Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Diario de la victoria (I)

Corre el mes de diciembre de 1958. La provincia de Oriente está casi totalmente controlada por el Ejército Rebelde. En Las Villas, 2 000 efectivos militares son incapaces de contener el empuje de las columnas invasoras del Che y Camilo, y se combate también en los territorios de Camagüey y Pinar del Río. Crece la impopularidad de Batista, y el desencanto permea a sectores que poco antes le dieron su apoyo. En La Habana, donde la represión se hace sentir con saña, la ciudadanía acata la orientación del Movimiento 26 de Julio que bajo el lema de «0-3-C» —cero compras, cero cenas, cero cabaret— llama al retraimiento durante las celebraciones pascuales y de fin de año.

La batalla de Guisa se extiende entre el 20 y el 30 de noviembre bajo la conducción del Comandante en Jefe. El 10 de diciembre, Baire y Jiguaní pasan a ser territorio libre, y el 11 comienza la batalla de Mafo, que se prolonga hasta el 30. La ciudad de Palma Soriano se rinde a las tropas rebeldes. 

Mientras, en La Villas, Che y Camilo mantienen la iniciativa. Logran interrumpir el tránsito hacia la ciudad de Santa Clara desde el occidente de la Isla. Las guarniciones de Fomento, Guayos, Cabaiguán, Placetas, Remedios, Caibarién y Camajuaní se rinden ante las tropas del Che, en tanto Camilo ataca las guarniciones del norte de la provincia y pone sitio a Yaguajay, donde el ejército batistiano resiste el asedio durante 11 días.

La estrategia del Che es reducir los cuarteles de ciudades y pueblos situados alrededor de Santa Clara, fuerte plaza militar, a fin de privarla de refuerzos. Descarrila y se apodera del tren blindado y se alista para tomar la capital provincial, lo cual ocurre ya el 1ro. de enero.

Serenata de Año Nuevo

En Oriente, Fidel cerraba con sus fuerzas la ciudad de Santiago de Cuba. El 24 visita a su madre en la casa natal de Birán: «Resultó imposible para mí resistir la tentación de ir a visitarla», diría muchos años después. El 30 los rebeldes se adueñan de puntos estratégicos. En la noche del 30 al 31 Fidel pernocta en la hospedería del Santuario de la Virgen del Cobre, y allí, con Raúl y Ramón, el hermano mayor, se encuentra con el
sacerdote Vicente García Martínez, prefecto del Colegio de Dolores, donde los tres cursaron la enseñanza primaria. El 31 de diciembre el Comandante en Jefe cena en el restaurante King Kong, en las afueras de Palma Soriano, y esa noche la Comandancia General del Ejército Rebelde se instala en la casona del batey de un central azucarero, en las afueras de la mencionada ciudad. Llegadas las 12 de la noche, integrantes del pelotón de Las Marianas improvisan una serenata de Año Nuevo. Entonan la Marcha del 26 de Julio y prosiguen su concierto con Noche de paz… Un grupo de combatientes dispara sus armas al aire en saludo a la fecha.

En la ciudad militar

Ese mismo día, sobre las 8:30 de la noche, Batista se reunía en Kuquine, su finca de recreo en las afueras de La Habana, con el general Francisco H. Tabernilla Palmero (Silito), su secretario militar. Antes, el día 22, el mandatario le había dictado los nombres de los civiles y militares que saldrían del país tras su renuncia; 108 personas que se distribuirían en tres aviones. Ninguna de ellas sabía que figuraba en esa lista, ni debía saberlo hasta el momento preciso, de manera que, en ocasión de la fecha, Silito debía convocarlas para esa noche, a las 11, en la Ciudad Militar de Columbia. A las 10:30 el mayor general Eulogio Amado Cantillo Porras llegó a Kuquine y sostuvo una conversación privada con el dictador. Batista ordenó a Silito que traspasara a Cantillo la jefatura de la División de Infantería. Ambos debían esperarlo esa noche en Columbia.

Llegó el dictador a la Ciudad Militar poco antes de las 12. Saludó a las señoras que conversaban con la Primera Dama e hizo apartes con algunos de los invitados. A las 12, con una copa de champán en alto, felicitó a los presentes. El ambiente no estaba para fiesta y muchos, con pretexto o sin él, se retiraron.

