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Coreografía viral (+ Podcast y Video)

Baile y solidaridad son antídotos demostrados en el centro de aislamiento habilitado en la Universidad de Sancti Spíritus José Martí

Autores:

Lisandra Gómez Guerra
ALEJANDRO CLEMENTE TRIANA

SANCTI SPÍRITUS.— Duele topar de frente con el silencio sepulcral del pasillo central de la Universidad José Martí de esta provincia. Sólo en la memoria se dibujan las risas y algarabías de su juventud con tabletas, libros, libretas y celulares en mano.

Desde el pasado 5 de octubre, su imagen es otra. Al final del pasillo que lleva al ala de la residencia, un cartel de «No pase» hace poner los pelos de puntas. Al otro lado de la soga se respira diferente. Forrados de verde de pies a cabeza, se ve desde lejos a algunos estudiantes y profesores que corren de un lado hacia otro.

Asisten a un nuevo escenario. La casa de altos estudios de Sancti Spíritus se arropó de hospital con capacidad para 50 personas sintomáticas sospechosas de ser portadores del SARS-CoV-2. Distribuidas en 18 habitaciones ubicadas en pisos diferentes reciben la atención de médicos, enfermeras y un grupo de muchachos que prefirieron salir de sus hogares para aliviar las tensiones de quienes temen estar enfermos.

«Supe del llamado para incorporarnos de forma voluntaria y no lo pensé dos veces. Ha sido una experiencia muy bonita y que volveré a repetir cuantas veces sea necesaria», cuenta vía WhatsApp, Daniel Tomás Camellón Curbelo, estudiante de primer año de Licenciatura en Geografía.

Apenas alcanzan las 24 horas del día. Suben y bajan los cuatro pisos en diferentes horarios para llevar hasta las camas los alimentos. Pulen pasillos, barandas, mesas y sillas. El olor a cloro despabila las zonas aledañas.

Entregan ropa limpia y recogen la usada. Al final de cada jornada el cansancio agrega mayor peso a sus pies.

«Como docente tenía que estar junto a ellos. Esta es una tarea social de gran trascendencia. Somos el primer grupo de 11 voluntarios, quienes asumimos con mucha responsabilidad y sacrificio cada una de las labores que nos han encomendado», alega Dariel Rivadeneira Casanueva, integrante del claustro de la Facultad de Ciencias Técnicas y Empresariales de la Universidad de Sancti Spíritus José Martí, (UNISS).

Conozca más detalles en este Podcast

Inyección de júbilo

Dentro del pequeño grupo que sigue al pie de la letra cada sugerencia del personal de salud, desvelado por el estado de las personas ingresadas allí, se encuentra Karla Geyla Diéguez Bourricaudy, flautista profesional e integrante del catálogo de la Empresa Comercializadora de la Música y los Espectáculos Rafael Gómez Mayea, de Sancti Spíritus.

«Hablaba con uno de los muchachos y me comentó que había una vacante. Le pregunté si podía participar y me dijeron que sí. Me sentía inútil en la casa y quería aportar», dice siempre a quienes le preguntan por qué llegó a la Zona roja.

Desde entonces ha disfrutado sobremanera dialogar con quienes permanecen la mayor parte del tiempo acostados. Ha confirmado que las palabras alivian. Sonríe ante cada «gracias», aunque solo los ojos al hacerse pequeños delatan su felicidad.

Y como el arte le corre por la sangre y es su eterna brújula, no dudó en apoyar la idea de Gretel Crespo Viamonte, estudiante de Logopedia: «Se me ocurrió montar
una coreografía para que tuviéramos un tiempo de esparcimiento y reírnos un poco. Empezamos las muchachas a elegir los pasos después de las diez de la noche. Luego invitamos a los varones, y cuando vieron lo bien que lo pasábamos se fueron integrando. Incluso hasta algunos de los miembros del personal de la salud se embullaron», narra la estudiante.

Al ritmo de la pegajosa melodía Vida de rico, del colombiano Camilo, lograron armonizar pasos que han provocado un gran movimiento en la red social Facebook.
Cientos de comentarios le han dado la vuelta al mundo.

«Nos hemos vuelto populares —deja escapar la pequeña Gretel una carcajada, cómplice con el resto de sus compañeros de baile—. Todos nos preguntan cómo hemos podido hacerlo si estamos trabajando mucho… y es que nos sirvió para aligerar el estrés. Incluso nos dijeron que cuando volvamos a las aulas la tenemos que presentar frente a toda la UNISS.

«También nos permitió estrechar relaciones con el personal médico y de enfermería. Creo que la adrenalina que sentimos al cruzar la soga, la misma que te hace sentir seguro cuando portas todo el equipamiento de protección, hizo que pudiéramos bailar», explica.

Cada una de las palabras es seguida con detenimiento por Yaneisy Almentero Vera, licenciada en Enfermería y trabajadora del Policlínico Sur, de la ciudad del Yayabo.

Ella forma parte del grupo que vestido de verde rompió el silencio de las noches del provisional centro de aislamiento para viralizar la alegría y el optimismo desde la universidad espirituana hacia el mundo.

«La respuesta de estos muchachos, prácticamente unos niños, nos ha sorprendido. Vinieron a vivir una experiencia difícil, estresante y mira cómo, dejando a un lado todo eso, nos han regalado momentos muy gratificantes. Nuestras familias y vecinos lo han agradecido, porque saben que esto es muy fuerte, sin embargo no nos detendremos hasta que logremos un día vencer a la COVID».

Es este colectivo uno entre muchos de los que a lo largo y ancho del país ha demostrado que la solidaridad no tiene nombres. Comodidades hogareñas dejadas atrás, preocupaciones guardadas en las mochilas y mucha responsabilidad sobre las espaldas trazan de forma firme un escenario que es menos tenso gracias al empuje juvenil.

«Ha sido una de las experiencias más linda de mi vida—alega con una firmeza que estremece Karla Geyla Diéguez Bourricaudy—. A donde quiera que vaya, la compartiré. Ya tengo algo que legar a mis hijos y nietos… y no importa la tensión de estos días: lo volvería a vivir», reflexionaba luego, desde otro centro de aislamiento, donde todo el grupo espera por el resultado de sus PCR para volver a su vida más allá de la empecinada pandemia.

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