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Bolsonaro sigue haciendo añicos la imagen de Brasil

La renuncia de Sergio Moro ha sido lo que ha puesto el primer pie del mandatario sobre el patíbulo

Autor:

Marina Menéndez Quintero

Bolsonaro podría irse del Palacio de Planalto casi como entró, pues serían procesos que se estarían dando, los dos, en el marco de lo judicial si, finalmente, la Corte Suprema de Justicia abre un juicio en su contra.

La renuncia de Sergio Moro, artífice de aquellas estratagemas sucias que intentaron cubrir de lodo a Lula y al PT, y encerraron al líder izquierdista para impedirle concurrir a las elecciones, ha sido lo que ha puesto el primer pie del mandatario sobre el patíbulo.

La salida del juez, premiado con el Ministerio de Justicia después de las altas notas que le ganó su tarea sucia, fue argumentada por el dimitente con la acusación de que el mandatario está ejerciendo interferencia política. Y eso le puede costar caro a Bolsonaro. En su propia defensa, el Presidente arguyó que Moro se disgustó porque él cambió al Jefe de la Policía, y que el extitular quería ser miembro de la Corte Suprema de Justicia.

Pero muchos estiman que Bolsonaro, quien ha resistido hasta ahora el duro oleaje que su pésimo gobernar le ha ganado en amplios sectores políticos, cuenta todavía, al parecer, con el respaldo del ala militar que él entronizó en el ejecutivo y de la cual se temió, en un momento reciente, que emergieran quienes se hicieran del timón.

Sin embargo, los trascendidos de que estos habrían decidido gobernar tras bambalinas para evitar la salida del Presidente y una debacle peor, parecen más a tono con lo que se comenta ahora fuera de los corrillos del Palacio presidencial y de la sede del alto mando.

Llueve sobre mojado, porque el ejercicio gubernamental del outsider que encandiló a tantos en Brasil cuando se postuló a la presidencia —una parte de ese apoyo, lo conserva— le ha envuelto en una crisis de credibilidad asentada en sus bajos logros económicos, y explosionada con la manera ignorante y presuntuosa con que Bolsonaro está encarando el azote de la Covid-19, que ha hallado en Brasil a su víctima principal en América Latina.

Llegaron por eso, también, los encontronazos recientes con los partidos opositores, que le pidieron la renuncia, y ahora están demandando el impeachment. Bolsonaro respondió con la desoída e inconsulta decisión de echar al Ministro de Salud quien, a su vez, había enojado al Presidente con tantas recriminaciones, porque el Jefe de Estado no cree en el distanciamiento social para frenar el contagio, y es enemigo del nasobuco…

Ahora, después de los 474 muertos por la Covid-19 que se registraron en Brasil solo durante la jornada del martes, admite que el 70 por ciento de la población se contagiará, y se declara impotente: «¿Qué quieren que haga?», dijo. «No soy el Mesías».

Los diretes en las altas esferas, y el criterio del 45 por ciento de la población que. en reciente encuesta de Datafolha, afirmó estar de acuerdo con que se le enjuicie —48 por ciento dijeron que no—  muestran la crisis política que galopa sobre una institucionalidad resquebrajada por los golpes que le dieron los escándalos de corrupción, tejidos a la sombra de los intereses políticos, los juicios sin argumentos que armó el propio Sergio Moro, y la manipulación sobre una ciudadanía a la que se le llevó a perder la noción de la verdad, y extraviar el rumbo.

Bolsonaro, quien nombró a André de Almeida Mendonça, un pastor  evangélico —otro sector al que le debe— para sustituir a Moro, sigue demostrando que maneja al país más extenso y más rico en recursos naturales de América Latina como si fuera su finca, destrozando aún más la credibilidad en la política brasileña y en la honestidad, que hace rato brilla por su ausencia en el ejecutivo y ha penetrado hasta el tuétano al sistema judicial.

En ese contexto, un juez del Supremo Tribunal Federal ordenó la noche del lunes que se investiguen las acusaciones hechas por Moro acerca de que Bolsonaro interfirió en investigaciones policiales que implican a sus hijos, Carlos y Flavio (en torno a los cuales existen denuncias de corrupción), para beneficiarlos.

Celso de Mello, el juez, dio un plazo de 60 días para que la Policía Federal (PF) interrogue a Moro acerca de sus acusaciones, tras lo cual estarán listas las conclusiones que abrirán o no la posibilidad de un juicio en la Corte.

Pero el Rodrigo Maia, el líder de la Cámara de Diputados —ente que debe aceptar o no las denuncias contra el Presidente—, ha pedido paciencia ante los más de 30 pedidos de impeachment que tiene sobre el buró, y afirma que lo primero ahora es combatir el coronavirus.

Y aseguran algunos que el mandatario podría replicar  acusando, a su vez, a Moro, de falso testimonio.

De manera que todavía puede esperarse otro amplio abanico de ires y venires. Entre pillos anda el juego que destruye la imagen del país, y la vida de los brasileños.

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