Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Memorias

Cualquier proyecto en Cuba debe tomar ideas de los padres fundadores de la nación

Autor:

Reinaldo Cedeño Pineda

¿De qué nos puede servir todo el pensamiento acumulado en la creación ardorosa y múltiple de nuestra identidad como nación, si no es para apropiarnos de él? ¿Cómo esos hallazgos, esas advertencias, fueron conformando lo que hoy somos? ¿Cómo descubrir la raigalidad de sus ideas, que expresadas siglos atrás, son capaces de seguir tocándonos?

Para poder escuchar a los padres fundadores de la nación cubana, hay que limpiarse de egoísmos. Cualquier proyecto emprendido sin ellas, será espurio; cualquier sordera, suicidio. Y cuando de Cuba se trata, no cabe temor alguno en la altura de los juicios.

Memoria sobre la vagancia de la Isla de Cuba, escrita en 1830 por José Antonio Saco, es obra devenida no solo de una profunda  reflexión, sino de la audacia intelectual. Al hablar de los factores que propiciaban el ocio infértil y la degradación social, emergen como sustrato los entresijos del poder y la corrupción entronizada.

La corrupción es el pudridero de cualquier sociedad.

Sobre todo reparo, sobre toda censura, Saco resultará lapidario cuando apunta en las primeras páginas de su ensayo: «No hay felicidad sin la paz y el contento del alma, no hay paz ni contento sin virtudes, sin virtudes no hay amor ni constancia en el trabajo, y sin trabajo no hay riquezas verdaderas».

José Antonio Saco (1797-1879), es el más profundo, analítico y crítico pensador de la sociedad colonial y esclavista, al modo de decir del historiador Eduardo Torres Cuevas. No podemos menos que suscribirlo cuando leemos en Memoria sobre la vagancia de la Isla de Cuba: «(…) no habrá quien pueda soñar, que las artes florezcan, el comercio prospere, y la ilustración se adelante en ningún país, tan solo porque sus terrenos sean fértiles (…). Si el artesano en su taller, el comerciante en su escritorio, y el literato en su bufete, no trabajan con tesón, de poco podrá servirles (…)».

Saco reconoció como su maestro a  Félix Varela y Morales (1788-1853). Lo sustituyó en las cátedras y estuvo a su lado, en la publicación de varias de sus obras. Varela funda la patria desde el discernimiento más transparente, ese que solo otorgan una ética irrenunciable, y tantas veces, el desvelo punzante de la distancia.

 En su célebre artículo Patriotismo, incluido en sus Lecciones de Filosofía (1824), anota: «(…) el falso patriotismo consiste en que muchas personas, las más ineptas, y a veces las más inmorales, se escudan con él, disimulando el espíritu de especulación, y el vano deseo de figurar (…). La injusticia con que un celo patriótico indiscreto califica de perversas las intenciones de todos los que piensan de distinto modo, es causa de que muchos se conviertan en verdaderos enemigos de la patria (…)».

   A Saco, Varela, José Agustín Caballero (1762-1835) y al sobrino de este, el eminente maestro José de Luz y Caballero (1800-1862), debemos algunos de los cimientos del pensamiento cubano. José Martí (1853-1895) acrisola esa herencia y la lleva a la cima. Desde Nueva York,el 6 de julio de 1885, el genio de Paula, le confiesa en carta a Enrique Trujillo, director de El Avisador Americano:

   «Solo son amigos de la patria los que saben deponer ante ella sus iras y sus tentaciones: (…). Yo no diré aquí (…) todo aquello que firmemente pienso, y mantengo sin ira, en la actual crisis gravísima de mi patria. Lo he de decir muy pronto; porque fuera de la verdad no hay salvación, y yo no puedo decir ni hacer cosa que no sea para beneficio de mi patria. (…)Si vamos por donde quiere ir nuestro pueblo, vencemos; si no, no».

 De esos hallazgos, de esos dolores de esas advertencias tenaces, estamos hechos. Sin ellos, no tendríamos patria.

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