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Una obra que humaniza

Esposa del periodista, profesor y diplomático cubano Luis Alejandro Baralt y Peoli, Blanche Zacharie de Baralt fue la primera mujer graduada en la Mayor de las Antillas de la carrera de Filosofía y Letra

Autor:

Lourdes Benítez Cereijo

El 17 de marzo de 1865 nació en Nueva York, Estados Unidos, la escritora y patriota Blanche Zacharie de Baralt, quien conoció de cerca a José Martí y sostuvo con él una relación de entrañable amistad. Su estrecho vínculo con el Apóstol le valió para escribir el libro El Martí que yo conocí, volumen que vio la luz en 1945 y en el cual plasma diversas facetas del Maestro durante los años que vivió en la urbe neoyorquina, ocupado en los empeños por la causa independentista cubana.

Esposa del periodista, profesor y diplomático cubano Luis Alejandro Baralt y Peoli, Blanche fue la primera mujer graduada en la Mayor de las Antillas de la carrera de Filosofía y Letras; y su gran calibre intelectual fue también ampliamente demostrado al servicio de ideales feministas. En el mencionado título, la autora ofrece un retrato intimista y cálido del Martí humano, patriota, artista e intelectual, mediante relatos que dan cuenta de su personalidad inquieta y sencilla, sus dotes de gran observador y exquisito conversador, de su amplia cultura, sus gustos y carácter.

De esta manera refleja la autora la primera vez que vio a Martí: «(…) Era yo jovencita de dieciocho años, y le fui presentada en una reunión. No tenía ausencias de él; era para mí un señor cualquiera, un encuentro fortuito de sociedad. Mas a los pocos minutos de conversación, con habilidad que no he visto igualada, sin interrogatorio, había averiguado cuáles eran mis gustos, mis inclinaciones, mis esperanzas. Tocó la nota del arte, me habló precisamente de las obras que me apasionaban. Discutió conmigo cuadros, música y libros, de la manera más natural, con absoluta sencillez, sin hacerme sentir la diferencia que había entre una niña y un sabio.
Del mismo modo se hizo conocer de mí. Pude apreciar al instante que era un hombre superior, de vastos conocimientos y de alma grande. Nunca desmintió aquella impresión primera».

Las páginas de El Martí que yo conocí nos muestran con naturalidad al hombre que examinaba «como un chiquillo, vestidos y sombreros»; al experto gourmet con elevadas dotes para combinar el menú de una comida con «la pericia de un embajador»; al pensador preocupado y muchas veces «fatigado»; al orador que se convertía en centro de las reuniones mientras dialogaba de filosofía y política; y al hijo que desde la distancia suspiraba pensando en las lágrimas que las madres cubanas derramarían debido a la lucha que preparaba.

Refiere la autora en otro de los pasajes de su libro: «Ustedes dirán que solo he hablado del aspecto amable de Martí: ese era mi objeto y el lado que conocí. Otros se ocuparán de su heroísmo; pero, aunque lo he visto armarse de gran energía y estallar en justa ira en momentos terribles, su carácter era dulce y poco irritable. Tenía un gran dominio sobre sus nervios y bien sabe Dios si tuvo motivos de contrariedad y de indignación en la lucha a brazo partido que sostuvo en los últimos años de su vida, en que tantos, aun entre los suyos mismos, le entorpecieron el camino».

Sin dudas, para Blanche Zacharie de Baralt, Martí fue «una fuerza bienhechora» y en su obra se desborda esa certeza. El 4 de febrero de 1895, a las ocho y media de la mañana llegó el hombre de La Edad de Oro para despedirse de sus amigos: «¡Sabe Dios cuándo nos volveremos a ver! (…) ¡Adiós! No tengo un minuto que perder», le dijo Martí, mientras se perdía como una flecha en la mañana glacial. En su casa dejó olvidado un sobretodo marrón con los bolsillos repletos de cartas y otros papeles. Fue esa la última vez que la escritora vio al Apóstol. Ella falleció en Ottawa, Canadá, en 1947. Y seguramente, hasta el último de sus días, se supo privilegiada por haber sido amiga del más universal de los cubanos.

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