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Otra señal de alarma ¿solo para Europa?

Ganancias en las urnas suecas de la extrema derecha la convierten en una poderosa fuerza política que puede cambiar el rumbo tradicional del país nórdico

 

Autor:

Juana Carrasco Martín

En el imaginario político de los terrícolas a Suecia se le tiene como uno de los países más progresistas de Europa y también como uno de los más felices. Lo que está demostrando el resultado de las elecciones generales del domingo 11 de septiembre es suficientemente categórico como para cambiar esa idílica percepción.

Únalo a la decisión del actual Gobierno de la alianza de centro-izquierda de la primera ministra Magdalena Andersson de romper la tradicional neutralidad que les caracterizó, solicitando la adhesión a la Otan bajo el argumento de defender a Ucrania frente a Rusia, y se tendrá un panorama que muestra un peligroso y erróneo camino por el que —a mayor o menor velocidad—, transitan otros Estados del Viejo Continente.

El apretado resultado final, decidido a mediados de esta semana con el conteo de los votos del exterior y por correo, más que un equilibrio de fuerzas es signo de una polarización en la que el nacionalismo extremo y los antinmigrantes van ganando el pulseo.

Las agrupaciones políticas que apoyan a ese bloque opositor liderado por Ulf Kristersson (Moderados, Demócratas Suecos, Demócratas Cristianos y Liberales) aseguraron 176 asientos en el Parlamento frente a 173 de la alianza socialdemócrata.

Como consecuencia inmediata, la Primera Ministra anunció su dimisión para este jueves tras admitir la derrota —a pesar de que los socialdemócratas de Andersson seguirían siendo el partido más grande del país, con 30,5 por ciento de los votos—, por lo que el proceso de formación del nuevo Gobierno pasará al Parlamento y su presidente, lo que se espera ocurra a finales de este mes.

Llama la atención en ese giro peligroso el aporte del 21 por ciento de los votos hecho por los Demócratas Suecos (SD), partido populista antinmigración, calificado como racista, que ganó adeptos con la promesa de acabar con los tiroteos y la violencia de las bandas gansteriles, temidas por buena parte de los suecos que consideran han hecho tambalear la seguridad en las calles del país nórdico.

Jimmie Akesson, dirigente de ese Partido que dicen las informaciones fue condenado al ostracismo durante décadas por sus raíces en grupos neonazis, utilizó para calificar lo que quiere para su país un lema semejante al esgrimido por los extremistas de Estados Unidos, cuando dijo: «Es hora de poner a Suecia primero».

Ahora aspira a una influencia real en la política sueca al convertirse en la segunda fuerza política, incluso superando a los Moderados, y ya ha dicho que en el cambio de poder, el SD tendrá un «papel central», una afirmación que parece golpear directamente a Kristersson, pero sobre todo a las posiciones tradicionales de una Suecia que pudiera irse alejando del «progresismo», como se advierte ocurre poco a poco en toda Europa.

Sin embargo, esas aseveraciones conllevan también una posible grieta en la coalición de derecha, pues los Liberales habían postulado que solo entrarían en la alianza si se garantizaba que el SD no tendría cargos en un nuevo gobierno.

Desde cualquier punto que se mire, Suecia ha sufrido un temblor político que afecta a una nación históricamente, neutral, estable y tolerante. Esas tres virtudes están seriamente amenazadas.

Ahora solo queda una advertencia: ¡Estad alertas!

 

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