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No es fácil, pero tampoco imposible

Los jóvenes incorporados al servicio militar pasan una etapa inicial de preparación básica de los nuevos soldados, conocida popularmente como «la previa», donde no solo adquieren conocimientos y desarrollan habilidades básicas de la actividad militar, sino que adquieren hábitos, disciplina y valores que les sirven para toda la vida

Autor:

Dora Pérez Sáez

Casi ninguno ha cumplido aún los 19 años. Sin embargo, desde hace tres semanas llevan una vida con un rigor que algunos hombres más adultos no aguantarían. No ha sido fácil. Para muchos, es incluso la primera vez que se separan de su casa y su familia. Pero todos están conscientes de la importancia que esta etapa tendrá en su futuro.

En este período, que dura cinco semanas, los jóvenes reclutas adquirirán conocimientos, hábitos y habilidades básicas para la vida militar. Al terminarlo, realizarán el juramento militar, paso que los convierte en soldados.

Todos llegan con temor. La fama de «la previa», que ha llegado a los oídos de estos muchachos, se reduce a una etapa en la que solo se pasa trabajo. Así le sucedió a Dayron Quiala Correa, de 18 años quien, al escuchar los comentarios de sus amigos, imaginaba que le esperaba un verdadero infierno.

Tres semanas después, su percepción es diferente. «Es verdad que al principio es un choque tremendo —dijo—, sobre todo los cinco primeros días, que son de adaptación al lugar, pero por lo demás no. Cuando pasa el tiempo y te acostumbras a pedir permiso siempre al oficial, todo es normal».

Dayron ya sabe qué es la disciplina. Se ha tenido que adaptar a tender la cama —lo cual hace muy poco en su casa—, a levantarse temprano, a respetar los horarios de desayuno, almuerzo y comida, y a cumplir las órdenes de los cuadros de mando.

Incluso, es de los que se levanta media hora antes del toque de la campana, para tener todo listo antes de salir a la gimnasia matutina.

—¿Qué preparación militar has recibido?

—Marchar, clases de táctica, y conocer las partes de armas como granadas, el fusil AKM, y también de las máscaras antigás. Esto último es lo que más me gusta.

Para Daniel Medina Morales lo más duro ha sido la lejanía de su novia Carla. Juntos terminaron el preuniversitario, y aunque quería continuar con su carrera de Licenciatura en Inglés, comprende que el servicio militar es un deber de cada cubano, y que además los prepara para la vida.

«Lo que más me ha impactado es la preparación de infantería. También, el orden y el rigor que se debe tener aquí adentro, la organización… Nada es porque tú quieres, todo lleva un nivel de exigencia superior al que estás acostumbrado.

«Lo más duro es extrañar a mi familia. Ellos vienen todos los domingos. Me dan ánimo. Esto es una etapa que hay que pasar; no es fácil, pero tampoco uno se puede echar pa’atrás».

—¿Cómo es la relación con los oficiales?

—Nos tratan bien, lo que hacen es por nuestro bien. A veces te tratan un poco duro, pero es con el rigor que debe tener un militar. El oficial no te puede decir: «mi’jito, pórtate bien». Él debe tratarte con rectitud, porque esta es una preparación para la guerra, no para un baile ni para una película.

Gilberto Danilo Izquierdo ya estuvo antes en la Escuela Militar Camilo Cienfuegos. Quizá por eso es un poco más rápido que sus compañeros. No obstante, reconoce que nunca antes había tenido una preparación física tan fuerte.

«Mucha gente, hasta mi papá, me había dicho que el servicio era duro, que la previa era lo peor, pero se pasa, y es algo que uno puede contar, una experiencia.

«Lo más difícil ha sido el cansancio, marchar en el sol, el rigor físico… Pero bueno, son las exigencias. Uno termina acostumbrándose a levantarse todos los días temprano, y ya tu mente está preparada para saber que tienes que marchar».

—¿Qué te ha parecido el lugar?

—Las condiciones son muy buenas, eso sí tengo que decirlo. Los albergues son grandes, limpios, con ventiladores.

—¿Qué dice tu familia?

—A ellos les parece bien que yo esté pasando el servicio porque es el llamado de la Revolución a un adiestramiento militar, pero más que eso, es una formación que siempre nos va a servir para la vida.

«Aquí se fomentan valores en nosotros, como la convivencia con mis compañeros, que nos conocemos hace tres semanas y ya nos llevamos como si fuéramos hermanos, como si siempre nos hubiéramos visto, y bueno, la preparación física y la disciplina, que nos ayuda también para cuando regresemos a nuestras casas».

El ejemplo es la mejor enseñanza

La teniente Liannis Hernández López, de solo 22 años, es una de los oficiales que está a cargo de la preparación de los jóvenes reclutas. A pesar de su juventud, ya lleva un año de trabajo como instructora del centro de preparación de la unidad, donde imparte clases de preparación de tiro y táctica.

Natural de Camagüey, esta joven de expresión serena y agradable conversación es egresada de la Escuela Interarmas de las FAR General Antonio Maceo, donde se graduó de la especialidad de Infantería.

«Empecé como jefa de pelotón —reveló—, pero me fui superando y ahora soy instructora. Estoy asumiendo una nueva responsabilidad, en la que tengo que planificar la preparación combativa de los reclutas, impartirles clases, controlar sus ejercicios para reforzar su preparación. Es vital que cuando se incorporen al servicio militar en las unidades de combate, donde deben enfrentarse a técnicas y armamentos que no ven aquí, ya lleven la preparación necesaria para asumir esa nueva realidad.

«También adquieren la disciplina, para que cuando se les plantee una misión la hagan con la mayor rapidez, dedicación y energía. Conocen los grados y adquieren determinados hábitos como tender las camas, ver el noticiero, levantarse temprano, y se preparan física, psicológica y políticamente».

—¿Cómo es tu trato hacia ellos?

—La preparación de nosotros es superior. Tenemos que saber lidiar con ellos como personas, porque sabemos que no están adaptados a este estilo de vida, nosotros estamos aquí por vocación, pero ellos no.

«Ellos no aceptan tan rápido ese cambio de vida, por eso les repetimos las cosas cuantas veces sea necesario, para que puedan alcanzar las habilidades y crear hábitos de la vida diaria, y les vamos explicando el porqué de todas las cosas, pues ellos se hacen mil preguntas.

«Debemos llegar a ellos de la forma más asequible y más educativa posible, para que no vean esto como un castigo, sino como un lugar donde se preparan para la guerra, y ellos mismos físicamente. Muchos hace tiempo que se desvincularon del ejercicio físico, de correr… y aquí aprenden muchas cosas con la ayuda nuestra, porque tenemos el nivel y la preparación necesarios».

—Tienes casi la edad de los muchachos, ¿esto constituye una ventaja o un obstáculo en tu relación con ellos?

—Cada vez que les doy una tarea siempre me propongo dar el ejemplo, y antes de que ellos la hagan, la hago yo, para que vean que puedo. Les demuestro que aunque sea una mujer, tengo una buena preparación y quiero que ellos la tengan también. Conversamos mucho para que se relajen, para conocerlos más y que no exista ningún miedo; si tienen un problema, que me lo planteen. Y yo actúo como si fuera su madre o su hermana. Siempre trato de llegar a ellos, inculcándoles valores.

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