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Seguiré defendiendo nuestra identidad

A sus 81 años, Luis Cordero Peguero, ganador del Premio Nacional de Cultura Comunitaria 2023 en la categoría de Personalidad, continúa el trabajo sociocultural en su territorio

Autor:

Hugo García

MÁXIMO GÓMEZ, Perico, Matanzas.— En este poblado matancero florece con fuerza el rescate de las tradiciones musicales campesinas: décimas, controversias, seguidillas... sin olvidar la música mexicana.  Aquí todos conocen al veterano Luis Cordero Peguero, y enseguida me orientaron dónde vive este juglar incansable, ganador del Premio Nacional de Cultura Comunitaria 2023 en la categoría de Personalidad.

De paso visitamos el hogar Cucalambé de Rubén Beltrán Mesa, con su galería de diplomas, premios y reconocimientos; y en el hogar Cucalambé de Pedro Martínez Paz (Premio Memoria Viva 2022) asistimos a un guateque con los mejores músicos y repentistas de la comunidad.

De la humildad de nuestro entrevistado da fe el modo en que reconoce públicamente a otros poetas, como su amigo Miguel Morejón Gómez, a quien considera el mejor repentista en Cuba, pues, a pesar de ser un artista aficionado, es integral y útil en su labor como director de la peña Morejón y sus amigos.

Por eso Cordero no atribuye su reciente premio comunitario a su labor exclusiva: dice que  fue posible por los músicos, repentistas, poetas y el público que asiste a los guateques.

Este hombre delgado, que usa un sombrero de cuero con el nombre de Cuba escrito delante, lleva muchos sueños en su mirada e impresiona por su espíritu emprendedor. A pesar de sus 81 años de edad cuenta con una memoria prodigiosa.

De origen campesino, nació en la finca Capitolio: un batey de 40 viviendas muy cerca de Máximo Gómez. Desde niño conoció los rigores del campo, pero logró vencer el sexto grado en una escuelita rural, donde por primera vez escuchó a su maestra leer Platero y yo, texto del escritor español Juan Ramón Jiménez que marcaría su vida.

«Por suerte en esa escuelita la maestra nos leía y nos hacía declamar. Desde entonces empecé a escribir mis cositas: poesía, cuentos y relatos. Después, en 1962, fui uno de los primeros becados en Cuba en la Escuela Nacional de Instructores de Arte.

«Quería estudiar música, pero mis oídos no los tengo muy buenos, por eso estudié teatro. Comencé a trabajar en el comité regional de la Unión de Jóvenes Comunistas de Cárdenas, donde estuve varios años, y luego fui primer secretario de esa organización juvenil acá en Máximo Gómez. Posteriormente dirigí el BON 14 de junio, batallón de 250 jóvenes para trabajar en la agricultura, en los planes arroceros y cañeros del municipio de Martí.

«Estuve un año y medio en un curso en la escuela del Partido Ñico López, en La Habana. Regresé a Matanzas y comencé a atender la esfera de Cultura y Educación en el municipio de Cárdenas. A los pocos años me dieron la posibilidad de trabajar en el regional de Cultura en Cárdenas, y a finales de 1975 me llaman para una misión internacionalista en Angola, como político de una unidad militar. Cuando estuvimos cuatro meses en Sá da Bandeira (hoy Lubango), cerca de la frontera de Namibia, en la unidad semanalmente desarrollábamos talleres de poesía, nos mantuvimos activos con actividades culturales durante toda la etapa.

«El director de Cultura de Perico me propuso para dirigir la casa de cultura de Máximo Gómez, donde empecé en 1981, y ahí estuve 25 años, 18 de ellos fuimos Vanguardia provincial y siete estuvimos entre los
mejores centros nacionales de la cultura».

—¿En qué radica el éxito de una casa de cultura?

—En la vinculación con el pueblo y en convertirse en el centro de la comunidad. Teníamos dos grandes poetas, Severiano Moreno y Armando Adrián, y Dora Alonso, natural de este poblado, escribía también décimas. Aquí contamos con 12 poetas, pero cualquiera canta una décima o la escribe. No hay hoteles, pero los decimistas de otras provincias se alojan en los hogares Cucalambé y así podemos realizar nuestras actividades.

«Cuando en la casa de cultura se fundía un foco de las luminarias, yo, o cualquiera de mis trabajadores, quitaba uno de su casa y lo llevaba. Jamás canibaleamos la institución, todo lo contrario».

—¿Cómo valora la décima, la improvisación y el repentismo?

—Tienen buena salud, aunque los detractores las consideran un arte menor. Para mí el arte o es de calidad, o es chatarra, así de sencillo. La décima cada día cuenta con más calidad porque los poetas, gracias a la Revolución, se han graduado de carreras universitarias y han elevado su nivel cultural.

