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Para que la Amazonía no sea un desierto

La Cumbre de Belem, celebrada esta semana, tocó asuntos trascendentes para Sudamérica y  la humanidad toda

Autor:

Marina Menéndez Quintero

Sin una acción urgente, la Amazonía podría llegar a un punto de no retorno. Es decir, una depredación tal que resultaría imposible recuperar las potencialidades que hacen valer a ese bioma como «pulmón del planeta».

Ello afectaría directamente a los 47 millones de personas que viven en el ecosistema, entre los que se cuentan más de 500 grupos indígenas. Pero también amenazaría la supervivencia del 50 por ciento de la biodiversidad que posee la Tierra y lo que sería un mal mayor: perderíamos su capacidad de almacenar CO2, razón por la cual se asegura metafóricamente que el planeta respira a través de la Amazonía.

Hablamos de una zona que representa entre el cuatro y el seis por ciento de la superficie total de la Tierra y constituye más de la mitad de su bosque húmedo tropical, así como la mayor floresta tropical del orbe.

Pero ello corre peligro ante la pérdida de su masa arbórea como resultado de la tala indiscriminada y la quema de grandes áreas. Estudios indican que para 2030, la Amazonía podría haber perdido cerca de un tercio de la densidad de su vegetación actual. Solo entre los años 2000 y 2013, esa inmensa zona perdió el 4,7  por ciento de sus bosques y pasó de 575 millones de hectáreas como superficie a 548 millones.

Todos nos perjudicaremos. Un informe enviado por el Fondo Mundial para la Naturaleza a la más reciente cumbre sobre cambio climático
—la COP 27, celebrada en noviembre pasado en Sharm el Sheij—, aseguró que la sobrevida de esa enorme área de bosques, agua y biodiversidad resulta, incluso, esencial para cumplir la meta de no superar un incremento de 1,5 grados centígrados en la temperatura mundial en las próximas décadas, como fue propuesto y suscrito en el Acuerdo de París, independientemente de que verifiquen o no tantos otros propósitos acordados y sin materialización.     

«La selva amazónica almacena entre 367 y 733 gigatoneladas (Gt) de CO2 en su vegetación y suelos», aseguraba el texto, y alertaba que, incluso, el carbono «atrapado» durante siglos allí «se está liberando a un ritmo acelerado debido a la deforestación, los incendios y las actividades productivas no sostenibles». La Amazonía influye, además, en la canalización del calor. Pero si libera el CO2 acumulado ¿está contaminando?

Aunque se escucharon en Sharm el Sheij los llamados enfáticos de los presidentes de Brasil, Luiz Inácio Lula Da Silva, y de Colombia, Gustavo Petro, acerca de la necesidad de salvar la Amazonía, la reunión no adoptó algún pronunciamiento puntual al respecto.

Excepto la adopción de un denominado Fondo para Pérdidas y Daños, cuya operatividad se definirá en la próxima reunión sobre cambio climático, y que estipula la creación de esa nueva reserva financiera para apoyar a los países en desarrollo y más vulnerables en el enfrentamiento a los efectos del calentamiento global, no hubo otros acuerdos que miraran hacia las naciones pobres.

Tampoco se asumieron más metas avanzadas de mitigación y reducción de emisiones de gases de efecto invernadero que las ya existentes; por demás, incumplidas.

Incluso, el objetivo plasmado en la COP anterior de abandonar gradualmente el uso del carbón, del petróleo y del gas natural, generadores importantes de gases de efecto invernadero, tampoco fue recogido en el texto.

Son esos algunos de los antecedentes de la cuarta cita de los países firmantes del Tratado de Cooperación Amazónica, que se reunieron esta semana en Belem, Brasil, con Lula como convocante y anfitrión, con el propósito no solo de debatir estos asuntos, sino de acudir a la próxima Conferencia de la ONU sobre Cambio Climático —la COP 28, prevista para los meses de noviembre-diciembre en Dubái— con una posición única que dé solidez a sus reclamos.

