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El libro me lo ha dado todo

El librero colombiano Álvaro Castillo ha sido uno de los protagonistas de la edición 31 de la cita literaria cubana. Conversar con él nos recuerda la importancia de la lectura como herramienta de cambio y reflexión

Autor:

Sergio Félix González Murguía

Por estos días en que la 31ra. Feria Internacional del Libro de La Habana reúne a amantes de la lectura, autores y demás especialistas vinculados con la producción y promoción de la literatura, un nombre destaca dentro del programa de presentaciones y conferencias de la cita cultural. El librero Álvaro Castillo Granada (Colombia, 1969) ha tenido poco descanso durante las jornadas del evento cubano.

«He venido como escritor, librero, bateador emergente, custodio, listo para todo lo que haya que hacer», bromea a propósito de todas las facetas en que participa de esta celebración cultural, que este año guarda un significado especial para él, pues Colombia es el país invitado de honor.

Así lo hemos encontrado, rondando los diferentes espacios de la feria, moderando un panel sobre los vínculos de Gabriel García Márquez con Cuba, introduciendo autores de distintas nacionalidades que traen sus obras ante el público cubano, y presentando sus propios textos —Librovejero (2021), Con los libreros en Cuba (2020), entre otros— para deleite de los lectores.

Como se suele decir en el argot popular cubano, Álvaro anda como loco. Pero es una locura que lo apasiona y nos llena de gozo. El poco tiempo que le queda entre actividades programadas lo dedica a explorar las propuestas literarias de la 31ra. FIL y descubrir tesoros, o compartir con sus colegas del oficio que ejerce desde los 19 años, el cual le ha granjeado grandes amigos en el universo de las letras, en su país de origen y también en Cuba.

«Cada persona tiene una misión en el mundo y la mía es ayudar a que los libros circulen y lleguen a sus lectores, cualquiera sean», nos asegura Castillo Granada sentado en la Plaza de Armas, frente a una de las sedes de la fiesta del libro cubano, evento que conoce bien porque su vínculo con Cuba acumula más de dos décadas.

Él disfruta su oficio como una aventura que le supone un estilo de vida particular: «Puede que no haya ido a rincones muy recónditos de la geografía, pero los libros me han permitido llegar a muchos sitios. En Cuba he estado mucho en la región central, en pueblitos donde es difícil que llegue un librero o un escritor extranjero y para ellos es un evento muy grande y lo reciben como un regalo inmenso. Gracias a los libros he recorrido casi toda América Latina persiguiendo las huellas de algún escritor, su historia, la ciudad donde vivió, para después compartirlo. La literatura es una aventura constante.

«También he sacado libros de la basura. Una vez encontré una primera edición de El Principito. A veces uno va caminando por la calle y te percatas del crimen que cometen algunas personas al botar libros. Si no los puede tener, ¡regálelo!, dónelo a una institución o póngalo frente a la puerta de su casa en una caja, porque alguien se lo llevará igual... ¿Por qué botarlos a la basura, junto a las sobras?», reflexiona el también escritor, quien cuenta la experiencia de haber rescatado libros de un basurero en La Habana en una crónica contenida en Librovejero (Fondo de Cultura Económica, 2021).

Una satisfacción incomparable

Antes de nacer, cuenta Álvaro, ya había un libro esperándolo. Su padre le tenía guardado El libro de las tierras vírgenes, de Rudyard Kipling, al que luego sucederían las lecturas de Corazón, de Edmundo de Amicis; Las aventuras de Tom Sawyer, de Mark Twain; Viaje al centro de la Tierra, de Julio Verne y Las mil y una noches, obras que fueron moldeando el gusto y la curiosidad de quien se convertiría en librero.

A lo largo de su vida profesional son muchas las publicaciones que han pasado por sus manos, que le han permitido cultivar relaciones y satisfacciones incomparables con otras experiencias en la vida: «El libro me lo ha dado todo, desde los zapatos, la comida, las posibilidades de viajar y conocer, hasta el amor. Tal vez, por el tiempo que le he dedicado, me haya quitado la posibilidad de compartir más con mis semejantes, pero al mismo tiempo me ha permitido encontrarme con ellos siempre. ¿Paradójico, no?».

