Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

La patria al borde del mundo

Autor:

Enrique Milanés León

Veintitrés horas y dos vuelos después de salir de La Habana, mi amigo Ricardo Ronquillo y yo llegamos un mediodía de julio a Beijing con todo el sistema óseo en huelga. Íbamos al Foro de Organizaciones de Periodistas de la Franja y la Ruta 2025, todavía nos faltaba el brinco a Nanchang, en la provincia de Jiangxi, y como teníamos un paréntesis de tiempo para seguir viaje los compatriotas de la Embajada cubana —que saben cómo nadie el costo físico de esa cabalgata— tuvieron la gentileza de invitarnos.

Veníamos de Cuba y, de alguna manera, regresaríamos a ella, así que alineamos las vértebras lo mejor que pudimos, volvimos a ser homo erectus después de llevar clavado el asiento de un Boeing en la espalda y emprendimos la andadura de salida por aquel aeropuerto que más bien parecía laberinto. Tomamos… ¡un tren interno! y, al bajarnos, dimos con cierto cartel de cuatro letras familiares: UPEC.

El portador era un joven singular: Lázaro Romo, el tercer secretario y agregado de prensa de la Embajada, que recibió con abrazos a los dos periodistas y a Yadira Ledesma, la embajadora cubana en Malasia, que, para fortuna de los viajeros de la prensa —atribulados con el viaje y aquella terminal descomunal—, los había animado y guiado cariñosamente en el trayecto y al bajar, como si sus cuerpos maltrechos tuviesen algo de diplomáticos.

Lázaro se entendía en perfecto mandarín no solo con empleados del aeropuerto, sino también con trabajadoras de peajes y con cuanto interlocutor local se la plantaba en el camino. Al cabo, llegamos al complejo de la Embajada, donde Mario Alzugaray, el segundo de misión, nos esperaba al pie de la entrada, pleno de cortesías.

Terminaríamos, por supuesto, recorriendo la sede, flanqueada en una de sus esquinas exteriores por una inmensa escultura de Martí que ya quisiéramos muchos tener en (otra parte de) Cuba. Alzugaray nos paseó por el inmueble, nos mostró fotos de nuestros líderes junto a los de China y nos presentó a buena parte de los cubanos que enarbolan su Isla nuestra en medio del continente.

Todo fue hermoso, reparador, pero fuera del Apóstol que conmueve en bronce, lo más preciado resultó que el diplomático presentara, en su casa, a la familia que ha fundado con la consejera Elizabeth Vela e invitara a almorzar a los tres paisanos, algo hartos a esa hora de comiditas de avión.

Nos sentamos a la mesa sin mucho apetito, pendientes más de los diálogos —breve repaso del mundo, como corresponde a una charla de diplomáticos con reporteros—, pero a poco llegó un compañero, respetabilísimo él, que se adueñó de la agenda y puso las cosas en orden.

Eran unos extraordinarios y plenipotenciarios frijoles colorados que, a casi 13 000 kilómetros en línea recta entre La Habana y Beijing, convencían de que no habíamos volado nada: el aroma demostraba que seguíamos en Cuba.

(*) Juventud Rebelde comparte las crónicas del colega durante su participación en el 8vo. Foro de Organizaciones de Periodistas de la Franja y la Ruta, celebrado en China en julio último.

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