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Lizt Alfonso: Cuba danza

La danza, como todas las artes —confiesa la directora de la compañía Lizt Alfonso Dance Cuba en diálogo con JR—, tiene un poder transformador que a veces no podemos calcular en toda su dimensión

 

Autor:

Magda Resik Aguirre

Como «un canto entonado desde La Habana» hacia el universo y una muestra de «la resiliencia del hombre que vive abriéndose paso desde la célula hasta el infinito», describe Lizt Alfonso el próximo estreno mundial de la agrupación bajo su liderazgo. Habana Fénix subirá a escena en el majestuoso Teatro Martí, de la capital cubana, desde el 5 y hasta el 21 de mayo.

La obra es resurrección creativa tras la pandemia. Ese impasse sedimentó «el imaginario coreográfico» de bailarinas y maitres formadas en Lizt Alfonso Dance Cuba. Sobre el tabloncillo resuenan pasos, taconeos, fuertes pisadas de botas en puntas. Trajes de obreros de la construcción, castañuelas y cascos, nos remiten a la vida de quienes persisten y fundan, sueñan y edifican. Se respira un ambiente callejero, de resistencias y esperanzas. Los colores, los sonidos, nos hacen sentir frente al espejo, contemplando nuestras marcas de tiempo y la tenacidad de Cuba.

La danza, como todas las artes —confiesa Lizt en un aparte del ensayo—, tiene un poder transformador que a veces no podemos calcular en toda su dimensión. El pintor trabaja con su cuadro, solo él, en la soledad del artista. En el caso de los bailarines, necesitan depender de sí mismos por el entrenamiento y la preparación individual, pero el trabajo en equipo determina. Necesitan de sus compañeros de baile, de diseñadores, de maestros que les rectifiquen y les den clases todos los días.

—¿Por qué te enamoraste del magisterio si podrías dedicarte por entero a la creación de un espectáculo?

—Es un compromiso que me enseñó mi abuela en casa. Ella era profesora de español y de literatura. Y me habló de la prédica martiana de que todo hombre tiene derecho a que se le eduque y después en pago contribuir a la educación de los demás. Estamos en el deber de pasar ese conocimiento a todo el que viene detrás y, a su vez, aprender de ellos.

«La enseñanza la asumimos no solo en Cuba. En todos los sitios del mundo que visita la compañía, realizamos talleres e impartimos clases. Desde una secundaria en Estados Unidos hasta una escuela de danza profesional en Italia o Canadá. Cuando estuvimos en Sudáfrica en un barrio pobre de Johannesburgo, fuimos a una escuela y aquella jornada se convirtió en una gran fiesta de la esperanza para todos esos niños».

—¿Cuáles son las características que identifican desde el punto de vista metodológico y técnico a la escuela de la compañía?

—Es una escuela de Danza-Fusión. Tiene una estructura piramidal y en la base están los talleres vocacionales a los que se unen los niños a partir de los cinco años. En ese grupo se aceptan todos sin distinción. Después es que empezamos a seleccionar los que pasan al ballet infantil, luego al juvenil y los que cursan la carrera profesional.

«Los profesores de los talleres vocacionales son los propios bailarines de la compañía que en las tardes noches se convierten en maestros de esos pequeños. Y lo más interesante es que hoy todos los integrantes de la compañía se han graduado en nuestra escuela.

«Creamos nuestra metodología de la enseñanza. Ser un bailarín de danza fusión es bien difícil porque debes conocer y dominar muchos estilos de danza para luego ponerlos a funcionar sobre el escenario sin que se noten las costuras. Pueden hacer pasos de ballet, danza española, flamenca, bolera, de castañuelas, bailes populares cubanos, afrocubanos… y con todo eso, después nos adentramos en la enseñanza de la fusión. Y se mezclan entonces todos los estilos en uno solo. Estructuramos una carrera que dura entre siete y ocho años porque algunos alumnos avanzan más rápido y los dejamos avanzar, pero otros se demoran un poco más y los acompañamos hasta que logran aprender lo que necesitamos».

—¿Cómo se adapta esa escuela a las nuevas aportaciones que se corresponden con el desarrollo de la danza contemporánea?

