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Rencuentro

El escritor, periodista y crítico Rubén Rodríguez González (Holguín, 1969) fue el invitado de la peña Oriente edita, en la Casa Dranguet de Santiago de Cuba

Autor:

Reinaldo Cedeño Pineda

«Que los niños me lean me da extrema felicidad. Que una madre venga y me diga: el único libro que se ha leído mi hijo es El garrancho de Garabulla, mira está mal que solo se haya leído un libro… pero que fuera el mío, me da mucha felicidad; porque yo soy un consumidor de felicidad, yo me alimento de eso, yo vampirizo la alegría de los demás. Y eso me da suficiente vapor para seguir escribiendo».

Tales fueron algunas de las confesiones que nos hizo el escritor, periodista y crítico Rubén Rodríguez González (Holguín, 1969) en la peña Oriente edita, en la Casa Dranguet de Santiago de Cuba, un espacio que tenemos el privilegio de conducir desde su creación.

La Editorial Oriente tiene razones para festejar sus 54 años de fértil aporte a la cultura cubana. 

Rubén se ha convertido, a estas alturas, en uno de nuestros más sólidos escritores. Solo citaré algunos de sus últimos premios, el Alejo Carpentier correspondiente a 2019 con El año que nieve, y el Julio Cortázar de este año con Las codornices, ambos en la categoría de cuentos. Y no es que el arte sea una carrera de cien metros planos, es que los reconocimientos están ahí, como postes de luz, señalando el camino.  

Paca Chacón y la Educación Moderna, Rebeca Remedio y los niños más insoportables del mundo, El maravilloso viaje del mundo alrededor de Leidi Jámilton y La retataranieta del vikingo, entre otros títulos, integran una saga de libros infantiles, donde experiencia e imaginación se funden con singular maestría. 

Hasta aquí podría bastar para una nota de solapa, tal vez para la información de un noticiario; mas, no para la descarga de emociones que presupone este rencuentro. Son décadas contenidas en un solo abrazo. Son muchos recuerdos que se abalanzan de pronto.

Este chico delgado, como un duende travieso, escondido tras sus lentes, fue mi compañero de estudios de la carrera de Periodismo en la Universidad de Oriente. Me pasaba libretas manuscritas con sus historias, en ciertas clases que nos agobiaban, y esa complicidad se extiende hasta hoy, cuando espera el cierre del periódico ¡Ahora!, donde trabaja desde su graduación en 1991, y ejerce como Jefe de Redacción.   

Rubén evoca su niñez en un poblado con el antiguo nombre de Auras (Floro Pérez), recuerda a su familia, nos habla de su relación con la biblioteca del pueblo. De las dudas que las experiencias barrieron y de cómo cada vivencia (incluso las tremendas), ha puesto lo suyo. El periodismo nos pone en sitios que nunca imaginamos, que a veces ni siquiera deseamos; pero esas vivencias acaban siendo soplo y materia de nuestras letras.

«Necesito un ambiente que yo pueda controlar para poder escribir. El ruido me hace muy poco favor, cualquier música que me impongan, me fastidia mucho. Yo produzco el ruido, el ruido es la historia, los personajes hablan, los animales suenan, emiten las voces correspondientes».

Rubén refiere sus estrategias como narrador, la exigencia de sus lectores, sus obsesiones. Y asoma la nobleza auténtica, el elogio merecido para el trabajo del editor, para la Editorial Oriente. 

«Uno crece a partir del contacto con el editor, uno aprende de esa humildad. Los escritores somos tuertos: lo vemos todo desde el afecto; pero la persona que mira desde fuera es muy importante, por su experticia, para mostrarte el camino.

«La Editorial Oriente es para mí el compromiso, en estos tiempos de palabras rotas. No sería desencaminado proponer a Asela Suárez como Premio Nacional de Edición. El trato que da Oriente a los autores de su catálogo es especial, por el respeto, por la distinción, por el acompañamiento, por la familiaridad, por aquello que tanta valoro que es la felicidad».

A nadie digo, pero hemos regresado. Y lo veo bajar por aquellos escalones interminables de Quintero, rompiendo el aire, como un duende travieso.

 

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