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Silvio, en el Presidio Modelo: una declaración de amor

El pasado 5 de junio el reconocido cantautor estremeció al público pinero durante la clausura del 1er. Festival Internacional de Cine y Medio Ambiente del Caribe Isla Verde

Autor:

Sergio Félix González Murguía

La palabra «acontecimiento», según la Real Academia Española, es definida como un «hecho o suceso, especialmente cuando reviste cierta importancia». Lo que ocurrió el pasado 5 de junio, durante la clausura del 1er. Festival Internacional de Cine y Medio Ambiente del Caribe, Isla Verde, en el centro del conjunto monumental Presidio Modelo, de la Isla de la Juventud, fue, sin duda alguna, un hecho de amplia importancia.

El gran acontecimiento fue protagonizado por la guitarra y la voz siempre lúcida del músico y poeta Silvio Rodríguez. Su canto cayó como maná del cielo sobre el verde pasto que abunda en las inmediaciones de la otrora cárcel pinera. Después del impasse tortuoso de la pandemia de  la covid-19, que obligó a suspender todas las presentaciones artísticas, incluida su gira por los barrios, la espera terminó y encontramos, al fin, al cantautor sobre un escenario nacional.

Desde el anuncio de este concierto la expectación fue creciendo entre el público de la segunda isla más grande del Archipiélago cubano, pero también entre amantes de la música del autor de canciones como Ojalá y El necio, de otros puntos del territorio nacional y fuera de este, quienes intentaron agenciarse un espacio físico y hasta virtual en esta celebración. «Todos queríamos estar acá», aseguró en sus redes sociales la recordista mundial y activista medioambiental Deborah Andollo, quien previo al recital fue condecorada con un premio Isla Verde, galardón instituido por el festival para reconocer a figuras que han aportado a la concientización del cuidado de los entornos naturales.

Caía la tarde del pasado 5 de junio, Día Mundial del Medio Ambiente, y mientras el sol se escondía detrás de las montañas que vigilan las inmediaciones del antiguo Presidio Modelo, el público fue llegando proveniente de las distintas localidades de la Isla de la Juventud. Pineros de todas las edades, algunos «silviófilos», otros curiosos por ver por primera vez en vivo al cantautor, pero todos animados por la posibilidad de vivir un hecho singular.

Habían pasado poco más de dos décadas desde la última vez que Silvio le cantó al público en la tierra del Municipio Especial y cuando sonaron los primeros acordes de La canción de la trova, el público comprendió la certeza de que «la guitarra (de Silvio) es la guitarra sin envejecer». Sonaba como un canto nuevo, la gente vibraba distinto y comprendía que el tiempo transcurrido había valido la pena para vivir cada instante de este recital.

No se trataba de cualquier presentación y el trovador, junto a sus músicos, era consciente de ello. La obra de uno de los grandes fundadores de la Nueva Trova cubana refuerza un proyecto como el Festival Isla Verde, promovido por el actor Jorge Perugorría para convertir la Isla de la Juventud en un faro de la conservación medioambiental en la región, de la mano de un desarrollo local sostenible y amigable con el entorno. El empeño ha sido abrazado fielmente por el músico de 76 años, quien promueve desde 2018 la Fundación Ariguanabo, destinada a la defensa de los espacios asociados al río artemiseño de San Antonio de los Baños, su pueblo natal.

Pero también hay un simbolismo en que este concierto tuviera lugar en las entrañas del Presidio Modelo, justo en frente del comedor de los «Tres mil silencios», entre los pabellones circulares, donde un día miles de presos fueron testigos de muchos horrores e ignominias. El mismo lugar donde cumplieron condena Pablo de la Torriente Brau y Raúl Roa García, de donde fueron liberados los moncadistas comandados por Fidel y Raúl; aquellos que descendieron la escalinata de mármol del presidio el 15 de mayo de 1955, es el mismo lugar desde donde hoy brota la cultura y el canto liberador del arte que sana y salva.

