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¿Capablanca el amistoso?

El certamen ajedrecístico que por estos días se desarrolla en La Habana, se ha tornado como una convención amistosa, un mero intercambio de abrazos y caricias, bastante aburrido para el público expectante.

Autor:

Abdul Nasser Thabet

Ningún romano, en los tiempos gloriosos del mayor imperio visto antes de nuestra era, visitó el Coliseo para ver un baile exótico o la firma de algún convenio mercantil. ¡No! La sangre gritaba en busca de un cauce que le abriera paso a través  de toda carne temblorosa. Incluso desde mucho antes ya los «juegos» —respetando la concepción de la época para no entrar en discusiones éticas— estaban pensados en pos del triunfo, y hoy la idea sigue vigente, ¡como es lógico! Nadie paga ni emplea su tiempo en balde.

¿Imaginan a Usain Bolt empatando con Tyson Gay en una olimpiada, a Mohamed Alí acordando la igualdad ante Joe Frazier? Claro, cada deporte tiene sus normas, reglas, rutina, y en algunos es más común lograr el armisticio. Pero a veces «la cosa pasa de castaño oscuro», como diría cualquier cubano «de a pie», y el espectáculo deviene festival de bostezos.

Pues bien, la 48 edición del Memorial Capablanca de ajedrez ha transcurrido, pasada ya su línea ecuatorial, como una convención amistosa, un mero intercambio de abrazos y caricias, bastante aburrido para el público expectante, ávido de batallas a muerte y esa sed de triunfo que parece haber perdido desde hace rato el prestigioso certamen.

Tres victorias en 15 cotejos antes de la fecha sabatina —dos de ellas bajo la misma firma— no ameritan más explicaciones. Doce tablas son demasiado, sobre todo para una lid de tanta historia y nivel. Precisamente el inigualable José Raúl Capablanca dijo en una ocasión que prefería el formato en donde las igualadas no puntearan, para así promover la combatividad, algo que no vendría mal hoy en día.

Tal vez la medida parece estricta y exagerada, pero una justa que lleva el nombre del más grande genio del juego ciencia —según muchos especialistas— no puede seguir así. Soluciones para este problema existen en el reino de Caissa.

Justo ahora me viene a la mente la famosa Regla Bilbao, con la que cada trebejista se anota tres unidades por cotejo ganado, uno en caso de paridad y nada por la derrota. Además está la norma Sofía, cuyo propósito es terminar con la costumbre, demasiado frecuente, de que los trebejistas «negocien» antes de jugar, o se «acomoden» porque el resultado les interesa para su posición en la clasificación final del torneo, por amistad, desgano…

La regulación establece que sólo el árbitro tiene potestad para declarar la igualdad, y solo puede hacerlo en caso de: rey ahogado, triple repetición de la posición, jaque continuo o posiciones teóricamente empatadas.

Sin embargo, es cierto que la regla no es 100 % eficaz, pues nada impide que dos rivales se pongan de acuerdo antes de la partida. Por eso hay que seguir buscando alternativas.

¿Soluciones? Tal vez establecer un límite de movidas (40 o 45) en las que sea aplicable la regla, además de severas sanciones en caso de partidas arregladas. Hay que garantizar el espectáculo, ¿no?

Muy al caso viene el armisticio firmado por los cubanos Leinier Domínguez (2723 puntos Elo) y Yuniesky Quesada (2608), quienes se estrecharon las manos en apenas 16 lances durante la quinta jornada del Memorial Capablanca. No digo que todo haya sido un pacto entre camaradas, pero sí creo que sus seguidores, este deporte, y ellos mismos, merecen más combatividad.

Aclaro que no pretendo arremeter contra estos tremendos ajedrecistas, pues Yuniesky muestra su coraje a menudo, y recientemente provocó muchísimos aplausos al vencer a Dmitry Andreikin (2727-Rusia), el exponente más fuerte de la competición; y la valía de Leinier está probada desde hace «siglos», mas, en sentido general este Memorial Capablanca — y los últimos organizados— dejan mucho que desear en ese aspecto, a diferencia de otros de antaño.

El reto está en el aire, los deseos sobran, y, de seguro, algo se puede hacer para reanimar el miocardio de un evento tan legendario como el mismísimo campeón mundial que dio a luz Cuba en 1888.

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