Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El piano y un jardín siempre florecido

La gran fiesta cubana del jazz tuvo entre sus novedades la presencia, por primera vez, de la joven intérprete suiza Manon Müllener

 

 

Autor:

Sergio Félix González Murguía

Acaba la fiesta y en el recuerdo inmediato suele quedar lo más singular, lo que se acaba de descubrir o aquello que causó más conmoción. El 39no. Festival Internacional Jazz Plaza 2024 llegó a su fin con la certeza de haber sido una gran oportunidad para disfrutar con parte de lo mejor del jazz latino, así como descubrir novedades para un público siempre ávido de nuevas propuestas.

Entre esos artistas que por primera vez ofrecieron su arte a los amantes de la buena música, en este evento, estuvo Manon Müllener (1997, Friburgo), joven pianista y compositora suiza. Su talento exquisito maridó a la perfección con las destrezas interpretativas de los cubanos Dayramir González, Jorge Luis Pacheco y el estadounidense Emmet Cohen, durante varias presentaciones en un espectáculo defendido a ocho manos.

«El arte del piano cubano» unió a estas figuras en reinterpretaciones de creaciones de Ernesto Lecuona, Ignacio Cervantes y otros grandes clásicos del instrumento con sello cubano. Se trata de una experiencia urdida por Dayramir González, en la que la joven pianista interpreta su visión de las Gitanerías de Lecuona. Luego pasa al jazz y al floreo entre intérpretes, quienes tocan sus propias composiciones e inolvidable llega a ser el dueto en el Teatro Martí entre Emmet Cohen y Müllener interpretando Chorongo, una pieza de la autoría de la pianista suiza (Reflejos, 2019).

Pero el vínculo de Manon Müllener con Cuba se extiende más allá del Jazz Plaza. Su piel y pelo blancos como la nieve, como si de un cuento de los hermanos Grimm se tratase, contrasta con un uso perfecto del español, con el deje cubano bien marcado, y un dominio memorable del tumbao y aspectos discursivos caribeños en el piano. Tenía cuatro años cuando viajó por primera vez a Cuba de la mano de su padre, baterista de profesión y apasionado por las sonoridades de la Mayor de las Antillas.

Desde muy pequeña, por casa de Manon pasaban músicos cubanos que colaboraban con su padre y se escuchaba mucha música cubana, algo que no era tan común en las casas suizas a finales del siglo pasado e inicios de los 2000, asegura la intérprete en diálogo con Juventud Rebelde. Incluso recuerda una rutina muy instructiva y particular que la ayudó a amar más la música, en especial la realizada por artistas y agrupaciones cubanas.

«Mi padre me acercó a esa música de varias formas y una de ellas era que el miércoles por la mañana, como las clases empezaban más tarde, dábamos vueltas por la ciudad en el carro, mientras oíamos música. Era un momento entre padre e hija que recuerdo con mucho cariño y ahí me ponía NG La Banda, Irakere, Isaac Delgado, salsa puertorriqueña y también música infantil: había de todo en su reproductora y ese instante era como una clase de educación musical», comenta la artista, quien empezó sus estudios de piano clásico a los cuatro años y fue creciendo alrededor del instrumento y su versatilidad.

«Nunca he querido ser un músico cliché que mira un tumbao en Youtube y lo reproduce constantemente», asegura la artista, que a los 17 años vino a estudiar a la Escuela Nacional de Arte, en La Habana, durante un año. Enfocada en estudiar el origen de las sonoridades que definen el piano clásico cubano y el jazz afrocubano, recuerda que aquel tiempo de estudio la ayudó a interesarse más seriamente en aspectos de la música cubana y desarrollar un camino profesional con su instrumento.

«Lo más valioso que me ofreció Cuba en ese momento fue tiempo, como nunca he tenido en mi vida, para estudiar mi instrumento. En Suiza hay buenas escuelas, el sistema es casi perfecto y muy cuadrado, como un reloj, pero al final todos, desde niños, corren detrás del tiempo y la música no está tomada realmente en serio como una forma de vida desde tempranas edades.

