Rogelio Riverón. Autor: Archivo Publicado: 05/06/2025 | 08:56 pm
La reconocida escritora y amiga Laidi Fernández de Juan lo ubicó con toda razón entre «aquellos contemporáneos que se consagran íntegramente a generar humor literario al estilo de Chofre, Teijeiro, F. Mond, Juan Ángel Cardi, René Batista, Héctor Zumbado, Enrique Núñez Rodríguez, Marcos Behmaras, Eduardo del Llano, Jorge Fernández Era, Francisco García y varios más».
Por su inigualable estilo y porque, sin dudas, es uno de los actuales escritores que, con gran tino, y desde sus notables crónicas marca el verdadero oficio del costumbrismo y el buen humor dentro de la prensa en sus diversos formatos, invitamos hoy a Los Regañones a este querido poeta, periodista, escritor y editor santaclareño.
Ricardo Riverón Rojas nació en Zulueta, el 25 de octubre de 1949 y entre sus más notables aciertos (que son muchos) está el de haber fundado en 1990 la Editorial Capiro, en la ciudad de Santa Clara y fungir como director (desde 1996 hasta 2010) de la revista Signos,
que aborda la cultura popular, con sede en dicha ciudad,
Algunos sitios especializados de internet coinciden en que Riverón cursó estudios hasta graduarse de bachiller. Al no poder ingresar en las universidades de Cuba por cerrados criterios políticos, inició, por curso dirigido, la carrera de Ingeniería Agronómica en la Universidad Central de Las Villas, que abandonó en poco tiempo para dedicarse a su vocación literaria de manera autodidacta. Ofició como obrero agrícola, planificador, contador y otros empleos no relacionados con la literatura. Desde 1987 hasta 1990 ejerció como divulgador de la Universidad Central de La Villas.
Importantes críticos cubanos puntualizan que la obra de Ricardo Riverón «se caracteriza, en el caso de la poesía, por el uso frecuente de las estrofas tradicionales, aunque en varios de sus libros se acoge a la versificación libre y la prosa poética. Sus libros de prosa analizan, desde la crónica testimonial, procesos culturales. Se distingue por su riqueza sintáctica y tropológica, además de tratar asuntos con frecuencia apartados de los grandes temas que durante décadas han atraído a los escritores cubanos de su promoción».
En relación a su obra poética, el importante crítico Enrique Saínz ha expresado: «Riverón no parece interesado en el exteriorismo ni en el conversacionalismo, ni tampoco en las audacias de un metaforismo que ya dio sus mejores frutos en Lezama y otros creadores precedentes. Es la suya una relación distinta con el lenguaje. Sus búsquedas van por senderos de una mayor complejidad, y van al encuentro de un misterioso anhelo de sobrevida. Páginas sombrías, angustiosas, de una densidad conceptual muy reveladora, se conjugan con otras de un gratificante hedonismo, experiencia esta que el creador hace suya con maneras igualmente sobrias».
Desde 2010, y hasta 2013, se desempeñó en el área de difusión cultural de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. Ha recibido importantes premios y viajado en funciones culturales a: España, México, Venezuela y la antigua URSS. Sus crónicas, ensayos, artículos y entrevistas aparecen publicados en su columna de autor Al cantío de un gallo, de CubaLiteraria, el portal de la literatura cubana; así como en la revista La Jiribilla y en revistas y periódicos de Cuba, México, España, Suecia, Puerto Rico, Venezuela, Rusia, Brasil y Estados Unidos, entre otros.
Por supuesto que este es solo un breve acercamiento a un destacado autor de extensa obra donde conjuga el humor, el costumbrismo y la identidad de su país de manera realista y en diáfano lenguaje. Mi invitación, como siempre, es buscar y conocer más de creadores, periodistas, escritores de todos los tiempos que, desde la prensa cubana, con letra clara y buen humor, nos muestran lo más profundo de nuestra realidad sin chovinistas aderezos ni falsos compromisos.
QUERIDOS «BOLOS»
(fragmento)
Los primeros rusos me agarraron por sorpresa en 1962. Yo ni me daba cuenta, pero estábamos al borde de la pulverización nuclear. Eran gente muy rara en comparación con los patrones imperantes en nuestras concepciones estéticas, emanadas de revistas como Reader’s Digest, Vanidades, Playboy y los comics y películas de Hollywood.
Blancuzcos tirando a colorados, pelipajuzos y rubiancos hasta la transparencia, cambiaron el color de estos entornos y de nuestra complicada ecuación genética, antes salpicada con variables afro, asiática, árabe, ibérica y, gracias a su jadeo horizontal, receptora también del hueso eslavo, le dimos la bienvenida. Fue por ellos, pero en mayor medida por ellas, que la fusión con nuestros negros y mulatos propició la bienvenida al ajiaco criollo de unos jabaítos rubios y ojiazules, simpáticos y, por lo general, bien dotados para el ajedrez, los idiomas y las ciencias exactas.
Cuando sostenían un diálogo entre ellos parecía que se quejaban, pues entre los «rasca para aquí y rasca para allá» emitían una especie de jirimiqueo lleno de eses lastimeras. Cuando reían, eran aparatosas y catarrientas sus carcajadas. Yo los comparaba, en aquellos días de sorpresa, con osos melancólicos. Y hasta me daban ganas de consolarlos con golpecitos en la espalda.
Semejaban gigantones líricos entrenados para la salutación, pues no sé por qué nos decían adiós constantemente con gesto magnánimo, como si fuéramos una multitud que desfilaba en una plaza o esperaba un discurso electrizante. Enseguida se empeñaron en aprender español y enseñarnos el ruso, proyecto baldío, pues ni a fuerza de ejercicios para torcer la lengua debidamente logramos los soplidos y chasquidos necesarios sin salpicar a nuestros interlocutores. Lo primero que yo aprendí fue que «rabota» es «trabajar», aunque tal palabra solo me trajera a la mente a una perra de la raza pastor alemán con el rabo largo y grueso.
—Zsdrasbuitié, tavarich; balshoi spasiba; Ia niet gabariú parruskii —eso sí lo asimilamos bastante rápido: «Buenas, camarada, muchas gracias, pero no entiendo el ruso». Así andábamos por aquellos predios, estrenando amigos, y, a decir verdad, nuestros susurros y desgarramientos guturales nunca tuvieron la misma gracia seseante y, por segundos, crepitante que demanda el laberíntico idioma de Tolstoi, Pushkin, Maiakovski, Pasternak, Chejov y Dostoievski, entre otros grandes.
Pero de la misma manera en que nosotros aprendimos el parlamento arriba descrito, es justo consignar que, a Dimitri y a Serguei, les enseñé a decir en tono enfático, con enorme paciencia pedagógica y las señas corteses de quien dice «¡Hola, qué tal!», la irreverente y paralizante «¡Pi... para todo el mundo!».
Ricardo Riverón Rojas
La Jiribilla, 9 de mayo de 2025