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De todo como en Botija

Norberto Leyva, cantautor holguinero, reflexiona acerca de sus etapas musicales, desde su pueblo natal y la universidad, y asegura que se refugia en sus canciones

Autor:

Nelson Rodríguez Roque

HOLGUÍN.— Salvador Sablón colgó el tres, después de muchas serenatas entre cafetales y vivencias de juglar. Una trombosis frustró otras caminatas de melodía montuna. Contra la pared acomodaron las cuerdas en la casa del poblado mayaricero de Nicaro, sin sospechar que la familia daría más músicos.

No hubo quien convenciera a su nieto, Norberto Leyva Sablón, para que cantara en la secundaria básica. La timidez se impuso, y ni siquiera un primo que tocaba guitarra, a quien miraba y escuchaba interpretar, le hizo cambiar de parecer. Pero a esas alturas el bien ya estaba hecho.

Leyva Sablón (44 años de edad) ha actuado en Venezuela y Panamá, y su banda está inscrita en la Empresa Provincial de la Música y los Espectáculos Faustino Oramas. Culminada su segunda producción discográfica, Déjame soñar, el artista holguinero abre a JR las puertas de Botija Records, su estudio en la Ciudad de los Parques, donde ha querido lograr todo acorde con los acordes.

—¿Lo de la secundaria básica fue pronto agua pasada?  

—Así es. Al ingresar en los Camilitos de Holguín empecé a cantar en actos políticos, galas y otras actividades. Fui perdiendo la pena y me hacía acompañar por un amigo que también tocaba la guitarra. Comencé inseguro, pero poco a poco, como ocurre en el mundo de la música, uno va creciendo. Durante el servicio militar seguí vinculado al arte.

—¿Cómo se acercó en sus años de universidad al ámbito de la música profesional?

—A la universidad holguinera llegué a estudiar Ingeniería Industrial y rápidamente me sumé a la labor de extensión universitaria, en la Casa Estudiantil, que es fundamental en el ámbito de la educación superior por las opciones que les ofrece a los jóvenes, cultivando también su sensibilidad. Uno no solo debe ser ducho en Matemática, Física y otras materias: también la espiritualidad necesita participación para ir adelante.

«Por aquellos años pensé que terminaría de ingeniero e integrante del movimiento cultural aficionado. Pero a una amiga se le ocurrió enviar una de mis canciones, de las que tarareábamos en los bancos de la plaza, a un festival de compositores en Velasco (Gibara), y allí estaba Miguel Morales, entonces director del grupo Vocal en serio, quien al verme interpretarla me invitó a incorporarme con ellos. Fui evaluado en la Empresa Provincial de la Música y me convertí en profesional, sin abandonar mis faenas universitarias».

—Cualquier actividad colateral a los estudios siempre conlleva un esfuerzo extra…

—Yo hacía vida en la residencia de la universidad, y con Vocal en serio trabajaba en el mercado turístico. Recibía clases en las mañanas, almorzaba rápido y me iba a trabajar hasta muy tarde. Fue complejo todo, pero me ayudó mi buena retentiva para asimilar las materias y graduarme con una tesis sobre marketing y ventas. En los festivales universitarios fui ganando amigos que me apoyaban y empecé a hacer canciones.

—Las sonoridades suyas suelen ser diversas. ¿Cuáles ha ido asumiendo a lo largo de su carrera?

—Cuando estuve con la orquesta Tentación del Caribe me desempeñé en la música popular bailable. Hasta recuerdo que asistimos al Festival del son más largo. Eso me dio elementos de la música cubana, del manejo de instrumentos como maracas o guayos, e incluso pude echar mis pasillos, y tocar y cantar al mismo tiempo. Supongo que algo llevaba por dentro, pero me hacía falta esa plataforma para desarrollar habilidades y maneras que creo se aprecian hoy en mis canciones.

