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Cuando Cuba intervino la empresa eléctrica

Corre el mes de diciembre de 1933 y el Gobierno cubano se prepara para acometer las que serían sus dos medidas más radicales: la suspensión del pago de la deuda externa y la rebaja de las tarifas eléctricas. El presidente Ramón Grau San Martín decide en esos días establecer la moratoria al pago de los intereses pactados por el defenestrado dictador Gerardo Machado con bancos norteamericanos. Deben 1 750 000 dólares al Manhattan’s Chase National Bank y algo más de dos millones al Boston’s First National, pero las cifras no mienten y «la deuda ha sido pagada una y otra vez», mientras las finanzas públicas no andan mal y la nación cuenta con una reserva de siete millones de pesos.

Era de larga data el tema de las tarifas eléctricas. El conflicto entre el pueblo y el monopolio comenzó antes del ascenso de Machado al poder, en 1925. Continuó bajo la dictadura cuando el cubano de a pie abrazó la consigna de no pagar luz ni teléfono, cobró fuerza bajo el efímero Gobierno cespedista, tras el derrumbe del machadato, y se expandió tras el golpe de Estado del 4 de septiembre de 1933.

Con Grau en la presidencia, el boicot de los clientes sembró la alarma en los predios de la compañía de electricidad. En 1929, Machado había rebajado las tarifas fijadas en 1902 por el Gobierno interventor norteamericano. De los 17 centavos por kilovatio dispuestos por el interventor, rebajó a 15, pero aun así era una cifra que duplicaba la de las principales ciudades norteamericanas. El 6 de diciembre de 1933, el Gobierno cubano, mediante el Decreto 2974, situaba una tarifa provisional de 9,35 centavos por kilovatio.

Ni despidos ni mermas salariales

No se limitaban a esa rebaja los beneficios del decreto. Los periódicos, las radioemisoras y los servicios públicos en general, pagarían el kilovatio a cuatro centavos, en tanto la empresa eléctrica asumiría los gastos por la instalación de equipos, postes y cables, prohibiéndosele, por otra parte, el cobro de los metrocontadores. Tampoco podría despedir ni rebajar el salario de sus empleados.

La empresa, como era de esperar, puso el grito en el cielo. Invocó sus derechos de propiedad que, alegó, estaban siendo violados, y en cuanto a las tarifas, pretendió ampararse en una orden militar librada en 1902 por el interventor norteamericano. No tuvo éxito y decidió recurrir al soborno. Solo que equivocó el tiro al dirigirse, nada más y nada menos, que al doctor Antonio Guiteras, secretario (ministro) de Gobernación del presidente Grau, exponente del ala revolucionaria de aquel Gobierno.

Una noche del mes de noviembre de 1933, el administrador general de la compañía de electricidad se personó en el modesto apartamento que ocupaba Guiteras, junto a su madre y hermana. No se anduvo por las ramas. Sacó un cheque de blanco del bolsillo interior de la chaqueta.

—Doctor Guiteras, esto puede ser lo mismo 200 que 300 000 pesos…

El joven ministro (tenía entonces 27 años de edad y caería baleado con 29) no se inmutó. Su silencio desconcertó al visitante, que pensó acaso en lo mezquino de su oferta.

—Podemos llegar a 500 000 pesos, doctor Guiteras… No queremos la vigencia de ese decreto. La rebaja de las tarifas nos lesiona enormemente…

—Yo he conocido hombres valientes, pero usted lo es más que ninguno—, dijo Guiteras, frío y sereno, y llamó a su madre, que se encontraba en una habitación contigua:

—Mamá, este señor quiere marcharse… Acompáñalo hasta la puerta.

La entrevista había terminado.

Idealista y tozudo

El periodista norteamericano Carleton Beals, que lo entrevistó en esos días, reparó en la combinación de testarudez e idealismo que animaba en Tony Guiteras: «Veía el presente y penetraba en el futuro». De él, dijo luego estar en presencia de «un hombre absolutamente temerario, que a nada temía, que era incorruptible y que se sentía absolutamente indiferente ante su destino personal». Precisaba: «Trabaja igual que el reloj de su despacho, día y noche… Es pequeño, delgado, de boca larga y grandes orejas. Tiene además un defecto en los ojos, un pequeño estrabismo, que hace imposible saber si le mira a uno cuando habla».

