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Burocracia, amor y viceversa

Lo que pensaron sería una breve gestión, duró varias horas, algunos días, e incluso varios meses en los que Carlos y Rosa coincidieron seis veces en la misma Oficoda

Autor:

JAPE

Carlos descubrió que Laura no lo quería cuando ella viajó al extranjero dejándole una nota: «Allá tú que crees que lo nuestro tiene arreglo». Él nunca pensó que el amor de su vida tenía tan mala opinión de la relación que ambos habían sostenido por más de 20 años. Es verdad que estaban en crisis desde hacía tiempo, pero él sí creía que la ruptura no era la solución.

Tampoco Rosa pensaba que el rompimiento sería el final escogido por su esposo Manuel hasta que este tomó el mismo rumbo que Laura, pero sin dejar nota alguna. De hecho, no dejó nada, pues vendió todo lo que había dentro de la casa, incluso la casa misma, aunque no era de él.

Ambos, Carlos y Rosa coincidieron un día cualquiera en la Oficoda de su municipio para trámites diversos. Marcaron casi al mismo tiempo detrás de Eulogio, un señor mayor al que le habían dado baja de su libreta sin siquiera viajar, ni dejar nota, ni vender nada… «Un pequeño error en la base de datos», le dijo posteriormente la compañera desde su buró, e inmediatamente lo mandó para la bodega piloto a una larga lista de espera, y no exactamente para viajar, aunque de piloto se trate.

—Pase usted primero, yo no estoy apurado —dijo él.

—No, pase usted, lo mío es rápido —dijo ella.

Estas fueron las primeras palabras que cruzaron, además de alguna mirada y una que otra sonrisa. En lo que esperaban su turno intercambiaron otros criterios.

—Yo vengo a darle baja de la libreta a mi esposa, que ya lleva tres meses fuera del país y parece que estará mucho tiempo más, dijo él, mientras casi sonreía.

—Yo tengo que recuperar la propiedad de mi casa, que mi ex vendió antes de irse y parece que también demorará un poco en regresar —dijo ella, como si no importara mucho. El problema parece de Vivienda, pero primero tengo que darle baja de la libreta, según me dijeron —agregó con una tierna sonrisa.

Lo que pensaron sería una breve gestión, duró varias horas, algunos días, e incluso varios meses en los que Carlos y Rosa coincidieron seis veces en la misma Oficoda, cuatro veces en diversos correos comprando sellos timbrados (aún no existía el sello digital), tres veces en Vivienda municipal, dos en un impresor particular comprando varios modelos y planillas para las diferentes gestiones, y una vez en el policlínico para medirse la presión arterial. Ese día fue muy lindo porque allí también estaba Eulogio, el señor que fuera testigo presencial de su primer encuentro. Eulogio tenía turno con el siquiatra y aunque transcurría el mes de noviembre, aún no había podido coger el pollo de agosto que iba por junio. Un «jeroglífico» un poco enrevesado, de ahí su visita con el especialista mental.

Más allá de la épica cruzada vivida por Carlos y Rosa, salpicada de múltiples burós, diversos «especialistas», improvisados funcionarios que nadie se explica cómo llegaron a esos puestos… Más allá de todo eso, y mucho más, tuvo lugar una linda historia. En cada nuevo encuentro se fue forjando una simpatía mutua, una atracción compartida que dio lugar a un inesperado amor.

Carlos y Rosa finalmente habían logrado sus objetivos; aquella intención primaria que dos años atrás los hizo coincidir en la Oficoda del municipio. Pero ahora se amaban y habían decidido unir sus vidas. Hermosa disposición que sería precedida por una simple gestión: Carlos debía dar alta en su libreta a Rosa; y Rosa debía poner a Carlos en el contrato y copropietario de su rescatada vivienda. Después, seguro habrá boda.

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