—En Cuba siempre nos hemos mantenido al día a través de los festivales, de los profesores y coreógrafos que imparten clases en el Ballet Nacional de Cuba, en Danza Contemporánea de Cuba, en el Conjunto Folclórico Nacional… Además, afortunadamente, viajamos mucho y constantemente recibimos en nuestra sede a profesores que vienen. Hace dos semanas nos ofreció sus conocimientos el maestro, coreógrafo, director artístico de espectáculos de Broadway, Luis Salgado. Y todos esos expertos vienen con sus experiencias y se nutren de otros muchos estilos danzarios de cualquier lugar del mundo. Eso nos obliga a nunca quedarnos detrás.

«Y luego encuentras que la danza contemporánea de hoy lleva un camino completamente diferente al de hace 30 años, en los tiempos de mi querido maestro Ramiro Guerra, pero perviven muchos puntos en común con aquella. Y debemos evolucionar con los tiempos, pero sin perder las esencias».

—En un bailarín pesa mucho el entrenamiento físico, pero ¿qué otros entrenamientos debe poseer?

—Un bailarín es mente. Necesitas más allá de la técnica —y siempre pienso en Alicia Alonso—, que te entienda. Que llegue un coreógrafo y comente: esta escena está inspirada en Las señoritas de Avignon y ellos deben identificar que se trata de un cuadro pintado por Picasso y en un contexto específico. Y si le hablas de fuerza centrípeta deben conocerla. Prefiero un bailarín con ese talento. Si logra reunir técnica y cultura, es lo soñado.

Habana Fénix se inspira en la obra de restauración del Centro Histórico liderada por Eusebio Leal. ¿Cómo nos explicas el tránsito de esa fuerza inspiradora al movimiento y la visualidad que apreciamos en escena?

—Quienes tuvimos la oportunidad y la alegría de compartir con él sus sueños, reconocemos el poder transformador que encarnaba. La primera vez que le ofreció un recorrido a toda la compañía por La Habana Vieja, llegamos a un parque que se había restaurado y estaba sucio, descuidado. Ahí mismo empezó a recolectar la basura que habían echado al piso y, por supuesto, todos lo empezamos a ayudar porque su actitud era contagiosa y para bien.

En un momento se viró hacia nosotros y nos dijo: lo que no podemos permitir es que la desidia venza; la belleza tiene que primar. Y esa idea la compartimos. También Teresita Fernández decía: a las cosas que son feas ponles un poco de amor.

Es gigantesca la obra de la Oficina del Historiador de la Ciudad para que esta Habana no se viniera abajo. Todo se refleja de alguna manera en Habana Fénix.

La Maestra supervisa los ensayos previos al estreno en la sede principal de la compañía, sita en la plazuela de Belén, en el Centro Histórico habanero. Foto: Luisa María López-Silvero

—Es la fuente de inspiración, está en las imágenes danzarias, en la música…

—Y en la voz de Leal que nos acompaña y nos guía en muchos momentos del espectáculo, dentro de la banda sonora concebida como si se tratara de una película.

—¿Qué más nos ofrece esa banda sonora?

—La magia de la ciudad representada en sus sonidos que expresan muchos sentimientos: el dolor de quien no está hoy porque se ha ido, el que regresa y reconoce y no a su ciudad. Colocamos una maleta que se mantiene mucho tiempo sobre el escenario que al discutir entre nosotros durante el proceso de creación definimos que debía ser algo antiguo y moderno porque al final ella carga con toda una historia que comenzó mucho tiempo atrás, cuando todavía no éramos Cuba, ni teníamos identidad propia.

—¿Cuba y la danza?

—Esa mezcla explosiva de España, África, los árabes, los asiáticos… en el medio del Caribe, nos ha condicionado y mucho más en el arte. En Habana Fénix tratamos de reflejarlo. La selección musical del espectáculo te acaricia el oído con todas las sonoridades que nos caracterizan y las expresiones danzarias que nos identifican. Cuba y la danza son lo mismo: Cuba danza. Toda la vida ha danzado. Aquí hasta el que no sabe bailar se mueve por dentro.

 

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