Recoge Beals en su entrevista ideas del secretario de Gobernación. Dice: «Mientras el pueblo tenga hambre no podemos tolerar que haya tierras baldías en Cuba». Expresa, asimismo: «El poder, imposibilitados de hacer la revolución, no significa nada para nosotros».

La derecha no lo soporta. Escribe en el periódico El País, el periodista Ramón Vasconcelos: «Tony es casi un yanqui por educación, pero es un esquimal por sus procedimientos. Cada vez que el país empieza a respirar y alentar alguna esperanza de conciliación y apaciguamiento, Tony hace una de las suyas para demostrar que no ha terminado su obra demoledora».

¿Qué está pasando en Cuba en esos momentos? Las tensiones son mayores de lo que parecen, son continuos los encontronazos con los intereses norteamericanos y hay divisiones en el consejo de ministros. El 22 de diciembre, unas 30 000 personas manifiestan en las calles su apoyo a Grau, pero en la misma fecha elementos de la Marina tirotean una manifestación estudiantil. Concede el Gobierno el sufragio femenino. «Las mujeres mandan», dice el Presidente, pero pierde el apoyo de los estudiantes, su principal base política.

El 1ro. de enero de 1934, el cuerpo diplomático acreditado acude a Palacio a saludar al Primer Magistrado por el Año Nuevo. Guiteras se ve imposibilitado de acudir a la recepción: no tiene smoking y se niega a alquilarlo, y aunque cuenta con tres trajes, la tintorería no alista a tiempo el que quiere usar. El coronel Batista, manipulado por el embajador norteamericano, busca la renuncia de Grau. Washington, asevera el diplomático, nunca lo reconocerá.

Sigan ustedes discutiendo

Crecen las demandas obreras a la empresa eléctrica, que solo acepta la jornada máxima de ocho horas. El 5 de diciembre, los patronos de la electricidad reciben 45 peticiones (derecho de huelga, vacaciones anuales, salario mínimo…) con un plazo de 48 horas para responderlas. Hacen caso omiso al pliego reivindicativo y se abre un compás de espera hasta el 12 de enero, cuando, en una reunión de 19 horas, la compañía aceptó 30 de las 45 demandas, con la promesa de discutir las restantes en el transcurso del mes. Respuesta inaceptable para los trabajadores, que declararon un nuevo plazo, hasta las cinco de la tarde del 13. La empresa no aceptó y se llamó a la huelga para el día 14, a las seis de la mañana.

Media otra vez Guiteras en el conflicto, pero la empresa no acude a los llamados del Ministro, quien reclama la presencia del administrador de la compañía. El hombre está escondido y Guiteras pide a sus asistentes que lo busquen. Aparece al fin a las cuatro de la mañana, escoltado por su abogado, solo para decir que quería discutir las 30 demandas ya aceptadas. Eran ya las cinco de la mañana cuando Guiteras, luego de mirar su reloj de bolsillo, rompió las negociaciones. Dijo: «Sigan ustedes discutiendo, que yo voy a dar agua y luz a La Habana».

De inmediato se trasladó al Capitolio, donde, a la luz de una vela, quedó redactado y mecanografiado el Decreto 172, que disponía la intervención de la empresa eléctrica. En el Palacio Presidencial, también a oscuras, Grau puso su firma junto a la de Guiteras. Ya la huelga había comenzado, pero el documento quitaba temporalmente a la patronal sus facultades administrativas y financieras, y ponía en manos del interventor el control de las plantas generadoras y de distribución.

Era el domingo 14 de enero de 1934, hace ahora 90 años. Horas después, Grau disponía la suspensión del pago de la deuda. Su mandato llegaba a su fin. Defenestrado por el coronel Batista, abandonaba el Palacio en la tarde del 15 de enero, mientras Guiteras se trasladaba al castillo de la Punta a tratar de sublevar a la Marina y estudiar las posibilidades de un contragolpe. Dos destructores norteamericanos ponían proa a La Habana.

Fuentes: Textos de Briones Montoto, De la Osa y Taibo II.

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