«Cuba posee una música que tiene mucho que ofrecer. El jazz cubano en particular te ofrece un sentido melódico lindísimo que pasa por el bolero, el danzón, la trova, hay un lado rítmico que viene de África y te trae una fuerza vibrante unida al valor de la improvisación. Es un género que siempre me ha inspirado y me permite encontrar muchos caminos. Por ello me interesé por esta cultura, las raíces, de dónde viene lo actual, cómo crean en Cuba y averiguar por mí misma cómo es, y aprender de la gente».

Entre los reflejos y el insomnio

A su regreso de Cuba, ya con 18 años, Manon Müllener decidió empezar a escribir su propia música y al año siguiente nació su primer disco. Reflejos (2019), junto a uno de sus maestros, el pianista peruano César Correa. Fue el primer paso con que la intérprete establecía una voz propia, a través de su discurso pianístico y compositivo en este material, firmado a cuatro manos con quien le mostró un espectro más amplio de la música y la salsa.

Aquella producción fue llevada adelante de forma independiente y, recuerda la artista, le aportó enseñanzas para iniciar próximos caminos, ahora con Insomnia (2023), su más reciente fonograma. «Reflejos tiene una estética un poco más tradicional, con un danzón muy clásico, un vals peruano y otros géneros raigales que me encantan. El otro disco ya tiene más mezclas de jazz moderno, afloran intensamente mis estudios de jazz».

Müllener explica que su forma de componer es bastante instintiva y procura no abstraerse demasiado, pues para ella es primordial conectar con el público a través de lo vivencial. Acaba de ganar una beca que le permite residir en New York hasta finales de abril para un proyecto de composición y ha decidido mezclar entrevistas con distintos testimonios y vivencias de las cuales sacar inspiraciones para hacer música.

«Trato de trabajar para el próximo disco en un ángulo un poco diferente y llevarlo a otros lugares para ampliar el foco, más allá de ese público muy conocedor. No quiero tener una visión intelectual de la música, no quiero la música elitista que está hecha para gente que solo escucha a Charlie Parker y Coltrane. También hay gente que escucha a Justin Bieber y al Tiger y que, tal vez, puede encontrar algo atractivo en el jazz. Quizá sea ingenuidad de juventud, pero quiero apostar por mostrar algo nuevo», reflexiona.

Hacer su música más accesible para un público mayor es el objetivo que persigue desde su última gira por escenarios europeos, 50 conciertos en los que mostró su trabajo en Insomnia. En ese disco, Mon’s garden es un ejemplo del alto vuelo que puede tomar el piano de Müllener. «Antes de tocarlo en vivo siempre cuento su historia que está inspirada en el jardín de mi madre en Suiza. Siempre está florecido. Ella organiza su jardín de forma que siempre haya flores: unas florecen en abril, otras en mayo y así. Entonces cada vez que toco esta pieza le propongo a la gente que, antes de tocar, cierren los ojos si quieren imaginar el jardín que más les guste.

«A la gente le impacta ese tema y yo creo que una razón puede ser el hecho de que existe un elemento para ver la música de otra forma: al final la gente quiere vivir una experiencia, vivir una historia. A veces uno va a un concierto de dos horas y puede ser lo más lindo que ha escuchado, pero falta el factor humano de parte de los músicos, eso que estimula el vínculo con el público», comenta la artista, cuyas ovaciones durante el Jazz Plaza hablan de la conexión lograda con el público cubano en sus presentaciones, defendiendo este proyecto del arte del piano cubano.

En esa diversidad de inspiraciones y caminos creativos Manon Müllener es clara cuando afirma su pasión por la pianística cubana contemporánea, «de Gonzalo Rubalcaba, Chucho Valdés, Ramón Valle, Rolando Luna, Dayramir González, entre muchos pianistas que yo escuché toda la vida. La invitación de Dayramir me dio un poco de miedo porque es mucha presión eso de “El arte del piano cubano” y yo metida allí. Pero al final se trata de aportar a la creación y abrir más la música cubana al mundo y me siento orgullosa de poner mi granito de arena ahí».

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