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Diversidad

No aceptamos a un Martí decimonónico, su pensamiento es ala y cobija de todos los días. Por supuesto, la fragua difícil y tenaz del exilio cubano, la ebullición finisecular de la sociedad norteamericana, así como una faena periodística al borde de lo increíble, son factores indudables para su crecimiento intelectual y personal

 

Autor:

Reinaldo Cedeño Pineda

«Ni yo llevo los bosques a la espalda, /Ni usted puede, señora, cascar nueces». Lapidaria respuesta de la ardilla a la montaña que presumía de su tamaño, que miraba con desdén su minúscula figura. El breve poema (apenas 22 versos) aparece en la revista La Edad de Oro, traducido por Martí, a partir del original del filósofo norteamericano Ralph Waldo Emerson (1803-1882).

El título inicial es sencillamente Fable (Fábula). Sin embargo, al traducirlo al español, Martí opta por otro, diríamos que lo precisa, que lo ilumina. En la obra para los niños de América, el cubano publica el poema como Cada uno a su oficio. Es el sentido, sin excluir aportes, porque un poema tiene una exigencia doble: mantener no solo el sentido, sino también el ritmo.

José Martí admiró profundamente a Emerson, considerado el padre del movimiento filosófico conocido como trascendentalismo. Al morir este, escribió uno de sus grandes ensayos, Emerson, publicado en La Opinión Nacional, Caracas, 19 de mayo (1882), curiosamente una fecha que a la larga resultará tan significativa en su vida.

«Se venía de verle como de ver un monumento vivo o un ser sumo. Hay de esos hombres montañosos, que dejan ante sí y detrás de sí, llana la tierra (…). Se sumergió en la naturaleza, y surgió de ella radiante», escribió.

De vuelta a La Edad de Oro, hay otros versos que escoge Martí, que también resultan de una traducción, los correspondientes al romance Los dos príncipes. El hijo del rey y el hijo del pastor, tan distintos en sus existencias y posesiones, pero iguales en la muerte, iguales en su humana esencia. Borda la atmósfera de tristeza de manera exquisita. Se adivina, al lado de la impecable estética, la intención ética. Esa fusión resulta una marca martiana de toda su literatura.

José Martí nuevamente ajusta el título a su intención y corona a ambos protagonistas. «Eso es mejor que ser príncipe: ser útil», escribirá en la propia revista. El texto primario se titula The Prince is dead /El príncipe está muerto, de Helen Hunt Jackson (1830-1885), una autora de las preferidas por el genio de Paula, pues le llevará también a la lengua cervantina su célebre novela Ramona.

Si traducir es «transpensar», tal como afirmara el propio Martí en una original definición, Emerson y Hunt Jackson aparecen «transpensados» en las letras martianas, regados por su recio afluente. Son dos ejemplos de su absoluto respeto por las diversidades, sin espacios para discriminación alguna.

No aceptamos a un Martí decimonónico, su pensamiento es ala y cobija de todos los días. Por supuesto, la fragua difícil y tenaz del exilio cubano, la ebullición finisecular de la sociedad norteamericana, así como una faena periodística al borde de lo increíble, son factores indudables para su crecimiento intelectual y personal.

Para Martí, cada cubano es sagrado, Cuba lo es. Su principio de unidad es un eslabón firme, pero sin odios hacia las diferencias. En 1889, desde la gran manzana neoyorquina, envía una carta rimada al bibliógrafo y patriota cardenense, Néstor Ponce de León (1837-1899). En largas cuartetas, Martí  sacude al corrillo anexionista que le calumnia. Y su eco, retumba en nuestros oídos:

«Miente como un zascandil /El que diga que me oyó, / Por no pensar como yo / Llamar a un cubano “vil” (…) ¡Qué dijera yo de aquel / De opinión diversa, si / Me llamara vil a mí /Por no opinar como él! (…) Algo en el alma decide, /En su cólera indignada, /Que es más vil que el que degrada /A un pueblo, el que lo divide. (…)Si es uno el honor, los modos /Varios se habrán de juntar: / ¡Con todos se ha de fundar, /Para el bienestar de todos!».

 

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