Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Cortina

Allá donde va José Manuel Cortina, va un héroe sin brillos ni algazaras trocando, como diría el trovador, todo lo sucio en oro

Autor:

Eduardo Grenier Rodríguez

Cierta vez, en una de tantas tardes de pelota en el Capitán San Luis, descubrí vacío el asiento contiguo a José Manuel Cortina. No lo pensé dos veces. Había esperado aquella oportunidad durante un tiempo, con el único interés de conocer más de cerca a quien muchos admiraban. Las referencias estaban ahí, de este o aquel, de peloteros o colegas, del aficionado común. Tantas voces no podrían estar equivocadas, pensé y acerté.

«El profesor», que durante el partido apenas quitaba sus ojos del diamante, me ofrecía un dejo de confianza difícil de describir. Tenía aires de tipo noble y a ese asidero me agarré para ocupar el sitio de acompañante. Atinada decisión. Una vez en el palco, fue él quien inició el diálogo y con sus primeras palabras ya había aprendido yo dos o tres cosas hasta entonces ajenas al conocimiento de un periodista con escaso talento para el béisbol.

Y podría recitar aún con sorpresiva memoria la lección inicial: «¿Ves el movimiento del receptor de manera lateral? Le está reduciendo en un elevado porcentaje las probabilidades de strike al lanzador». Si lo decía Cortina, habría que creerle.

Luego conversamos de otras tantas cosas, cayeron al ritmo de bolas y strikes anécdotas, bromas y consejos que atendí con marcado interés. El tipo delgado y con gorra, raudo en su discurso, el tipo que más le sabe al pitcheo en Cuba, abría el diapasón de su repertorio en beneficio de los demás. En beneficio de un reportero novato, en este caso, que apenas tenía tiempo para abrir el casete en su cerebro y guardar cada lección. Sin el más mínimo afán de soberbia, Cortina educaba con cada palabra.

Días después bajé al dogaut visitante de Camagüey para conversar con José Ramón Rodríguez y conocí de primera mano otra historia de singular valor. El lanzador de los Toros apenas podía esconder la emoción al agradecerle. En Pinar del Río, el veterano entrenador le había reparado el brazo. Cuando las esperanzas menguaban, con sabiduría remendó cada asomo de lesiones.

Y ese es precisamente Cortina. No lo dice el cronista ni el pelotero. Las evidencias están ahí, al alcance de una hojeada: un reparador que va con su mochila de herramientas para calmar las agonías de hombres de talento cuyo físico amenaza con poner punto final a sus carreras. Domina cada una de las decenas de interioridades de un deporte riquísimo en teoría y práctica.

Basta con preguntarle a Mariano Rivera, uno de los tantos «monstruos» que han requerido sus servicios y han salido de su custodia con más fuerza. Y aún así, el hombre que puede ufanarse de tanta gloria, suele ser uno más en peñas y estadios donde defiende criterios con humildad y sin imposiciones. Allá donde va Cortina, va un héroe sin brillos ni algazaras trocando, como diría el trovador, todo lo sucio en oro.

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