Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Globos dorados para la mala conciencia

Oppenheimer se acoge no solo a la dramaturgia canónica del filme biográfico, sino también a los mismos principios narrativos que rigen casi todas las películas de tema político realizadas en Hollywood: hay norteamericanos malos, militaristas y conservadores, y hay otros buenos, humanistas y románticos

Autor:

Joel del Río

Cinco de los principales Globos de Oro (mejor drama, dirección, actor protagónico y secundario, y música original) acaba de ganar Oppenheimer, la más exitosa película biográfica realizada por el cine norteamericano durante el año pasado. Sobre una obviedad, el remordimiento incurable que debió acompañar buena parte de su vida al físico norteamericano Robert Oppenheimer (1904-1967), se edifica narrativamente este filme, sostenido por el empeño en conseguir la identificación del espectador con «el padre de la bomba atómica», y que aparece casi siempre en primer plano, con cara triste y mirada quejumbrosa.  Tal acercamiento de la cámara proclama que se trata de una película contada, la mayor parte de sus infinitas tres horas, en primerísima primera persona. Y ello no sería un problema si se hubieran desprendido del esquematismo rampante en el diseño del personaje, y del demasiado evidente anhelo de santificarlo.

El premiado Cilliam Murphy interpretando a Robert Oppenheimer.

Cuenta cierta prensa que el premiado Cilliam Murphy evitaba, durante el rodaje, compartir con sus colegas u otros miembros del equipo, para mantener la concentración en la subjetividad de Oppenheimer. Y ahora uno entiende semejante aislamiento, porque al histrión se le estaba pidiendo, a lo largo de sus incontables y no siempre necesarios primeros planos, prácticamente dos únicas emociones: la ensoñación del científico genial o el abatimiento que provoca la culpa.

Para conferirle mayor vivacidad y atractivo a todo el filme, el personaje es presentado en dos períodos distintos, que se intercalan por edición: primero, está la investigación a que es sometido, en los años cincuenta, por su pasado comunista. Y entonces, él cuenta su vida, con particular insistencia en el momento en que aplicó todos sus conocimientos y talento al desarrollo de la primera bomba nuclear, en el laboratorio nacional de Los Álamos, en Nuevo México. En ambos períodos, pasado y presente, el rostro de Murphy-Oppenheimer está marcado por la mirada acuosa y la expresión ausente.

Lo peor, en mi opinión —porque entraríamos en un tema ético que la película resuelve muy mal— no es que la actuación sea más o menos deficiente, sino que las «ensoñaciones» sobre un proyecto científico, que finalmente tuvo la más monstruosa de las utilizaciones, son mostradas como un espectáculo de luces, humos y colorines que remite más a un video musical de Taylor Swift que a la representación de la peor monstruosidad del siglo XX. Se dirá que el personaje desconocía el futuro que tendría su invento, pero el director y guionista Christopher Nolan sí lo sabe, o debe saberlo, y los espectadores también lo sabemos, o debemos recordarlo, y el suspenso con la creación del engendro puede arrastrar, por identificación con el personaje, hasta un lugar profundamente inmoral donde se considera la invención todo un hallazgo del ingenio humano.

Además, una vez creada la bomba y lanzada sobre dos ciudades japonesas, apenas se mencionan a las verdaderas víctimas, que aquí son invisibles, mientras en sordina varios personajes suscriben tácitamente, o defienden de manera abierta, la teoría patriotera sobre el imperativo norteamericano de lanzar la bomba para ganar la guerra, y confirmar la superioridad de la nación.

Entonces, a Nolan, director y guionista, le interesa mucho menos cuestionar el asesinato de cientos de miles de civiles indefensos (140 000 en Hiroshima y 80 000 en Nagasaki) que debatir en torno a la obcecación con la seguridad nacional de ciertos militaristas y conservadores norteamericanos. Y así el pobre de Oppenheimer termina siendo víctima indefensa en los dos períodos que el filme cuenta: años cuarenta y cincuenta, hasta el final, que resulta ser aproximadamente el mismo del 95 por ciento de las wiki-biografías producidas por Hollywood últimamente.

