Cada persona tocada por su obra conserva parte de su vigor, ese que nace en todos los tiempos, incluso, en los más duros Autor: Jorge Oller Publicado: 09/08/2025 | 08:49 pm
No lo busquen en estatuas, ni en fechas conmemorativas. Su nombre no figura en escuelas o parques, tampoco en ninguna plaza ni calle. Cuando la obra de la vida ha puesto en jaque a la muerte, los nombres solo se funden en el pueblo. Es el poder de las ideas y el legado que trasciende el tiempo y las generaciones.
Decir Fidel en esta Isla blindada por su historia es un acto de absoluto simbolismo. Detrás de esas cinco letras descansan las enseñanzas y el sentimiento más puro hacia una causa viva: la Revolución.
Nunca un nombre nucleó todas las esperanzas y añoranzas de lucha de un país. Sí, porque Fidel —el líder que guio a tantos hombres y mujeres por los senderos de la soberanía nacional— puso definitivamente a Cuba en el pedestal que merecía: independiente, libre e irreverente.
No es casual entonces que al Comandante en Jefe se le perciba hoy en la calidez de la sonrisa de un niño, en la sencillez de las buenas acciones o en la crítica constructiva que nace desde el amor y el compromiso con esta tierra sagrada. La sobrevida pertenece a los héroes, a quienes dejaron como único testamento el bien de la Patria. Sobran los rostros de concreto y mármol cuando basta una obra plenamente fidelista.
La mayoría de los jóvenes de hoy no conocimos a Fidel, ni vimos su estampa imponente al borde de una plaza abarrotada, ni disfrutamos sus discursos con el fervor que lo hicieron nuestros padres y abuelos. Entonces, ¿cómo sentirlo presente cuando los años se distancian de las proezas más épicas, de la Sierra y el llano?
A los 22 abriles y en una simple frase, Claudia Estenoz Alberti responde a esa interrogante: «solo basta estudiar el pasado para entender la dimensión moral de Fidel. No pasa un día sin que las nuevas y viejas generaciones de cubanos se pregunten qué hubiese hecho él ante determinadas circunstancias».
Desde que llegamos al mundo, de una forma u otra, el Comandante en Jefe se nos presenta como una figura recurrente e inspiradora. A Claudia, su familia le inculcó desde bien pequeña un sentido fidelista que llevará guardado, según explica, en todo momento. Recuerda la pasión que le imprimía su abuelo al hablar sobre los primeros instantes en que vio al líder barbudo en aquellos meses iniciales de 1959.
En cambio, Claudia nunca pudo sentir físicamente cerca a Fidel. El tiempo no se lo permitió. Sin embargo, todavía rememora con sentimiento y, a la vez, con orgullo de cubana, cuando el pueblo despidió al líder histórico de la Revolución en una caravana inversa a la que, en enero de 1959, llevó de oriente a occidente el aura triunfal de la Revolución.
«Si el mundo quiere sentir qué significa el Comandante para los cubanos, que vuelva a las imágenes de aquella despedida donde todos, incluidos los niños y jóvenes, nos fundimos en una sola idea: ¡Yo soy Fidel!».
Legado fértil
Cada persona tocada por su obra conserva parte de su vigor, ese que nace en todos los tiempos, incluso, en los más duros. Entre los jóvenes que encuentran guía en la obra fidelista está Eileen Ronda Cruz. Ella, nieta de un miliciano que luchó en el Escambray, aprendió que la Revolución no es un hecho del pasado, sino una responsabilidad diaria. «Eso me conecta a Fidel», dice.
Apunta que el mejor regalo hoy, cuando se acerca el año de su centenario, es que todos seamos coherentes con un pasado lleno de gloria. Eileen sostiene el criterio de que «los jóvenes, como los veía el eterno Caguairán, deben ser sujetos políticamente activos, y no simples espectadores de la realidad».
Alejandro Toledo Pérez, un joven operador químico en la termoeléctrica Máximo Gómez Báez, de Mariel, coincide en ese criterio, como también en la visión certera de un Fidel que pervive en el corazón del pueblo. «Lo importante, apunta, es no fallarle jamás», refiere.
Sobre la trascendencia de preservar su legado comenta Duniel Pérez Carrillo, graduado como instructor de arte. «Actualmente, dice, contamos con un conjunto de herramientas tecnológicas que en su época no existieron, y que han llegado también para optimizar los procesos de enseñanza. Las ideas fidelistas deben acaparar esos espacios».
Un ejemplo de cómo conectar el pensamiento del líder histórico de la Revolución con las nuevas generaciones mediante las herramientas tecnológicas lo encontramos en el Centro Fidel Castro Ruz. Allí, al visitarlo, asegura la pionera Leyanet Alfonso, se sintió más cerca al Comandante. «Ver sus libros, su traje de verde olivo y sus esfuerzos en favor de la paz y la solidaridad me hizo sentir orgullosa», apuntó.
Otra mirada, un mismo sentir
En el caso de José Alejandro Alonso Cáceres, estudiante de Derecho en la Universidad de Pinar del Río, Fidel representa, sin duda alguna, un paradigma para todas las generaciones, y su preclaro pensamiento político continúa siendo faro y guía para el movimiento de izquierda en el mundo.
En lo personal, asegura, «hoy siento a Fidel como un padre, un ser insustituible». La ideología de la Revolución nuestra está arraigada al pensamiento fidelista, que a su vez se sostiene de las ideas martianas, comenta.
Como estudiante de Derecho, José Alejandro encuentra especial relevancia en el pensamiento jurídico del líder histórico. «En su tránsito de lucha por la justicia social, se hizo licenciado en
Derecho y defendió ante los juzgados todo aquello que representara injusticia. Así lo hizo, por ejemplo, luego de los heroicos sucesos del 26 de julio de 1953», comenta.
Esto puede verse reflejado en su principal obra jurídica, La historia me absolverá: su alegato de autodefensa que, una vez que la Revolución triunfante llegó al poder, se convirtió en el programa inicial para revertir los problemas fundamentales que enfrentaba el país.
Por eso, José Alejandro asegura que en su posición como futuro jurista encarna un alto compromiso con Cuba y su proceso histórico. «Andar por los caminos de la justicia y las leyes, al igual que el Comandante, motiva para seguir apostando a un país mejor y más justo».
Desde mi experiencia profesional y revolucionaria, uno de los aspectos más relevantes de la vida y obra de Fidel estuvo en esa idea de concebir en 1964 la creación de la Brigadas Técnicas Juveniles (BTJ), que hoy están marcando un hito importante en la solución a los problemas existentes en la sociedad, afirma Frank Eduardo Monterrey Padrón, presidente de dicho movimiento juvenil.
En ese sentido, parafrasea aquella idea del Comandante: «el futuro de nuestro país tiene que ser necesariamente un futuro de hombres de ciencia», y expresa que ese es el sentir principal de las BTJ en su afán por explotar al máximo las ventajas de la ciencia, la innovación y la tecnología.
Según Monterrey Padrón, para la gran masa generacional que somos, su figura representa, en primer lugar, nuestra constancia de lucha. Aunque también es sinónimo de optimismo, voluntad, liderazgo y, por supuesto, en un sentido más amplio, su figura representa el ejemplo de revolucionario al que debemos aspirar a acercarnos cada día.
Fidel puede no estar físicamente ni desandar las huellas de una calle o los monumentos más imponentes de la ciudad. Pero le bastó sembrar ideas, principios y una obra de infinito amor para que todas las generaciones lo sientan hondo, como ese caguairán de raíces profundas que retoña en el alma de la Revolución.