Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El judo cubano debe mirar más hacia afuera

Oscar Brayson, medallista olímpico y mundial, ofrece a JR declaraciones sobre la actualidad de su deporte en el país, así como detalles de su carrera deportiva

Autor:

Eduardo Grenier Rodríguez

Camino por la acera de 20 de Mayo en busca de El Príncipe. Tengo unas pocas referencias del combinado deportivo recostado casi sobre las espaldas del Latino y un edificio de 12 plantas. Hace sol. Un sol fastidioso e impropio de octubre. Reviso el móvil con frecuencia. Busco un tipo fornido, mulato. Busco un tipo que conserva, aunque a su alrededor casi nadie lo sepa, una medalla olímpica. Que se dice fácil, pero constituye un tesoro. Su nombre es Oscar Brayson.

Entonces, cuando arribamos a El Príncipe, tal y como anuncia un cartel hacia la calle, quien lograra vencer al legendario Teddy Riner sale al paso desde el parqueo contiguo y de paso disipa las dudas de un periodista con serios problemas visuales. Nada más percatarse, camina hacia el fotógrafo y nos saluda con un choque de puños. Parece, por el trato inicial, una persona noble.

Luego, tras un buen rato de charla, ratificamos la conjetura de antes: frente a nosotros, más de 160 kilogramos y 189 centímetros de pura nobleza. Sonríe cuando hablamos sobre el judo masculino cubano. El momento que atraviesa apenas deja espacio al optimismo. Oscar lo sabe y prefiere no adentrar demasiado el dedo en la llaga. «Déjame ver cómo te lo digo», anuncia antes de esgrimir criterio alguno, temeroso de una posible repercusión. Y aun así, habla.

«La actuación en los Juegos Olímpicos de Tokio fue mala, no puede calificarse de otra manera porque los resultados son los peores de la historia. Siempre hay que tener en cuenta los problemas en la preparación, los contagios por COVID-19 de algunos atletas y otros aspectos. Sin embargo, a mi entender hubo muchas deficiencias tácticas. El judo actual es más estratégico. Ni los japoneses practican el deporte de manera tan virtuosa».

La pregunta aviva un debate. Oscar sonríe con frecuencia. Piensa mucho y sigue guardándose criterios. Es su derecho. El diálogo tiene lugar esta tarde en unos bancos semidestruidos de un parque de la avenida. Unos cuantos árboles, por suerte frondosos, ofrecen sombra. Por los alrededores pasan personas, aunque no muchas. Algunas, solo algunas de ellas, miran con curiosidad.

Brayson prosigue sin que medie otra interrogante: «Yo competí en varias etapas del judo y prefiero el que practiqué al principio, recuerdo que se valía agarrar todo, no había tanta restricción. Ahora los atletas tratan de aguantar más los combates para protegerse y quizá por ello luce tan defensivo. Pero en un evento como las olimpiadas tienes que salir con más ímpetu, porque es tan sencillo como que te empujan, caes y pierdes. Eso nos afectó».

Los remedios milagrosos no existen, confiesa. El judo cubano debe mirar con más atención a sus contrincantes para encontrar carencias, pero también virtudes. «Yo siempre digo que cuando uno compite tiene que mirar al grande. Por eso, debemos analizar qué está haciendo Japón, qué está haciendo Francia», explica una y otra vez. Menciona mucho a Japón. No debemos tener miedo a observar por la ventana hacia afuera.

«Es cierto que ellos poseen un presupuesto superior para desarrollar sus estrategias de preparación, pero igual podemos. En el masculino y el femenino hay que llamar a todas las glorias deportivas, nuestra experiencia vale, a veces los mismos atletas conversan con nosotros y les ofrecemos criterios.

«Y Japón, por ejemplo, tiene un grupo de entrenadores que se formaron precisamente tras ser medallistas olímpicos y mundiales. Ahí está el resultado: arrasaron en Tokio. Tenemos que mirar las cosas buenas que ellos hacen, porque son los mejores. Los franceses, por ejemplo, basan su éxito en un estudio de contrarios exhaustivo y entrenamientos individualizados, que representa una debilidad del judo cubano y es hora de que lo tome de una vez: un entrenador responde por cada división ante el jefe del deporte en general».

Historia de un descubrimiento

Abro Facebook y encuentro la página de Justo Noda. Le doy like. Deslizo mi pulgar hacia abajo y leo. Encuentro publicaciones interesantes. Anécdotas, informaciones, criterios. Y mientras busco, me tropiezo también con la historia de Brayson.

Oscar la recuerda igualmente con mucho cariño: «En el año 2000 yo era luchador, estaba en la EIDE de Camagüey y hablé con mis padres, pues no quería seguir más en el deporte al tener problemas con el peso corporal. Entonces mi papá me llevó a Sancti Spíritus para que Justo me viera».

«Cuando él me vio se sorprendió por mi estatura y somatotipo. Ese año competí en judo en los Juegos Escolares, gracias a la autorización para hacer el cambio de los profesores de lucha, que por cierto me ayudaron mucho, pues tomé aprendizajes de ese deporte posteriormente en el judo. Obtuve medalla de bronce y me promovieron al equipo nacional como uno de los últimos, si no el último.

«Una vez allí, Justo me fue enseñando aparte la esencia del deporte, hasta que me soltó y comencé a aprender a base de estrellones, cocotazos y derrotas», dice y ríe distendidamente. El camino fue duro, recuerda, pero con 17 años fue a una gira europea y obtuvo medallas. Allí también recibió muchos estrellones en los entrenamientos, insiste, aunque evidentemente valieron la pena.

Entonces el fornido ex judoca y hoy entrenador, que por cierto vive en La Habana con su esposa e hija y además sueña con formar a un medallista olímpico, acepta una ráfaga de interrogantes antes de concluir la charla.

Brayson durante uno de sus combates en la arena internacional. Foto: Judoinside

—¿Cómo recuerdas el primer combate con Riner y ser uno de los pocos en vencer al legendario francés?

—Esa primera vez fue precisamente mi triunfo. Él ya era campeón mundial juvenil, pero lo pude derrotar. Luego no nos enfrentamos más hasta la final del Mundial en 2009. A mí siempre los brasileños me preguntaban cómo hacía para darle tanta batalla y yo les decía que nada, que salía y le iba para arriba (risas). Parece que mi estilo de combate le encajaba bien.

—¿Cuál fue el momento más feliz de tu carrera?

—Los Juegos Olímpicos de Beijing en 2008, pero fíjate como es la vida, que también lo recuerdo con tristeza. Cumplí mi sueño de ser medallista olímpico. No obstante, tengo la espina enterrada de haber perdido la plata cuando me inmovilizaron faltando muy pocos segundos en el pleito semifinal. Todos los días cargo con ese peso. Sobre todo, cuando cobro. (Ríe una vez más).

Actualmente, Oscar Brayson entrena a niños en edades pioneriles. A veces, recibe una llamada del equipo nacional y acude a ayudar. En sus ratos libres, escucha música: la salsa es el género más repetido de su lista de reproducción.

Al concluir el diálogo, mientras el fotógrafo y yo bajamos las escaleras para volver a la redacción, una voz nos llama con desespero: «Caramba, periodista, discúlpame, pero no podía olvidar un agradecimiento a mis padres, que daban los viajes a La Habana para ayudarme todas las semanas y siempre estuvieron ahí. Si puedes, publica eso. Ahora sí cumplí». Y otra vez emprende su marcha por los caminos enyerbados del parque de 20 de Mayo.

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