Christopher Nolan en la premiación de los Globos de Oro.

Para llegar a la epifanía consagratoria de los últimos minutos (inherente a los biopics que antes mencionaba), la historia nos arrastra a lo largo de una serie de episodios, en los cuales el pobre de Oppenheimer consuma su carácter de víctima. Había que encontrarle, además de sus problemas de conciencia, una némesis, un oponente malvado, y aparece a través del burócrata Lewis Strauss, interpretado magistralmente por Robert Downey Jr. (su Globo de Oro es el más merecido de los cinco que les entregaron) y del militar encargado de dirigir el ultrasecreto Manhattan Project (Matt Damon). También actúa Kenneth Branagh, en el papel de Niels Bohr, uno de los tutores intelectuales del protagonista, y Tom Conti, como Albert Einstein; ambos, por supuesto, en el bando de los buenos. Con muy escasas posibilidades de lucimiento están Emily Blunt (esposa abnegada) y Florence Plugh (amante emancipada)… porque las actrices pocas veces alcanzan destaque en el cine de Christopher Nolan.

De modo que Oppenheimer se acoge no solo a la dramaturgia canónica del filme biográfico, sino también a los mismos principios narrativos que rigen casi todas las películas de tema político realizadas en Hollywood: hay norteamericanos malos, militaristas y conservadores, y hay otros buenos, humanistas y románticos. A pesar de tal esquematismo, al menos en su última hora se magnifica el enfrentamiento entre los oponentes y se explota al máximo el efecto dramático que provocan los diálogos chispeantes, el tenso montaje y la muy eficaz música creada para el filme por Ludwig Gorasson (que es el otro Globo para mí muy merecido; sobre los otros tres, tengo dudas).

Viendo esta película jamás debe perderse de vista que se trata de un director llamado Christopher Nolan, y ello significa siempre brillantez de estilo visual de las formas, desplegadas para disimular la carencia de profundidad, como ocurría en el desarrollo de las múltiples líneas temporales, el sonido inmersivo, y los planos breves o cortes rápidos que caracterizan no solo a Oppenheimer, sino también a la trilogía de Dark Knight (2005 al 2012), empeñada vanamente en conferirle seriedad existencial al hombre-murciélago; la distópica Interestelar (2014), o aquel thriller impenetrable e infructuosamente pretencioso llamado Tenet (2020). No menciono Memento (2000), Inception (2010) y Dunkirk (2017) porque, a pesar de ser fieles al sello Nolan, representan tal vez lo más cercano que puede colocarse el cine norteamericano de entretenimiento a la meditación autoral, vanguardista, sobre el paso del tiempo, la memoria y la identidad maleable.

Así dichos, los temas de Nolan son parecidos a los que alimentan la filmografía del francés Alain Resnais, un cineasta que se adelantó, a través de la bellísima Hiroshima mon amour, a la supuesta novedad temática, formal o visual que significa Oppenheimer. Y no hay que ir tan lejos, bastaría quedarnos en 2023 y dedicar esas tres horas que requiere ver esa película a disfrutar de otra, Asesinos de la luna, de Martin Scorsese, que se atreve a llamar por su nombre los horrores de la historia norteamericana del siglo XX, y denuncia a los culpables, y le confiere voz y rostro a las inmoladas. Había que decirlo y se dijo, aunque mis colegas del Globo de Oro decidieran coronar a Christopher Nolan.

Comparte esta noticia

Enviar por E-mail

  • Los comentarios deben basarse en el respeto a los criterios.
  • No se admitirán ofensas, frases vulgares, ni palabras obscenas.
  • Nos reservamos el derecho de no publicar los que incumplan con las normas de este sitio.