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La Olimpiada desde el visor

Las jornadas olímpicas niponas legaron imágenes llamadas a incluirse en su patrimonio visual

Autor:

Juan Morales Agüero

La fotografía deportiva estuvo de plácemes durante los Juegos Olímpicos de Tokio 2020. Los obturadores se dieron banquete con un suculento menú de semblantes, momentos y hazañas trascendentales.

Miles de instantáneas se tomaron en los más variados escenarios: cuadriláteros, salas,  polígonos, canales, gimnasios, pistas, colchones, tatamis, albercas, canchas… ¡Ninguno escapó a la pupila atenta de los fotógrafos ni a los encuadres perfectos de sus visores!

Es que el deporte se hace notorio en la gloria que «congela» para la posteridad. Por cierto, no se trata de una práctica moderna. Los antiguos griegos —a falta de otra tecnología— hacían perdurables las proezas de sus héroes olímpicos consagrándoles todo tipo de esculturas, vasijas y pinturas murales. Se las encargaban a sus mejores artistas. Hoy son los virtuosos del lente quienes los inmortalizan.

Las buenas fotos deportivas no se obtienen con un simple clic. Demandan observación minuciosa y profundos saberes, amén de paciencia y aguante para permanecer largos ratos en una misma posición, en espera del momento cumbre.

También precisan de sensibilidad para apreciar la belleza intrínseca en un acto o en un gesto, incluso más allá del mero hecho deportivo. Solo fusionando esos factores —y con cierta dosis de buena fortuna— se consigue atrapar de un flashazo el instante sublime para convertirlo en memorable.

Las jornadas olímpicas niponas legaron imágenes llamadas a incluirse en su patrimonio visual. A pesar de que los rostros de sus protagonistas debieron permanecer semicubiertos por los nasobucos, un imperativo impuesto por la COVID-19. Pero los ojos —los espejos del alma— se negaron a ocultar el júbilo por el triunfo o la aflicción por la derrota. ¡A la mirada no se le escamotean sentimientos!

La fotografía deportiva enaltece valores fomentados por el olimpismo. La imagen donde la heptalonista británica Katarina Johnson-Thompson, lesionada sobre la pista, rechaza una silla de ruedas y entra cojeando a la meta, es una oda a la voluntad. El amor hizo su aporte cuando la esgrimista argentina Belén Pérez, tras ser eliminada, tuvo como recompensa la solicitud de matrimonio de parte de su entrenador. Y la amistad voló alto cuando el qatarí Barshim y el italiano Tamberi quedaron empatados en salto alto y, en lugar de ir a una fatigosa serie de desempate, prefirieron compartir la medalla de oro.

Pero los atletas no tienen la exclusiva en la composición fotográfica. A veces, la euforia de un técnico por la gloria de su pupilo, el ademán de un árbitro al señalar una falta, el momento en que un balón penetra en la cesta, la amalgama de músculos tensionados sobre un colchón, los pies que sobresalen del agua en un clavado o la jabalina en pleno vuelo devienen también joyas artísticas y estéticas.

En todos esos casos, se revela la intención del fotógrafo de encontrar, desde la creatividad y la fantasía, el lado insólito y hermoso de lo conocido, aquella zona donde lo original supera a lo convencional. Un texto periodístico deportivo potenciará sus posibilidades de publicación si llega a la mesa del editor acompañado de buenas fotos.

Cuba transfirió a su iconografía olímpica momentos inolvidables del desempeño de sus atletas, a pesar de asistir a Tokio 2020 con una delegación reducida. Ningún metal le fue esquivo a la hora de las premiaciones. Pero la mejor imagen la estampó en el corazón de su pueblo, ese que desafió el sueño varias madrugadas para verlos triunfar.

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