Para conferir más organicidad y trascendencia a esos esfuerzos, la cita de la OTCA (Organización del Tratado de Cooperación Amazónica) fue seguida por otra sesión con la presencia de representantes de países de Asia y África como Indonesia y Congo de modo de unificar posiciones, porque se trata de la misma emergencia.

Según valoró Lula al término de las reuniones, la Cumbre en Belem ha permitido identificar «enormes convergencias con otros países en desarrollo», por lo que urgió a una «actuación conjunta en los foros internacionales» donde debe haber, dijo, «más representatividad» de esas naciones.

 Posiciones comunes en forja

Aunque algunos reportes destacaron el recordatorio que ha hecho la Cumbre de Belem acerca de la necesidad de que los países ricos cumplan con los compromisos financieros contraídos en la COP de
Copenhague, en 2009, en alusión a los cien mil millones de dólares que estos deben entregar anualmente, desde 2020, para acciones de mitigación en las naciones denominadas en desarrollo, lo cierto es que ese llamado ya ha sido formulado.

Claro que ello no resta valor al hecho de que los países amazónicos y con bosques enarbolen nuevamente la demanda para enfatizar que, sin el concurso de los países ricos, será virtualmente imposible salvar la Amazonía e, incluso, al planeta.

La reunión de Belem «subió la parada» al manifestar preocupación porque los industrializados tampoco cumplen con la llamada Ayuda Oficial al Desarrollo, en virtud de la cual deben proporcionar a ese fin un 0,7 por ciento de su renta nacional bruta, y llamó a esas naciones a contribuir con la movilización de 200 000 millones de dólares anuales para 2030 —como fue acordado en el Marco
Mundial para la Diversidad Biológica de Kunming-Montreal—, para apoyar acciones y estrategias que salvaguarden la biodiversidad biológica.

Además de una amplia declaración de principios suscrita bajo el emblema únicamente de la OTCA, en Belem se firmó otro texto más conciso y enérgico de diez puntos bautizado Unidos por Nuestros Bosques: Comunicado Conjunto de los Países Forestales en Desarrollo, en el cual, además de los planteos enunciados, se reitera la necesidad de que las naciones desarrolladas tomen la iniciativa y aceleren la descarbonización de sus economías para neutralizar las emisiones de gases de efecto invernadero «sin demora y preferiblemente antes de 2050».

Además, el texto condenó las medidas para combatir el cambio climático que constituyan un medio de discriminación arbitraria o una restricción encubierta al comercio internacional, y apuntó que el acceso preferencial de los productos forestales a los mercados de los países desarrollados será «una herramienta importante» para el desarrollo económico de los países pobres.

Lo más relevante es que la búsqueda de las posiciones comunes se seguirá enriqueciendo, pues la cita invitó a otros países en desarrollo con bosques tropicales a entablar, de cara a la COP 28 y otras conferencias internacionales acerca del tema, un diálogo basado en la solidaridad y la cooperación que aborde los asuntos tratados ahora.

Los resultados dependerán, en buena medida, de que los países que más pueden hacer no sigan lanzando los acuerdos al fuego.

El ciclo hidrológico amazónico alimenta un complejo sistema de acuíferos y aguas subterráneas que puede abarcar un área de casi cuatro millones de kilómetros cuadrados entre Brasil, Bolivia, Colombia, Ecuador, Perú y Venezuela.

.La Amazonía alberga una gran variedad de especies de flora y fauna que ha permitido establecer marcas mundiales de diversidad biológica.

También es un área importante de endemismos, lo que hace de ella una reserva genética de importancia mundial para el desarrollo de la humanidad. Esa región atesora 30 000 especies endémicas de plantas, 3 000 especies de peces,     384 de anfibios, 550 de reptiles, 950 de aves, 350 especies de mamíferos y 57 especies de primates.

(Fuente: Nuestra Amazonía en www..otca.org)

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