Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Se acata, ¿pero se cumple?

Autor:

Luis Sexto

Andamos de cautela en cautela. Cincuenta años de bloqueo económico y financiero, de hostilidades, y de propaganda aviesa que perfila a nuestra sociedad con líneas desoladoras, nos han impuesto una mentalidad de cerco que supone, en cualquier ruido, como las alarmas ultrasensibles de los automóviles, el paso artero del enemigo.

No vamos a discutir ahora si esa actitud es ya razonable. Hemos de reconocer solo su existencia y los argumentos que la apuntalan. Y tenerla en cuenta cuando nos parece que el movimiento hacia delante es excesivamente lento. Lentas suelen ser la suspicacia, la duda, la desconfianza… No intento justificar la lentitud, solo explicármela. Y advertir de otro riesgo mucho más peligroso y que tal vez no valoramos en su dimensión limitadora. Puede pasar cuando la atención se concentra en un aspecto y lo circundante, incluso lo interno, queda fuera del ángulo visual. Nada más oculto que lo demasiado exterior cuando uno cree que no puede estar ahí, revuelto entre lo demás.

Me parece, pues, que hoy por hoy el enemigo más sutil de la sociedad cubana es el facilismo, esa otra mentalidad de acomodamiento generada por años de centralización, de rigidez en las decisiones y la acción. El facilismo acomodaticio, en efecto, vuela en círculos sobre las medidas renovadoras —rectificadoras— que proponen organizar racionalmente la economía y la vida socialista en Cuba. Leímos el viernes pasado en Granma sobre un hecho que ejemplifica cómo puede distorsionarse la resolución sobre el pago por resultados productivos. En el centro mencionado por ese reportaje se aplicó de un modo que simula las formalidades de lo nuevo, aunque todo continúa como antes. Los trabajadores se dieron cuenta y se quejaron. La respuesta del aparato administrativo ilustra cuanto vengo diciendo: Hacerlo como regula la resolución «es muy engorroso».

He sugerido, en otros momentos, que así podría estar sucediendo con lo atinente al decreto sobre la tierra o al reordenamiento de la comercialización de los productos agrícolas, o quizá con la sistematización del pluriempleo. Qué engorroso, claro, es todo cuanto quiebra la línea de conducta petrificada por el tiempo. Qué engorroso cuando en la subjetividad de los que administran la producción o de cuantos trabajan en los servicios, predomina el concepto de que lo más importante no radica fuera de la ventanilla que paga o el mostrador que sirve, sino dentro, donde permanecen aquellos que se convierten solo en dispensadores de dádivas, al dejar de ejercer como organizadores y promotores del trabajo.

Ya sabemos que esa mentalidad, cuyos fines se afincan en sí misma, ha de llevar el calificativo de burocrática. ¿Y cómo puede transformarse ese cuerpo de reacciones y visiones un tanto ciegas, descomprometidas? ¿Hemos reparado en que posiblemente quienes se hayan habituado a un «estar bien», sin el agobio del control, probablemente no acometerán convencidos lo que les hará sudar?

Ignoro los secretos técnicos y tácticos del béisbol. Pero al pelotero de mano derecha que se ha acostumbrado a batear siempre por la tercera base, presumiblemente le costará conducir la bola hacia la línea opuesta cuando ello se le pida. Algún experto se opondrá diciendo: Tiene que saberlo; para ello ha sido preparado. Aceptémoslo. Sin embargo, prefiero traer al bateador que haya demostrado ser capaz de batear por primera. La inquietud es evidente: ¿sabrán eludir el engorro, la exigencia, aquellos que hasta ahora se han contentado con decir: informa que cumplimos, aunque sea falso?

Esa estampa aparece con alguna recurrencia en nuestro respirar cotidiano. La confiabilidad, por lo común, se ha basado en un concepto superficial de lo político. Más bien en el uso de consignas, en la anuencia, en la aceptación, sin reparos concretos, de la voluntad superior. ¿Y acaso no quiebra la confianza política ese mentir, o ese mal aplicar lo aprobado simulando que se ejecuta estrictamente según la norma o la ley? A veces, de acuerdo con lo observado, falta preparación en muchos de nosotros; preparación para comprender necesidades, entender soluciones y aplicarlas con efectividad.

Tal vez, la ignorancia me autorice a decir un disparate: la confiabilidad ha de partir de la inteligencia, la cultura y la ética. Sin ellas, todo lo demás se descoyunta como esos personajes movidos por hilos en cierta variedad de teatro infantil…

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