—¿Qué opinas del premio que acabas de recibir?

—Este reconocimiento tiene un valor especial y me inspira a continuar. No lo esperaba, porque mi propuesta fue de años anteriores, de la Casa Naborí, de Limonar. Qué puede ser más importante para un cubano revolucionario y humilde que el premio haya sido entregado por el Presidente cubano, quien al saludarme enfatizó: «Así se defiende nuestra identidad».

—¿Cómo ve el futuro de las tradiciones campesinas?

—Es ascendente. Los poetas nacionales en su mayoría son académicos, profesionales o licenciados. Debería haber una política nacional, porque a veces hay poca receptividad aquí. Se han hecho esfuerzos en algunos lugares a través de la Casa Iberoamericana de la Décima, de Alexis Díaz Pimienta. Se han creado círculos artísticos infantiles, y los instructores de arte se gradúan en muchas especialidades, eso es bueno. Pero hay que graduarlos también para que atiendan la cultura criolla y campesina en Cuba, que se especialicen en la guitarra, tres, porque puede haber poetas, pero si no hay guitarristas no se puede cantar.

«A veces en las escuelas, como en el centro escolar Victoria de Yaguajay, de Máximo Gómez, con matrícula de alrededor de mil alumnos, hay instructores de todas las manifestaciones, aunque ninguno llega al centro de la cultura criolla y campesina. Necesitamos revertir eso para defender y conservar nuestra décima hispánica, que canta al amor, a las causas buenas, a la Revolución y la sociedad. Hace mucha falta que esto lo tome el Ministerio de Cultura».

¿Cómo nacen y funcionan los hogares cucalambeanos?

—Pedro Luis Álvarez Denis, Wicho, fundador de la Casa Naborí, releyó la obra de Juan Cristóbal Nápoles Fajardo (el Cucalambé), y después de esa lectura nos surgió la idea de crear un gran movimiento de hogares cucalambeanos. El primero fue el de Manolo Infante Umpierrez y Delia Rizo Mesa, el 15 de mayo de 1993.

«Llegamos a 24 hogares Cucalambé. El entusiasmo era tanto y el trabajo tan profundo que el Partido municipal de Perico nos llamó y nos dijo que el Comité municipal propuso que se elevara la propuesta de la comunidad de Máximo Gómez como la primera comunidad cucalambeana del país. Para otorgar la condición Hogar Cucalambé contamos con reglas.

«Las familias que cultivan el género campesino, o que, si no tienen algún artista en la casa, lo impulsan, dan sus cumpleaños con poetas, serenatas y guateques, esas casas se investigan y si tienen las condiciones se declaran Hogar Cucalambé, con una tablilla identificativa en la puerta, y dentro, en un cuadro en una pared, la décima Mi hogar, del Cucalambé.

«Están activos. Casi todos los días hay algún guateque y se canta a diario», nos dice Cordero Peguero, quien desde 1981 hasta 2002 fue director de la casa de cultura, y ya jubilado, atiende la noche de la décima y el movimiento de hogares Cucalambé.

—¿A veces la décima campesina es fuerte y roza lo vulgar?

—Cuando la décima es fuerte, defendiendo una causa justa, que viva; pero cuando se trata de décima obscena y vulgar, es chatarra, y no estamos exceptos de eso. Aquí en Máximo Gómez ningún poeta nuestro la practica ni los que vienen la hacen, porque no se lo permitimos. Hay mucha cultura chatarra, obscena, que no debemos aceptársela a nadie. A veces ponen esa música en medio del parque central de cualquier pueblo. Eso es una pena, porque en Cuba hay mucha cultura y decencia.

¿Su poeta y personalidad favoritos?

—Todos los poetas buenos viven en mi corazón, empezando por José Martí. Mis personalidades excelsas son Fidel, Che, Camilo, y todos los que hicieron la Revolución, además de mi amigo Esteban Lazo Hernández, el Presidente del Parlamento.

¿Ha sufrido alguna injusticia en su vida?

—Muchísimas. Sobre todo, por celo profesional, porque solo soy un simple instructor de arte, que se cultiva todos los días leyendo y estudiando, aprendiendo de los que saben. No me limita nada.

¿Está feliz con su obra?

—Soy un hombre realizado, siempre he tratado de hacer lo mejor y cumplir mis proyectos de vida. No aspiro a nada basado en la riqueza material, me dirijo siempre hacia el trabajo social. Cuando deje de estar en la tierra quiero que me incineren y que mis cenizas las esparzan en una parcela donde haya palmas reales.

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