«Apelamos a su patriotismo»

A esa hora resultaba inminente la rendición de Santa Clara, asediada por Che Guevara, y nada podría evitar la caída de Santiago de Cuba, cercada por las tropas de Fidel, Raúl y Almeida. No obstante, Batista contaba todavía con un impresionante dispositivo bélico. La División de Infantería la conformaban unos 6 000 hombres que se concentraban en Columbia, y allí estaba destacado, asimismo, y mandado también por el general Silito, el Regimiento Mixto de Tanques 10 de Marzo. Más de mil hombres se hallaban en la Cabaña y otro mil en la base aérea de San Antonio de los Baños, sin contar los ubicados en otros regimientos, 10 000 policías, un servicio secreto enorme y un número indeterminado de colaboradores. Un Ejército fuertemente armado, pero ya desarticulado, incapaz de ganar una escaramuza.  

Se congregaron los generales en el despacho de Batista, y Cantillo se dispuso a asumir el papel convenido de antemano. Dijo: «Señor Presidente: los jefes y oficiales del Ejército, en aras del restablecimiento de la paz púbica que tanto necesita el país, apelamos a su patriotismo y a su amor al pueblo, y solicitamos que usted renuncie a su cargo».

Batista, al usar de la palabra, dijo que, en forma igual o parecida, se habían dirigido a él representantes de la Iglesia Católica, del azúcar y los negocios nacionales. Pidió papel y pluma y escribió de su puño y letra la renuncia, que firmó, como lo hacía habitualmente, con sus iniciales. Firmaron los generales presentes y lo hizo también Anselmo Alliegro, hasta ese momento presidente del Senado, que lo hizo como sustituto constitucional.

¡Salud! ¡Salud! ¡Salud!

Silito y los ayudantes presidenciales comunicaron la noticia de la renuncia a ministros, parlamentarios y otros políticos gubernamentales, en tanto que el coronel Orlando Piedra, jefe del Buró de Investigaciones, lo informaba a altos oficiales de la Policía. Batista ingirió una taza de café con leche antes de dirigirse al aeropuerto militar. Llegó al aeródromo sobre las 2:10 de la mañana. Vestía de casimir oscuro y lucía sereno en medio de la tensión reinante. Una escuadrilla de tanques, mandada por Cantillo, protegía el lugar, y no eran pocos los oficiales que habían acudido a despedir a su líder. Escribe en sus memorias el general Fernández Miranda: «A pesar de todo, aún tenía mando, y la escolta de ceremonias estaba en posición de Presenten armas, como si el Presidente saliese de gira». Desde la escalerilla del avión gritaba sus últimas instrucciones a Cantillo, para terminarlas de la forma con que invariablemente concluía sus alocuciones: «¡Salud! ¡Salud! ¡Salud!»

«Esto es una cobarde traición»

En Palma Soriano, la Comandancia General del Ejército Rebelde está en pie a las seis de la mañana. El Comandante en Jefe no oculta su disgusto por la balacera con que un grupo de oficiales saludó el advenimiento de 1959. «Una celebración más y me quedo sin parque», dice. Se dispone a desayunar cuando alguien llega con la noticia de la fuga del dictador. Trata Fidel de precisar la confiabilidad de la fuente. No hay dudas. La confirma una emisora de radio norteamericana que asegura que Cuba tiene un nuevo Presidente y que Cantillo es el jefe del Ejército.

Pocos días antes, el 28 de diciembre, Cantillo y Fidel habían conferenciado en secreto. Cantillo reconoció ante el alto mando rebelde que había perdido la guerra y solicitaba una fórmula para poner fin a los combates. La fórmula, elaborada por Fidel, fue aceptada por su adversario. Se comprometió —y juró por su honor de militar que lo haría— a protagonizar en el cuartel Moncada, ese 31 de diciembre, un pronunciamiento contra la dictadura, avanzar junto a las fuerzas rebeldes hacia La Habana e impedir la fuga del dictador.

El Comandante, mesándose las barbas en gesto característico, andaba y desandaba a grandes trancos el salón donde se encontraba. «¡Esto es una cobarde traición! ¡Pretenden escamotearle el triunfo a la Revolución! Ahora mismo me voy para Santiago. Hay que tomar Santiago. Si son tan ingenuos que creen que con un golpe de Estado van a paralizar la Revolución, vamos a demostrarles que están equivocados».

Momentos después, a través de las ondas de Radio Rebelde llamaba a sus comandantes a no aceptar ningún alto al fuego, instaba a los trabajadores a la huelga general y a decir ¡No! al golpe de Estado.

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