«Posteriormente, junto al maestro César Fidel Gutiérrez, «Cheche», constituimos el dúo Luz Verde, por idea de él, y nos propusimos defender la canción de autor hispanoamericano, con un repertorio que iba desde Joan Manuel Serrat y Joaquín Sabina hasta Ángel Bonne y Pancho Céspedes, entre otros. La música en español es muy rica, repleta de elementos e imágenes que le confieren hermosura a cualquier letra, lo cual facilita que se pueda expresar de muchas formas».

—¿Cuándo comienza la trayectoria como solista?

—Deseaba cantar mis propias canciones. Primero acudí a los backgrounds, pero encontré que suelen ser algo frío. Luego tuve la oportunidad, hace unos seis años, de formar una banda. Eso es difícil de materializar, dado que tienes que localizar dónde ensayar, adquirir instrumentos y seleccionar a los músicos. En la actualidad está compuesta por 12 integrantes.

—Siempre menciona a los miembros de la banda y les agradece…

—Les reconozco el mérito a mis compañeros, y me considero afortunado, porque mi director musical es Javier Pérez, profesional con muchos años de experiencia, graduado del ISA (Instituto Superior de Arte) y formador de alumnos en guitarra clásica. Javier nos ha mostrado otras perspectivas.

«Tengo un buen baterista, José Jorge Sánchez Faife, que ha sido invitado, por ejemplo, a tocar con Álvaro Torres; y tengo a Samuel Pérez, médico devenido pianista, que de manera autodidacta es un excelente ingeniero de sonido.

«En 2019 grabamos con Bis Music Contra la pared (nominado al Cubadisco), con arreglos de Javier y Samuel, más el aporte de todos en la banda en temas compuestos por mí. Le añadimos la dirección musical de Joaquín Betancourt, uno de los más importantes productores del país. Entre otras figuras, en uno de los números tocó Carlos Miyares, y en otro el violinista William Roblejo. Además, las palabras corrieron a cargo de Raúl Torres.

«Déjame soñar, el segundo disco nuestro, está basado en algo que propuse hace tiempo, a fin de referenciar a autores holguineros como El Guayabero, Camilo de la Peña, Ramiro Gutiérrez, Raúl Prieto y Fernando Cabrejas,
entre otros. Ese ya fue aprobado por la Egrem y se envió a la disquera, tras pulirse acá en Botija Records, estudio al que le hemos ido agregando condiciones para convertirlo en una mipyme».

—¿Se ha replanteado sus maneras de crear y difundir ante el contexto pandémico?

—La pandemia interrumpió presentaciones durante casi dos años, y nos llevó a reformular el quehacer como grupo. A partir de un mejor trabajo en plataformas digitales, con herramientas y conocimientos de nuestra representante y publicista Lisett Báster, logramos posicionarnos en redes sociales y otras variantes digitales.

«Hemos transmitido miniconciertos de unos 30 minutos, mediante los cuales se continuó la interacción con la gente, que nos escuchaba desde muchos sitios del mundo y pedía canciones específicas en ocasiones.  Ahora nos encontramos elaborando una tercera producción discográfica a la que hemos nombrado Como las luces, y está más en sintonía con la naturaleza de la primera».  

—¿Sientes que los jóvenes se inclinan por el tipo de música de Norberto Leyva y su grupo? 

—Mi canto gira alrededor de historias cotidianas, rozando el amor y el desamor, satisfacciones e insatisfacciones, la esfera social y vivencias personales muy humanas. Trato de dibujarlas desde la óptica de las existencias misma, sin ponerme tan profundo, porque es contraproducente incursionar en algo sobre lo que mis conocimientos son pocos. Me defiendo y me refugio en mis canciones.

«Soy feliz al ver a un público heterogéneo y apreciar que la juventud se interesa por nuestra música, independientemente de que quizá alguien piense que la canción de autor no rima con sus gustos o modas. Los jóvenes, cuando quedan prendidos por una estrofa o fragmento, se vuelven muy fieles y hacen perdurar cualquier mensaje.

«Mi banda y yo tenemos el sueño de efectuar una gira por universidades del país en pos de conquistar espacios y reflexionar, y me encantaría incluir a la de Holguín».    

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