Los pineros y los delegados e invitados al Festival disfrutaron de un hecho singular. Fotos: Tomadas del Sitio Zurrón del Aprendiz

Se trata de un empeño ambicioso en el que desde hace tiempo trabajan especialistas comandados por el ingeniero Arsenio Manuel Sánchez Pantoja, coordinador del proyecto Isla Patrimonial, que busca promover la conservación y dinamización de los espacios del inmueble que fue declarado Monumento Nacional el 10 de octubre de 1978. El objetivo no es baladí, pues es cuestión de salvaguardar la posibilidad de entender todo lo que allí sucedió y el significado que tuvo para la historia de la nación: resignificar el espacio para que la historia perviva, de la mano del arte, la cultura y la innovación.

Silvio también abrió esa puerta, acompañado de Niurka González en la flauta, Oliver Valdés en la batería, Jorge Reyes en el contrabajo, Malva Rodríguez en los coros, así como el guitarrista Rachid López y el tresero Maykel Elizarde, ambos de Trovarroco. Juntos colmaron de luz el recinto mientras caía la noche.

Qué difícil debe ser para el cantautor conformar un repertorio para un concierto, con tantas canciones veneradas en el tintero. Siempre queda alguna afuera. Pero la selección presentada en este recital no dejó puntada sin hilo en lo que supuso un paseo por una discografía que ha marcado a generaciones de cubanos y fanáticos de otras latitudes de Iberoamérica. Desde Cuando digo futuro (1977) y Cita con ángeles (2003), hasta discos más recientes como Segunda cita (2010) y Para la espera (2020) —incluso algún estreno—, era un concierto para la alegría y la reflexión.

Y el trovador fue lanzando uno a uno sus acordes y su palabra con la anuencia de un público entregado —El papalote, Judith, Sueño con serpientes, Mi casa ha sido tomada por las flores— y el Presidio Modelo fue tomado por las canciones. No faltó la sorpresa entre quienes descubrieron obras más recientes del artista con canciones como Viene la cosa o Para no botar el sofá, composiciones que implican la meditación y, por supuesto, llegaron Ojalá y El necio con la impronta de todo cuanto se ha vivido, con parte de esa banda sonora en nuestras vidas.

Después trajo esa brisa fresca de la novedad, pues representa un estreno que el cantautor quiso regalar a la audiencia congregada en un día instituido para significar la toma de conciencia sobre el cuidado del medio ambiente y una invitación a cuestionarnos: «qué memoria tendrá/ nuestro después;/ qué abandonos sabrá/ nuestro después,/ y cuán fuerte/ será nuestro después/ en su suerte».

Tampoco faltó el recuerdo cantado a dos grandes amigos y compañeros de sueño y empeño en la Nueva Trova. Como una ráfaga de viento llegó Créeme, de la autoría de Vicente Feliú, y casi sin darnos cuenta, Silvio ya estaba cantando Yolanda, de Pablo Milanés: «Esto no puede ser no más que una canción/ Quisiera fuera una declaración de amor». Y todos cantamos ese alegato junto al intérprete.

Estaba feliz el trovador frente a un público que no quería que se marchara y aprovechaba cada silencio para pedir otra y otra canción. Era posible ver una sonrisa satisfecha en su rostro cada vez que concluía uno de sus temas, dejando la certeza de que la canción es sanadora y cuando se comparte  nos enriquece a todos.

Ojalá vengan otras oportunidades para compartir tu canción, trovador. Ojalá la gira por los barrios no haya terminado todavía; ojalá vengan muchos más discos con nuevas formas de ilustrar los sueños. Ojalá tu voz y tu guitarra no paren de estremecernos y emocionarnos, más allá de las grabaciones. Tu público, Silvio, siempre verá en el acto de tu canción un regalo y una auténtica declaración de amor.

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