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Endulzando el agua salada

Entre las atracciones que la ciudad tunera de Puerto Padre ofrece al visitante figura una singular: un manantial que mezcla sus aguas con las del mar cuando sube la marea

 

Autor:

Juan Morales Agüero

PUERTO PADRE, Las Tunas. La leyenda viaja junto al folclor local desde tiempos inmemoriales. Cierta tarde, un pastor que cuidaba su rebaño cerca del litoral de esta pintoresca villa tunera observó —atónito—, cómo sus cabras entraban al mar y calmaban la sed con… ¡agua salada!

«Pero ¿qué estoy viendo?», se preguntó, mientras se frotaba con fuerza los ojos. Se aproximó a la orilla y el asombro lo dejó patidifuso. Sí, sus animales se hacían allí un regalo con el divino líquido. Pero —según apreció— no precisamente del salobre, sino del que manaba de un manantial desde el lecho marino. Receloso, tomó un poco en la palma de la mano y lo probó. ¡Era agua dulce!

Causas y consecuencias

«El asunto lo origina el drenaje superficial de las cuencas subterráneas de la ciudad, cuyas aguas llegan hasta el mar desde tierra por diferencia de altura —me explicó una vez el geólogo Justo González—. La de aquí, por ser abierta, permite el flujo a través de las fisuras, poros y grietas de las rocas. Las de arcilla son las más impermeables, pero después de hidratarse dejan que el agua corra. Eso, técnicamente, se llama acuífero artesiano. Su movimiento es de sur a norte, en dirección al mar. No existe impermeabilidad que lo evite».

El ingeniero agregó que al seccionarse ese estrato de roca, unido a la diferencia de altura entre la tierra y el mar, el agua subterránea queda presionada y busca subir hasta la superficie. Es entonces que emerge del lecho marino en forma de manantial. En la marea alta queda cubierto, pero al bajar siempre reaparece.

Lo curioso es que en Puerto Padre no es este pocito el único de su estirpe. En las antiguas playitas del este hay otros, aunque más alejados del litoral.

«Los geólogos llamamos cota a la altura de un punto situado en un plano horizontal que se toma como referencia —agrega el geólogo Justo—. En Puerto Padre algunas estaciones de bombeo próximas a la costa han llegado a extraer agua de una cota de cinco metros, por debajo del nivel medio del mar. Ahí el agua dulce flota sobre la salada, al ser menos densa.  Pero cuidado: si se extrae demasiado puede llegar a salinizarse».

Según sean de impetuosas sus corrientes, pueden llegar a «endulzar» una parte de sus deltas.

En Sudamérica, el ejemplo paradigmático en ese aspecto es el río Amazonas. Sus aguas desembocan en el Océano Atlántico con tan descomunal potencia que mantienen su dulzura unos cien kilómetros mar adentro.

Patrimonio de la Villa Azul

«Nuestro pocito es conocido en toda Cuba y forma parte del patrimonio de la localidad, me aseguró, poco antes de morir, el camarógrafo «Pepe» Lobón, puertopadrense de pura cepa. Todo el que nos visita no se marcha sin hacerse una foto de recuerdo en sus proximidades. Ha pasado por etapas mejores y otras no tanto desde que en los años 40 del siglo pasado le hicieran un brocal de un metro de alto, como el de los pozos criollos, para aislarlo del agua salada cuando subía la marea».

Me contó Pepe Lobón que años después se le emplazó encima un molino vertical —símbolo de la ciudad, conocida también como Villa Azul de los Molinos—, y le situaron alrededor varias ranitas ornamentales que expulsaban agua por sus bocas. Uno y otras desaparecieron por el corrosivo efecto del salitre. Finalmente se diseñaron y construyeron sobre el brocal ocho aspas horizontales, hechas con fragmentos coralinos. Todavía permanecen allí, aunque sin la misma compostura de otrora.

El pocito se localiza debajo del muro del malecón, construido en el siglo XIX y uno de los más hermosos de Cuba. Tiene una escalera de acceso para que los interesados en escudriñarlo de cerca puedan hacerlo. El manantial se aprecia a simple vista, entre burbujas, en los momentos de marea baja.

No me consta, pero se dice que Jacobo de la Pezuela (1811-1882) incluyó el pocito en su célebre Diccionario geográfico, estadístico, histórico de la isla de Cuba.

«Recuerdo que, en mi juventud, mis amigas y yo íbamos mucho al pocito y nos sentábamos encima de las aspas de coral a conversar —rememora Ángela Fleitas, una sexagenaria residente en la ciudad de Las Tunas—. La espuma de las olas nos salpicaba y terminábamos empapadas. Siempre nos mojábamos las manos con al agua dulce del manantial. La gente del pueblo aseguraba que era buena para conseguir enamorados».

El pocito hoy

Uno de los momentos más difíciles de la oquedad dulce-salobre puertopadrense fue la gran sequía que azotó al territorio a inicios de este siglo, la más intensa de las que registran sus anales.Las aguas subterráneas se deprimieron notablemente y el manantial del pocito figura entre las víctimas.

Con el paso del tiempo se fue recuperando y volvió por sus fueros. En la actualidad, sin embargo, la situación no es la misma, pues el agua no fluye con igual pujanza.

Muchos años después de la leyenda del pastor que vio cómo sus cabras se lanzaban al mar para aplacar la sed en un inusitado manantial submarino, el pocito de agua dulce de Puerto Padre sigue allí, desafiando la «salación» del mar, como un desafío a las leyes implacables de la naturaleza. Es un lugar entrañable, engarzado como una gema en el imaginario local.

Del océano es posible desalinizar y potabilizar el agua a partir de costosos aparatos y procedimientos físico-químicos. Muchos países áridos lo hacen y la consumen en grandes cantidades.

Durante años, el célebre pocito de Puerto Padre ofreció el mismo producto sin complejidades ni aspavientos. Y continúa surtiendo cariño y gratitud por la ciudad que lo ama y protege. Su «dulzura» asombra, encanta y seduce.

A los niños siempre les ha interesado este singular capricho de la madre naturaleza.Foto: Gabriel Peña Ramírez.

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