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El compromiso no es cuestión de edad

Álvaro Alejandro Rodríguez Liranza tiene 19 años de edad y menos de uno de graduado como técnico medio en Informática, pero hoy es una de las piezas clave del engranaje que mueve al recién inaugurado laboratorio de Biología Molecular guantanamero

Autor:

Haydée León Moya

Guantánamo.— Tan corta como su existencia en este mundo es su trayectoria como trabajador. Sin embargo, la responsabilidad y entrega que demanda su desempeño, supera con creces su aún principiante vida y ejercicio laboral.

Álvaro Alejandro Rodríguez Liranza tiene 19 años de edad y menos de uno de graduado como técnico medio en Informática, pero hoy es una de las piezas clave del engranaje que mueve al recién inaugurado laboratorio de Biología Molecular, que es igualmente determinante en la batalla guantanamera por controlar la propagación de una enfermedad que todavía nos mantiene preocupados y ocupados.

No era precisamente en esta rama donde le ilusionaba trabajar. Quería abrirse camino a más conocimientos en entidades especializadas en el mundo de la automatización, pero que lo ubicaran en el sectorial provincial de Salud Pública, asegura el joven, fue una suerte, una prueba de fuego.

En medio del amenazante rebrote del nuevo coronavirus vivido en esta parte del país a comienzos del presente año, con el más alto índice de contagio de toda Cuba, el muchacho fue elegido para formar parte de un colectivo cuya consagración entonces fue, y todavía hoy sigue siendo, clave para lograr el control de la pandemia.

Como una suerte, una prueba de fuego, califica Álvaro Alejandro la responsabilidad que desempeña en estos tiempos tan complicados de pandemia.Fotos: Cortesía del entrevistado

Un lugar del que es difícil sentirse alejado, dice el más joven de los ocho informáticos del centro, al revelar su apego al Laboratorio, aun fuera de sus cuatro paredes: «Ni en los días de descanso uno deja de pensar en lo que está sucediendo allí: cuántas muestras resultaron positivas, cuántas negativas, si hay niños o ancianos contagiados, personas que conoces o no, si son más o menos que ayer… porque igual preocupa leer el nombre de alguien cercano o de un desconocido; y si fueron muchos o pocos, porque igual es complicado», comenta.

«Pero es importante abstraerse de ello, al menos unas horas, para estar en capacidad física de laborar 24 horas sin dificultades, pues cualquier fallo no solo puede tener implicaciones personales, sino también pone en juego la credibilidad del laboratorio y de nuestro sistema de Salud».

Estas fueron las primeras confesiones de Álvaro cuando apenas habíamos intercambiado palabras. Es un muchacho locuaz, a quien no hay que hacerle muchas preguntas porque, sin dudas, siente necesidad de contar lo que vive desde el 21 de febrero último (fecha de la inauguración oficial de la institución) e incluso antes, cuando todas las muestras para la prueba de PCR eran enviadas a Santiago de Cuba para confirmar los diagnósticos.

«En aquel momento se necesitaba personal en el proceso de recepción, embalaje y envío de muestras, me pidieron apoyar y no lo pensé: di mi disposición inmediatamente. No era fácil, se procesaban más de mil muestras diarias. Yo no estaba seguro, pero deseaba que cuando estuviera listo nuestro laboratorio, me llamaran para trabajar aquí.

«¿Tú estás loco, mijo, trabajar ahí donde ese virus puede estar encerrado en un pomo?, me decían algunos muchachos del barrio. Ahora les explico y me dicen que soy una persona importante, y me río, pero a veces me lo creo.

«Mi mamá y abuela, con quienes vivo, cuando les dije mi decisión se asustaron también, aunque de manera distinta. Hoy todavía viven sobresaltadas por el riesgo que se corre, pero yo creo que están orgullosas de mí.

«Sabes, hay quienes me dicen que yo soy un joven viejo, ¿Usted entiende eso? ¿Sabe lo que me quieren decir…?».

—Sí, que actúas con responsabilidad superior a la que esas personas suponen para tu edad, ¿no?

—Sí. Como si el compromiso de ser útil donde eres necesario fuera cuestión de edad. Y que soy un «matao»… Eso también me dicen algunos muchachos más o menos de mi edad…

—«Un matao», eso si no sé qué es…

—Que trabajo mucho por gusto, porque si lo hago poco igual me pagan lo mismo…

—¿Y tú qué crees de eso, te apena que te lo digan?

—¡No, qué va! ¡Qué voy a apenarme yo…! Porque si ser «un matao» es cumplir con mi trabajo, apasionarme con lo que hago, ser responsable y estar dispuesto siempre a poner lo que aprendí en función de la sociedad, entonces soy «un matao» y bien.

«Pero también creo que a quienes piensan así no les importa el sentido de su vida ni la suerte de los demás; quienes no vean en la consagración la posibilidad de seguir aprendiendo en centros importantes como este y llegar a ser en el futuro un buen profesional y una mejor persona, que es lo que quiero, esos serán siempre unos inútiles por quienes sus padres o sus abuelos no deben sentir orgullo alguno, y es muy bonito sentir ese respeto y esa consideración en tu familia.

«Pero además, trabajar es aprender y eso no mata a nadie. Lo que mata es la COVID-19, y todo lo que hagamos para salvar vidas siempre será poco.

Con mucho amor y entrega este joven asume su labor. Foto: Cortesía del entrevistado.

—Háblame entonces de eso, de cuál es tu aporte concreto por la vida.

—Trabajo turnos de 24 horas y descanso 72. Son horas de mucha concentración actualizando la base de datos, a partir de la cual se recepciona y da salida a toda la información (que es muy detallada), de las 500 muestras que diariamente se reciben de todos los centros de aislamiento de la provincia, y luego proceso los resultados, que es la información ofrecida en las mañanas por el doctor Francisco Durán.  

«Una parte de esa información nos llega en planillas impresas, y una vez introducidos los datos en el sistema hay que triangularla, verificar que haya total coincidencia. Es un trabajo muy meticuloso en el que hay que tener puestos todos los sentidos.

«Uno recibe aquí, de primera mano, información que entristecerá a muchas familias. Cuando estoy actualizando la base de datos voy bien emocionalmente hasta que llego a la casilla del resultado. Siempre me sobrecoge ese instante y me duele, me duele mucho cuando aparece la palabra positivo. A veces son personas que conoces, incluso familiares…

—¿Sí?

—Hace poco estaba muy animado introduciendo los datos de recepción de muestras y de pronto leo: Efigenia Pérez Rancol, de 89 años de edad. Desde ese momento no tuve sosiego hasta que llegaron los resultados de ese día. Cuando los tuve frente a mí, puse el dedo sobre ese nombre y lo corrí, pero cuando se aproximaba a la casilla del resultado echaba para atrás para no verlo; hasta que me decidí. Cuando vi que era negativo di un salto en mi puesto de trabajo: Esa señora es mi abuela.

«Es un trabajo que te mantiene en tensión porque un dato introducido incorrectamente u omitido pone en peligro el correcto cumplimiento del protocolo a seguir dentro y fuera del laboratorio. Pero tenemos todas las condiciones para que el trabajo sea seguro.

—También está el riesgo de que puedas contagiarte, ¿verdad?

—Sí, claro, pero usamos medios de protección adecuados: doble uniforme, dos nasobucos, guantes, botas y gorro, además de varias prohibiciones con las cuales aquí se es muy exigente. Riesgo siempre habrá para el personal de Salud, del que me siento parte, y muy orgulloso».

 

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