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Sospechas

La especie humana tiene límites. Es una cuestión biológica, genética, incluso lógica. Por eso Usain Bolt no se desayuna los 100 metros planos en 5,5 segundos —de lo contrario fuese un guepardo; ni Jordan pudo con Newton, así que nunca llegó a flotar cuatro segundos antes de reventar una cesta a 3,05 metros del suelo.

Pero en el deporte siguen buscando la forma de crear superhéroes, solo con ese mote hasta el día que son desenmascarados. La natación siempre ha estado en la mira. Y sigue asombrando, a veces para bien, a veces para mal.

Finalizado el Campeonato Mundial que acogió Kazán, Rusia, casi nadie recuerda ese pasado convulso, cuando la prohibición en 2010 de los trajes de baño basados en poliuretano hidrodinámico redujo a cero la cantidad de récords mundiales.

En 2009 cayeron 141 plusmarcas universales, 166 europeas y 153 nacionales. En cambio, un año después los números se ahogaron en las mismas piletas que antes fueron testigos de esas hazañas.

Durante 2010 solo hubo cinco topes del orbe aplastados, únicamente tres en categoría individual firmados por Ryan «Cocodrilo» Lochte, el mejor nadador de ese año. De esos nuevos cuños, cuatro fueron en piletas de curso corto y uno en escenarios de 50 metros.

En total, Kazán vio desplomarse ocho plusmarcas individuales y cuatro en relevos. En Shangai 2010 solo cayó una y en Barcelona 2013 fueron dos. Ya se quemaron los trajes mágicos. ¿Entonces?

Claro que siempre hay sospechas. La ciencia ayuda a combatir la trampa, pero a su vez la alimenta. Les daré algunos nombres de héroes en Kazán que alguna vez fueron villanos. Por ejemplo, el chino Ning Zetao (oro en los 100 metros libres) estuvo suspendido un año en 2011, después de un test positivo de clembuterol. También su compatriota Sun Yang, campeón en 400 y 800 metros del mismo estilo, resultó sancionado tres meses en 2014. La rusa Yulia Efimova, reina en el hectómetero, estilo pecho, fue castigada 16 meses por tomar esteroides.

El punto flojo de la la Federación Internacional es que puede castigar varias veces a un nadador y permitir que siga compitiendo. Una postura en la que la trampa no parece tomarse muy en serio. Por supuesto, cuando uno ve a Katie Ledecky, Missy Franklin, Michael Phelps o Ryan Lochte, nunca piensa en engaños, sino en puro talento.

El caso de Ledecky es único, pues sumó en Rusia cuatro coronas en el estilo libre: 200, 400, 800 y 1500 metros. Por si fuera poco, pulverizó tres récords del mundo, para elevar hasta diez los batidos en 24 meses.

Hablar de Phelps se antoja inapropiado. Ya ha conquistado 18 títulos olímpicos, 26 cetros universales y 29 topes planetarios. La cuenta sigue. Demasiado.

Para muchos, la prohibición de los famosos bañadores especiales incentivó el desarrollo de la natación. Se dio un salto tecnológico inmenso y el trabajo físico sigue en aumento. Para otros siempre quedará la duda, porque a ratos aparecen estrellas eclipsadas por la trampa. Sin embargo, la ley es bien clara: inocentes, hasta que se demuestre lo contrario. Por ahora es mejor esperar y no emitir criterios apresurados. Los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro están a la vuelta de la esquina. El ser humano sigue buscando sus límites. En ocasiones con una ayudita.

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