Sin duda, Álvaro Castillo puede presumir de una larga lista de amigos en el mundo de las letras, dentro y fuera de Colombia, dentro y fuera de Cuba. «La relación con los autores ha sido una gran fortuna y yo todavía no puedo explicar qué lo posibilita. ¿Qué explicación racional hay para que un librero común y corriente termine llegando a tener una relación fraternal con Gabriel García Márquez, al punto de bautizarme con un apodo? No sé qué pasó ahí: la amistad, la complicidad, el hecho de estar en el lugar indicado en el momento preciso...».

Álvaro es conocido en el gremio como Librovejero —justo el título de uno de los libros que ha presentado este año en la feria, bajo el sello editorial del mexicano Fondo de Cultura Económica. Ese es el apodo que le fue acuñado por el Premio Nobel de Literatura, algo que narra en la crónica García, el que vendo, otro de los relatos de su más reciente publicación.

«Conocí a Gabo, a través de su hermano Eligio García Márquez, a quien servía como librero. Gabriel buscaba ciertos libros que le pude conseguir en ese momento. Jamás le cobré un centavo: el privilegio de conseguirle algo y sentarme a conversar con él no tenía pago alguno. Aunque lo vi un par de veces en Colombia, es una relación que se fraguó en Cuba.

«Como yo le proveía de libros usados, un día se refirió a mí como “libro viejero”. Reflexionó y dijo que mejor me llamaría “librovejero”, como los ropavejeros, personas que tienen por oficio comprar y vender ropa usada. A partir de ahí Gabo no me llamó más por mi nombre. El apodo se volvió mi nombre para él, y qué privilegio más grande en la vida de un ser humano que García Márquez te bautice con un nuevo nombre», cuenta orgulloso y asegura que Cien años de soledad es la obra que más lo ha marcado.

Para Álvaro resultan ineludibles otros títulos en su historia profesional y personal, muchos de los cuales ha atesorado en distintos momentos de su vida. Recientemente decidió empezar a donar su biblioteca personal a una institución pública colombiana, a la que ya ha entregado 3 018 materiales entre libros y revistas. Menciona Confieso que he vivido, de Pablo Neruda; Del tiempo y el río, de Thomas Wolfe; Auto de fe, de Elias Canetti. Don Quijote, Rayuela y El señor de los anillos.

«Las poesías de Fina García Marruz y de Retamar me fascinan. La lírica de Retamar para mí es muy importante porque no solo me parece que está muy bien escrita y contada, sino que su poesía tiene un ritmo, una música, y eso es lo que yo busco en mi prosa cuando escribo. Y por supuesto, tengo muchos autores colombianos en el tintero».

—En su opinión, ¿qué distingue a la literatura colombiana?

—Es una literatura muy amplia, con muchos registros y voces que siempre están explorando la mejor manera de contar y narrar la historia, narrar lo que nos sucede. No se puede encasillar.

«Yo me considero parte de la literatura colombiana como lector y como conseguidor de libros para escritores. Hay autores colombianos clave, más allá de García Márquez, como Hernando Téllez, Álvaro Mutis, Juan Gabriel Vázquez, Enrique Serrano, Pilar Quintana. Los disfruto como lector común, pero también he tenido el privilegio de ser contemporáneo de muchos de esos autores que ahora son famosos y me acuerdo de ellos cuando empezaban. Ese es otro privilegio: ver crecer a un autor desde su primera novela hasta libros más profundos, cada vez mejores.

«Ya era hora de que se le dedicara una feria del libro en Cuba a Colombia. Es como una forma de sellar los lazos que nos unen, hacerlos más visibles, más vigentes de lo que son. Tengo la convicción absoluta de que el libro es una herramienta de cambio y reflexión; una puerta al mundo circundante y, por sobre todas las cosas, una ventana a los demás, una posibilidad de encontrarse con el otro y así darse la mano, dialogar y fraternizar».

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