando uno de ellos se casa con una viuda (Kirsten Dunst), que tiene un hijo adolescente mayor (Kodi Smit-McPhee), y ambos vienen a vivir a una granja dominada por los celos, el machismo, la misoginia y la brutalidad del hermano conflictivo (Benedict Cumberbatch).

Paulatinamente, el guion de la Campion, y las muy notables actuaciones, revelan que la crueldad y la violencia implican heridas insondables y deseos reprimidos, de modo que la directora subvierte los habituales códigos tipológicos del oeste (aunque se mantenga la grandiosidad de un paisaje todo el tiempo agreste, que insinúa el conflicto entre civilización y barbarie) y el machón protagonista oculta muchas capas de cuero, ferocidad y churre, una sensibilidad y una ternura que le enseñaron a esconder y disimular. Debe decirse que el anterior resumen reduce drásticamente la trama, con el fin de darla a entender con claridad a los lectores, pero debo advertir que esta película debe ser vista sin apuro, porque su narración procede con pausada sutileza y sorprendentes matices, sobre todo a la hora de caracterizar y comprender los móviles de sus cuatro protagonistas. En fin, de lo mejor que hemos visto últimamente.

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