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Che Guevara y los «puritanos» del socialismo

Ernesto Che Guevara llegaría a sus 95 años, este 14 de junio, y su luz propia sigue persistiendo

Autor:

Ricardo Ronquillo Bello

Con su urticaria clásica por las celebraciones personales, Ernesto Che Guevara llegaría a sus 95 años, este 14 de junio, proponiéndose algo de otros alcances para esa dimensión de la utopía y la redención humanas en la que siempre habitará.

Puede presumirse que solo realzaría la fecha, en las muy peculiares condiciones y encrucijadas de la Cuba actual, haciendo los apuntes críticos a nuestro socialismo.

Lo anterior sería su manera de prevenirnos para que no se cierren, o distorsionen sin remedio, los horizontes del cambio que el sistema tiene planteado entre nosotros en las muy específicas y provocadoras condiciones del país.

Un revolucionario de su altura intelectual, filo teórico y vocación práctica, partiría, en nuestra sensible situación, por no creerse cosas. La radicalidad martiana de ir a la raíz, como premisa.

De su impaciencia insaciable por encontrar respuestas a los dilemas nada nuevos de la construcción de un mundo nuevo, bajo las concepciones del socialismo, puede derivarse que este solo triunfará mientras funcione más como un enigma que como una consigna.

Lo fácil de alinearse con las consignas es que solo demandan repetirlas, y repetirlas, hasta el cansancio. La consigna invita a la postración, la modorra, la inercia y el acomodamiento, hasta del carácter.

El enigma —en sus antípodas—, induce a la duda, a la pregunta, a la inquietud, a las búsquedas de las que pueden nacer las mejores certezas.

Para realzar al impaciente teórico marxista que fue el Che y transgrediendo el imaginario de los hermanos Grimm, deberíamos poner en duda cada dogma con el que hemos cargado hasta hoy, y sobre la puerta de entrada de todos nuestros sueños situar otro cartel: «soy el doctor sabelonada».

Sortear los obstáculos y hacer que siga renaciendo, como soñó, este instrumento de la transformación mundial, demanda admitir, con la vocación leninista del Guerrillero Heroico, la idea del fundador del primer Estado socialista de que sería ridículo presentar —como se verificó posteriormente— aquella revolución, como cualquier otra, como una especie de ideal para todos los países, imaginando que había hecho una serie de descubrimientos geniales e introduciendo gran número de innovaciones socialistas.

«Yo nunca he pretendido decir semejante cosa —subrayaba Lenin—, y afirmo que no lo diré nunca. Nosotros poseemos la experiencia de los primeros pasos de la destrucción del capitalismo en un país donde la relación entre el proletariado y el campesinado es particular. Nada más. Si nos hinchamos como pavos seremos el hazmerreír del mundo entero, no seremos más que fanfarrones».

En medio de las borrascas de este siglo XXI y en honor a  los 95 del Héroe de La Higuera, debemos partir por reconocer que no siempre hicimos el caso suficiente a las alertas del gran Vladimir Ilich, como tampoco a las que realizó el teórico Ernesto Guevara, en fecha tan temprana como los inicios de la Revolución, en que fue descubriendo —con su ingenio, agudeza, estudio y perseverancia— las distorsiones que ya carcomían aquel modelo y que condujeron a lo que Fidel definiría como el desmerengamiento.

La sociedad cubana ha debido purgar por lo que popularmente denominan «creerse cosas». Fidel, quien por idénticas y profundas inquietudes enalteció y defendió el legado teórico-revolucionario del Che —por más que no falten quienes pretendan ponerlos en contradiccón—, alertaba, el 17 de noviembre de 2005, en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, sobre lo pernicioso de esa tendencia, durante el discurso por los 60 años de su ingreso a esa institución.

«Una conclusión que he sacado al cabo de muchos años: entre los muchos errores que hemos cometido todos, el más importante error era el creer que alguien sabía de socialismo, o que alguien sabía de cómo se construye el socialismo. Parecía ciencia sabida»...

Se requiere debatir sobre ello, cuando cualquier decisión legal o institucional, sea la Ley de Comunicación, los recientes acuerdos con Rusia, y un largo etc., despiertan innumerables suspicacias y suposiciones en un contexto tan complicado como el cubano, enrarecido por la guerra mediática tan adicional como implacable.

Cualquier detalle, por insignificante que parezca, enardece a determinados segmentos sociales y hace brincar interrogantes: ¿Hacia dónde va Cuba? ¿Se actualiza hacia un socialismo más completo, racional y pleno, o en su intento puede derivar hacia el capitalismo?

Los estudiosos más profundos del Che sostienen, con fundamento, su absoluto desdén por las verdades preconcebidas, distanciadas de los escenarios y condicionantes concretos. Eso que Fidel llama en su concepto de Revolución, y que el Che supo desarrollar tan bien, como el sentido del momento histórico.

Ello lo hacía capaz de entender perfectamente que, como ocurrió en la URSS con la tan discutida Nueva Política Económica, no pocas veces para perdurar en el socialismo se necesitan retrocesos momentáneos, para tomar la energía que permita espolear nuevamente el cambio hacia el fin mayor.

Su capacidad dialéctica le posibilitaba asumir que esos retrocesos tácticos no tenían por qué marcar el camino definitivo, estratégico, sino que responden a coyunturas y ayudan a sortearlas, y lo que es más importante, vencerlas. Pero ello debe hacerse con sabiduría y tacto políticos.

Sería un error olvidarnos de aquella advertencia suya en El socialismo y el hombre en Cuba, cuando recalcó que es «evidente que el mecanismo no basta para asegurar una sucesión de medidas sensatas». En su opinión hace falta una conexión más estructurada con la masa, es necesario el desarrollo de una conciencia en la que los valores adquieran categorías nuevas.

No es precisamente esto lo que les interesa lograr a quienes —sin desdorar el debate público que siempre estimuló el Che sobre estos temas, hoy tan necesario como el oxígeno para promover el consenso y la participación— siempre presionan para que nos movamos frente a cualquier tipo de estancamiento, y cuando lo hacemos arremeten con igual entusiasmo.

Está muy claro que lo que interesa a algunos es descalificar, sembrar la incertidumbre y el desconsuelo de que vamos a toda carrera hacia ese abismo que, al parecer, siempre rondamos y tantas veces esquivamos.

Lo que molesta, realmente, a quienes pretenden embaucarnos en el tren de la maldad y la desesperación, es que la Revolución se mueve a contracorriente de augurios apocalípticos. Descolocados por la respuesta a la pandemia de la Covid-19, enfocan sus preludios a la imposibilidad de que podamos soportar la combinación de crisis mundial y bloqueo reforzado.

Aspiran a que lo que no pudo la fatalidad del virus lo logre la inanición. Por ello, no sufren por la escasez y las colas extenuantes que padecemos, que propagan a los cuatro vientos mediáticos como fuegos de pirotecnia, al igual que otros tantos infortunios, precisamente porque temen, como subrayé en otra opinión, que las consecuencias explosivas que esperan de esta situación se les desvanezcan con el diseño anticrisis trazado por el Gobierno Revolucionario.

A sus 95 años, en esos apuntes críticos sobre nuestro socialismo, lo único que no perdonaría el Che es que dejemos de responder con medidas revolucionarias ante una situación que no lo es menos. Podría aguarle para siempre la fiesta del cumpleaños. 

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