Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Fragmentos de una única mujer

¿Qué llevó a Vilma a ser ejemplo e inspiración para las cubanas?

 

Autor:

Santiago Jerez Mustelier

¿Quién fue Vilmita?

La niña grácil de ojos vivaces. La tremendamente preguntona. La lectora voraz. La que escudriñaba en los libros en francés. La culta. La de la casa confortable y espaciosa en San Jerónimo. La que cerraba sus párpados al oler las flores. La infatigable. La de sonrisa diáfana.

La alumna aplicada en lecciones de canto y de ballet, aunque sintiera que lo suyo era mucho más que un arabesque o una nota melodiosa. A la que le dolía ver a otros niños vivir en la calle, cual ángeles cuyo paraíso (o condena) era la orilla.

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¿Quién fue Alicia/Mónica?

La jovencita dueña de un garbo prodigioso. La santiaguera que caminaba con donaire rumbo al mar. La que lucía airosos vestidos de rayas y listas. La que se decantó por las ciencias. La que protestó por la legalización de su anhelada Universidad. La que partió para la loma de Quintero a limpiar con escobas y cubos su edificio de clases antes de ser oficializado.

La pionera en estudiar Ingeniería Química. La que se sabía el nombre de los bedeles de su alma mater y los trataba con afecto. La impetuosa. La no complaciente ante lo mal hecho. La capitana vehemente del equipo de voleibol. La mambisa. La muchacha de la Coral Universitaria. La que pasaba horas en el laboratorio entre reacciones y fermentos. La que profesaba una ética y moral firmes. La líder natural.

La que escuchaba con atención a catedráticos como José Luis Galbe, López Rendueles, Chabás, Portuondo… La que detestaba la corrupción. La escéptica. La explosiva. La amiga de Nilsa, Leyla, Asela y el brazo derecho de Frank. La que imprimía panfletos con poesía de Guillén y Heredia. La que escondía los panfletos debajo de la saya ancha y salía a repartirlos por el parque Céspedes y las casas de Santiago de Cuba, como si fueran propaganda de cine.

La activista estudiantil. La abanderada. La progresista. La combativa. «La que declinaba ir a los clubes más selectos, aunque su posición social se lo permitiera». La que lloró de impotencia el 10 de marzo de 1952. La que se manifestaba en las calles. La que no había leído nada de marxismo, pero creía en la justicia. La que fue al cuartel a interesarse por los prisioneros del Moncada. La que curó heridos.

La que escondió en su vivienda a jóvenes que huían de los lobos de la tiranía. La que convirtió a su guarida en el Estado Mayor del Movimiento 26 de Julio en la ciudad. La que hacía los contactos por teléfono con distintos nombres. La clandestina. La que se leyó de un tirón La historia me absolverá y quedó cautivada.

La que se licenció en Ingeniería Química en 1954, siendo una de las dos primeras mujeres en Cuba en recibirse en la especialidad. La que cuando dos profesores le preguntaron qué haría de su vida, respondió sin pensarlo mucho: «Luchar por la verdad y la justicia». Y lo hizo hasta su último día.

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¿Quién era Déborah/Mariela?

La que se fue a la montaña. La que se enfundó un traje verde y se veía hermosa. La guerrillera. La que se ponía «azucenas espigadas» en el borde de la oreja. «La que prefirió una flor de la Sierra frente a las perlas a que tenía derecho por nacimiento». La que llevaba un brazalete rojinegro ceñido a su brazo. La que se hacía trenzas. La que envainaba orgullosa su fusil junto a Fidel. La que le fue fiel a Fidel. La que impregnó de romanticismo y belleza a la causa.

La que se enamoró de un «pequeño rebelde con rostro adolescente». La que no debía ir a una manifestación luctuosa de las madres santiagueras en protesta por la matanza de los revolucionarios, pero estuvo, al frente, con un chaleco rojo y una cámara fotográfica, embullando a cantar el Himno Nacional y a no dejarse amedrentar.

La que recibió una reprimenda de su Frank querido por haber ido a la manifestación y ser fotografiada allí por un diario espurio. La que lo lloró como pocos cuando supo de su asesinato. La inseparable de Celia. La que tuvo el privilegio de ver las luces eclosionadas de la Revolución, lo que tanto soñó. La que se casó con el hombre que amaba. Y fue feliz.

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¿Quién era Vilma, la «presidenta»?

La madre íntegra y tierna. La defensora de los derechos de la mujer. La que las agrupó en una federación. La que les dio tareas y las emprendió junto a ellas. La que batalló contra la prostitución y la droga. La que nunca consintió la estigmatización del género femenino.

La que habló con fervor de libre orientación sexual, de la educación inclusiva, de la autonomía del cuerpo femenino, del sistema reproductivo y del aborto. La que intentó ganarle al cubo de Rubik de las mentalidades y viejos prejuicios sobre los roles de género. La que creía en que socialismo era igualdad de hombres y mujeres.

La que entendía a la Revolución como un fenómeno de participación de todo el pueblo. La que comprendió que los problemas de la mujer no pueden verse aislados de los otros problemas sociales. La que despreció el anquilosamiento y la insensibilidad. La primera en alzar su mano por salvar toda la justicia conquistada y alcanzar más.

La que regañaba con dulzura y severidad. La que perdió su explosividad de joven, pero nunca el ímpetu. La que acompañó a sus federadas en todas las «misiones». La que miraba con el cariño del primer día a su novio rebelde. La que hizo feliz a muchas madres con canastillas y círculos para sus hijos. La que usaba bonitas blusas de estampado. La que los niños agarraban con confianza por el brazo.

La que curó dolencias interiores. La abuela. La matriarca. La que conquistó corazones. La que no fomentó odio  nunca. La que reposa en un lugar sereno, solemne, simple, rodeada de verdor y sin que le falten flores. La que solo ha muerto y cuando morir es un estado físico, porque hay almas que se mantienen etéreas, iluminando, imposibles de volcar.

Nota: Los basamentos para este texto están en el libro Vilma Espín, una compilación de Mónica Corrieri González, 2018, perteneciente a la Colección Vanguardia de la Editorial Ocean Sur.

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